El eco solidario de Ion Cojocari -padre de familia que residió 20 años en Amorebieta- llega desde el atemorizado Este europeo a Euskal Herria. Lo hace con sonido de WhatsApp, con el de tiros nocturnos que traspasan la frontera con Ucrania. Se vive con dudas, con ansiedad, pero también con entrega a las personas refugiadas que llegan a alcanzar con vida su querida Moldavia.

Pese a que esta antigua república soviética sea el Estado más pobre de Europa, mucha parte de su población se ha volcado en ayudar, arropar, alimentar, sonreír, abrazar en las fronteras y de forma totalmente altruista. El caso de Ion Cojocari y su familia es un ejemplo de esa cadena humanitaria que palpita en positivo.

Tras estallar la invasión y consiguiente guerra del líder ruso Putin sobre el quinto país más grande de Europa el pasado jueves, Ion no dudó en sumarse a una iniciativa surgida en Facebook en la capital de la república moldava, en Chisináu, coordinada por su compatriota Nicolaie Chiriac. Son tres ya los viajes en los que Ion Cojocari ha aportado su solidaridad. “La primera noche fuimos cincuenta vehículos en caravana con las luces de emergencia puestas hasta la frontera de Otaci, a 250 kilómetros de la capital. Llegamos cuatro horas después, pero había toque de queda y no nos dejaban pasar la frontera hasta las seis de la mañana”, relata a este periódico desde la aduana. No le importa haber gastado hasta la fecha más de 180 euros en carburante.

Ion no se lo pensó y regresó al día siguiente, a pesar del cansancio. La primera noche aportó felicidad a cinco mujeres ucranianas y a un niño de 10 años a quien abrazó hasta que “se me saltaron las lágrimas. ¡No pude contenerlas!”, transmite este moldavo de 42 años. Y no es para menos: estadísticas de la ONG Save The Children ilustran que al menos 7,5 millones de niños y niñas de Ucrania están en grave peligro de sufrir daños físicos, trastornos emocionales y desplazamientos.

Tanto en Kiev como en otras ciudades importantes como Járkov, los bombardeos han obligado a esta parte de la población inocente e indefensa y a las familias a refugiarse en sótanos y refugios antibombas. Los padres y madres informan de que intentan calmar a los menores aterrorizados. Las temperaturas están cayendo por debajo de los 0ºC, y los desplazados pueden enfrentarse a largas noches y días expuestos a condiciones extremas. “¿Cómo es posible que bombardearan una guardería con 50 niños?”, se pregunta nuestro interlocutor.

Al día siguiente, el zornotzarra -se siente también tal- dio auxilio a una abuela, nieta y biznieta ucranianas que portó a casa de unos familiares en la capital; a un estadounidense que pidió reserva en un hotel y a dos azerbaiyanos a quienes despidió en el umbral de la embajada de su país. “No podían creer que los lleváramos gratis y trataban de darnos dinero. Les dije que si me daban dinero les bajaba allí mismo”.

Ion lamenta que los primeros días hubiera taxistas que se aprovecharan de la triste situación. Fueron apercibidos por las autoridades moldavas. “La aduana ucraniana no permitía salir del país a los hombres ucranianos. Solo mujeres y niños. Sin embargo, solo se cumplía con los pobres. Los hombres ricos ucranianos pagaban a la policía entre 2.000 y 3.000 euros y les dejaban pasar”.

En Moldavia -como en Ucrania y Rusia- se suceden las colas en los bancos para sacar el dinero y la población compra víveres por si se diera una invasión por haber sido una república de la antigua URSS. “Amigos me han dicho que vuelva lo más rápido posible a Zornotza, porque para llegar a Euskadi tengo que pasar por Rumanía y Hungría y, si no, me quedo aquí en una trampa”.

Por esta razón, ha pensado tener las maletas hechas, pero “aquí tengo mi familia, mis padres y volver a sacar del colegio a mis hijos... ¡Mi mujer se ha puesto a llorar al pedirle irnos! ¡Ojalá esto se normalice en unos días!”, anhela Ion, quien la noche del martes volvió a la frontera movido por su corazón fraternal. “Allí nos encontramos con personas de todas las nacionalidades. De todas: de India, muchas de América latina, Turquía... Los kurdos no se podían creer que se les ayudara gratis, que el pueblo moldavo se hubiera volcado con ellos. Nos decían que quieren llegar a Alemania, Reino Unido o España”.

Ion, mientras, sigue informándose por diferentes medios de comunicación. “Rusia no informa de todo. De hecho, de donde más información me llega es por internet de medios de España y Euskadi. La gente está muy alterada aquí también, en Moldavia. Unos dicen que también van a venir a por nosotros; otros dicen que no. Hay muchas noticias falsas”.

En Euskal Herria, los medios también contemplan que Moldavia sea el próximo objetivo de Putin. De hecho, el Alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Seguridad, Josep Borrell, y el comisario de Ampliación Oliver Varhelyi viajaron ayer miércoles a Moldavia a modo de apoyo.

Ion y su familia vuelven a pensar en regresar a Amorebieta, pese a ser parte de un pueblo, el modalvo, que “ me ha sorprendido en la frontera con su solidaridad, entre sirenas infernales, dando café caliente, comidas a madres y niños que no dejan de llorar. En el tercer viaje, he llevado a mujeres con dos niños de 6 y 2 años. ¡Ojalá esto acabe pronto!”.

“En la frontera nos encontramos personas de India, América

Latina, Turquía...”

Cooperante moldavo