Conducir un coche es como una conversación íntima entre máquina y conductor. Cada gesto, cada aceleración contenida o desatada deja una huella invisible que, con el tiempo, se vuelve muy real. En los talleres lo repiten con resignación: no es solo el paso de los kilómetros lo que envejece un coche, sino la forma en la que se conduce. Algunos estilos de conducción, casi sin que el conductor lo note, acortan la vida de piezas caras y delicadas, convirtiendo pequeños hábitos en grandes facturas que dificultan llegar a fin de mes. Por eso, conviene conocer los gestos y movimientos que afectan al coche silenciosamente hasta que ya es demasiado tarde.

Conducción agresiva o ahorradora

El ejemplo más evidente es la conducción agresiva. Pisos el acelerador con fuerza, apuras las marchas y el motor trabaja bajo un estrés enorme: el turbo, la transmisión y el embrague sufren cada acelerón brusco. Si se apaga el motor de golpe, el aceite se quema, se forman depósitos y el turbo empieza a degradarse por dentro.

En el extremo contrario está la conducción excesivamente ahorradora, siempre en marchas largas y pocas revoluciones. Aunque parece responsable, puede generar carbonilla en zonas clave como la admisión o la válvula EGR, y sobrecargar el volante bimasa, encargado de absorber vibraciones, que termina pagando el esfuerzo.

Gestos cotidianos que dañan el coche

Los gestos diarios también afectan: subir bordillos, pasar rápido por un badén o encarar un bache profundo sin reducir la velocidad provoca impactos que, con el tiempo, dañan suspensión, llantas y neumáticos.

Otros hábitos, como dejar una mano sobre la palanca de cambios, fuerzan los sincronizados, piezas que permiten cambios de marcha suaves. El pie apoyado constantemente en el embrague también es dañino: genera tensión en la pierna y desgaste del collarín, el cojinete encargado de desacoplar el motor de la caja de cambios. Si se estropea, la reparación es costosa porque requiere desmontar la caja de cambios.

Conducir en reserva: un riesgo silencioso

Conducir con el testigo de combustible encendido es otra práctica dañina. El depósito contiene partículas de suciedad que, al circular en reserva, obstruyen los filtros de combustible y pueden detener el motor. Peor aún, la bomba de combustible puede bloquearse, generando una factura elevada tras la visita al taller.

La mecánica habla: cada acelerón impulsivo, cada frenazo tardío o cada badén tomado con prisa deja huella. Conducir de forma suave no solo ahorra combustible, también evita averías costosas y prolonga la vida del vehículo.