En las elecciones israelíes de 2015 los anuncios del Likud dieron mucho de qué hablar. En uno de ellos, un matrimonio israelí esperaba una babysitter para cuidar de sus pequeños. Alguien tocaba la puerta y aparecía Benjamin Netanyahu, presentándose como Bibi-sitter (Bibi es el apodo coloquial de Netanyahu,). En estas elecciones se decidirá quién cuidará por vuestras hijas e hijos, proclamaba Bibi en el mismo anuncio.

Un año después, los sondeos parecen haber acabado con su figura de gran protector de Israel. El otrora guardián de la nación ha sido protagonista del mayor fallo de seguridad desde la guerra del Yom Kipur en 1973; su polémica reforma judicial acaba de ser tumbada por la corte suprema y su gran aliado, los Estados Unidos, le pide que termine con la matanza en Gaza, la que parece ser su última baza para salvar su gobierno. ¿Cambiarán los israelíes de babysitter de sus hijas e hijos? ¿Estamos ante el final político de Bibi?

No parecen correr buenos tiempos para Netanyahu. Durante décadas, su principal capital político ha sido presentarse como el único bastión de Israel frente a la amenaza de sus vecinos árabes. Bibi ha sido la mano de hierro que ha vigilado el sueño de los israelíes frente a los cantos de sirena de paz de los laboristas. Un papel que ha ido construyendo a través de un relato escrito durante décadas, con el que ha conformado su figura política desde sus inicios. Sin embargo, este relato se vino abajo el 7 de octubre con el ataque masivo de Hamás. Un relato que le ha servido políticamente para retener el poder hasta ahora, pero que parece que hoy en día se puede volver en su contra.

En su autobiografía, Netanyahu construye su historia personal y familiar desde la amenaza que se cierne sobre el estado israelí. Hijo de un conocido historiador, seguidor del sionismo revisionista de derechas, Bibi y sus dos hermanos pertenecieron al cuerpo de élite del ejército, el conocido como Sayeret Matkal. Él mismo participó en múltiples operaciones contraterroristas, incluso siendo herido en una de ellas.

De los duros entrenamientos de aquella época aún guarda sus conocidos problemas de espalda. Pero esa no sería la herencia más trágica del paso de Netanyahu por las fuerzas de élite. Su hermano Jonathan, resultó la única baja militar israelí en la mítica Operación Entebbe, en la que un comando del Sayeret Matkal liberó a los rehenes de un avión secuestrado por miembros del FPLP y de las Células Revolucionarias alemanas en territorio ugandés.

Tras trabajar como consultor económico en los Estados Unidos, Benjamin se dedicó a viajar por todo el mundo rememorando la memoria de su hermano y tratando de defender a Israel de las críticas internacionales y de las posturas favorables a la causa Palestina. Para Netanyahu el problema palestino-israelí radica en la incapacidad del mundo árabe de tolerar un estado judío, lo que hace inútil cualquier intento de negociación. Su intensa labor en defensa de la memoria de su hermano y la defensa de la política de ocupación israelí frente a las críticas en los medios internacionales le llevó a ser nombrado embajador de Israel en la ONU.

A finales de los 80 volvió a Israel, ingresando en el derechista Likud, escalando poco a poco en el organigrama del partido con sus críticas al proceso de paz que se estaba cocinando entre la OLP y los laboristas israelíes. Tras el asesinato de Isaac Rabin, Netanyahu y su Likud accedieron al poder, poniendo en paréntesis el proceso de paz, a la vez que la postura de dureza ante los árabes se fue consolidando a nivel político. Netanyahu congeló los acuerdos de Oslo y puso duras condiciones a cualquier avance. Su mano dura y su incapacidad de tender puentes con los palestinos se fue convirtiendo en su marca de la casa.

Al poco de perder el poder, regresó a la primera plana política esta vez como ministro de Economía del gobierno de Ariel Sharon. Ocupando este cargo gubernamental Netanyahu logró uno de sus mayores éxitos políticos. Su política económica neoliberal, con bajadas de impuestos a las empresas y su apuesta por la tecnología y el emprendimiento, condujeron a Israel a un auténtico salto en lo económico y tecnológico. Pero incluso este éxito económico-político, Netanyahu no dudó en relacionarlo con su obsesión, la seguridad de Israel. En su autobiografía, Bibi justifica las políticas que tanto éxito le dieron en lo económico como una necesidad de aumentar la riqueza y la capacidad tecnológica del país para, de esta manera, hacer frente a la amenaza de sus vecinos. Un relato, el de la seguridad, que incluso a nivel económico no desaparece de su discurso. Esta imagen de mano dura y de guardián del país, ha llevado al primer ministro israelí a volver recurrentemente al mando de su país, convirtiéndose en la figura que más poder ha ejercido en la historia reciente de Israel.

Alianza con extremistas

Su último gobierno, el constituido hace un año, ha sido diferente a los anteriores. Tras haber sido depuesto por la alianza de la mayoría de la oposición, Netanyahu no dudó en coaligarse con los extremistas ultranacionalistas y ultra-religiosos, algo que jamás había ocurrido con anterioridad en la historia de Israel. Estas alianzas han resultado una variable que ha distorsionado completamente la política israelí y que ha hecho que su mensaje, duro de por sí, se haya endurecido aún más, dando eco a los anhelos de una ultraderecha que quiere el retorno a los límites de la Judea bíblica a la vez que la expulsión de los árabes. Siguiendo este discurso de dureza extrema ha llegado incluso a intentar reducir la capacidad de los jueces para fiscalizar las actuaciones del gobierno, justificándolo todo con la necesidad de aumentar la capacidad de maniobra del gobierno.

Muchos expertos alertaban de que las políticas de sus socios extremistas, con el aumento de los mensajes antiárabes unido al acoso contra los palestinos en Cisjordania, expulsando a la población local de sus tierras y hogares para ampliar y multiplicar los asentamientos ilegales de los colonos judíos, aumentaban la presión en la zona hasta llevarla a un punto en el que los árabes no tendrían otra opción que responder. Y eso es lo que ocurrió el 7 de octubre del pasado año con el brutal ataque de Hamás, cuando la organización islamista, aprovechando la tensión, incendió de nuevo el conflicto e hizo suyo el protagonismo en su lucha contra Israel.

El diluvio de Al Aqsa dio en la línea de flotación de Netanyahu. Su relato de guardián del sueño de los israelíes se vino abajo, junto al de la seguridad y la infalibilidad del ejército. Para muchos, Netanyahu es ya un cadáver político que sobrevive porque la guerra sigue su curso y porque no hay elecciones en las que el electorado lo pueda castigar. El relato político que le ha servido hasta ahora parece haberle dado la espalda.

Para Netanyahu sólo queda un camino, demostrar su mano dura en la guerra. La operación sobre Gaza no deja duda alguna. Edificios y pueblos arrasados, miles de civiles muertos o heridos, hambruna y desplazados hacia el sur. Netanyahu ve en una guerra brutal y en la mano dura la única forma de salvar su gobierno. Acabar con Hamás y mantener Gaza bajo control israelí pueden ser sus únicas bazas para perpetuarse en el poder.

Perder al amigo americano

Sin embargo, las cosas no le están saliendo bien al primer ministro israelí. Ha sido incapaz de rescatar a la mayoría de los secuestrados e incluso algunos de ellos han caído por error bajo fuego amigo. Los brutales efectos sobre la población gazatí, con miles de víctimas inocentes, hacen que la posición israelí sea cada vez más criticada a nivel internacional. Europa y los países occidentales no dudan en criticar la sangría de la población civil, en una guerra que se libra casa por casa y que no parece diferenciar entre terroristas y civiles.

Ante este panorama, es el amigo americano el que más debería preocupar a Bibi. Joe Biden no ha dejado de pedir contención a Netanyahu en su modo de hacer la guerra. Incluso el secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, criticó abiertamente la operación, comparándola con el desastre de la intervención norteamericana en Irak. Mientras Netanyahu ofrece más mano dura, sus socios americanos le piden contención. No solo el gobierno, la opinión pública norteamericana se está alineando cada vez más con las voces que critican la dureza israelí. El amigo americano es el compañero de viaje que Israel no puede permitirse perder, más necesario que nunca si tenemos en cuenta la posible escalada bélica regional que puede producirse.

Mientras tanto, en casa, la opinión pública israelí parece no optar por la dureza de su primer ministro. Las críticas a su incapacidad para rescatar a los secuestrados y las explicaciones por los fallos de seguridad del siete de octubre se escuchan a pesar de la mano dura contra el terrorismo de Bibi. Además, la reciente decisión contraria a su cacareada reforma judicial dictada por la corte suprema parece una soga más alrededor del cuello de Netanyahu. Mientras tanto, su socio gubernamental extremista Ben Gvir reparte armas a los colonos en Cisjordania a la vez que surgen rumores sobre posibles negociaciones a alto nivel con terceros países para que estos acojan a los habitantes de Gaza.

Netanyahu se encuentra ante un dilema. Después del 7 de octubre, la única forma que le queda a Netanyahu para salvar su figura política y lavar la cara es la mano dura. Pero esa mano dura y su brutal efecto sobre la población de Gaza cada vez le alejan más del apoyo de Occidente y, sobre todo, de su aliado americano. Todo ello, con un gobierno plagado de extremistas, puede ser una bomba de relojería. Dar la espalda a lo que le piden sus aliados y amigos sólo puede llevar a Israel al aislamiento internacional. Un camino que alargará la sangría en Gaza y que puede extender la guerra a toda la región.