Estado de conmoción interior. El presidente colombiano, Gustavo Petro, no ha dudado en ordenar la máxima declaración de alerta para el país para hacer frente a la violencia que ha vuelto a surgir en el norte de Colombia. Catatumbo, una rica región del país, vuelve a ser protagonista de una feroz guerra entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y grupos disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Más de un centenar de muertos, cientos de heridos además de 50.000 civiles desplazados por los combates, que nos retrotraen a los años más turbulentos de la violencia guerrillera en el país. El fin del conflicto interno que vive Colombia desde hace décadas parece más lejano que nunca, mientras nuevos actores internacionales, como Venezuela, entran en el conflicto para dificultar más su fin.
La violencia política continúa alimentándose a sí misma, una lacra que se encuentra enraizada muy profundamente desde los orígenes de la Colombia moderna. Fue en 1948, con el famoso Bogotazo, el asesinato del líder del partido liberal; cuando comenzaron las sucesivas olas de violencia política en el país, que en los años 60, con el auge de la revolución cubana y la expansión de la izquierda revolucionaria por todo el continente, pusieron el germen de los principales protagonistas que en la actualidad luchan a muerte por el control del Catatumbo: el ELN y las FARC.
Las FARC surgieron en los años 60, con la unión de grupos de orientación comunista y miembros del partido liberal perseguidos por el gobierno conservador de la época. Su núcleo original lo formaba la mítica revolución de Marquetalia, liderados por el legendario Manuel Marulanda, Tirofijo. Con el paso de los años las FARC se convirtieron en la fuerza guerrillera más letal del país, llegando a los 20.000 efectivos, controlando grandes extensiones de tierra, llevando incluso el conflicto a las ciudades, a través de coches bomba, secuestros y sabotajes continuos. Gracias al dinero del narcotráfico y a su capacidad de regeneración, las FARC llegaron a ser el grupo guerrillero que más cerca estuvo de hacer claudicar al estado colombiano.
En 2016, el gobierno de Juan Manuel Santos culminó el proceso de paz con las FARC, logrando la disolución del ejército guerrillero y su transformación en un partido político que aceptaba el orden constitucional del país. El que parecía el primer paso para terminar con el conflicto interno del país pronto se mostró incompleto. En primer lugar, algunos comandantes y columnas enteras de las FARC decidieron no desmovilizarse y continuar luchando contra el estado. Se conformaron así dos grandes grupos disidentes: la conocida como Segunda Marquetalia y el autodenominado Estado Mayor Central; a su vez fragmentados en múltiples frentes y enfrentados unos con los otros por el control de distintas zonas.
A la decepción por la imposibilidad de lograr la desmovilización de todos los efectivos de las FARC se le unió al desvanecimiento de las esperanzas en el proceso de paz del segundo gran actor del conflicto, el ELN. La llegada de Gustavo Petro, antiguo guerrillero del M-19 reconvertido en político, parecía facilitar las cosas para que el ELN siguiese el camino de la mayoría de los efectivos de las FARC. Pero, tras múltiples desencuentros, las conversaciones se rompieron en 2024 por el incumplimiento continuo por parte del ELN de las condiciones que establecía el proceso de paz.
El ELN continuaba su actividad armada, e incluso parecía más legitimada desde su propio punto de vista desde la disolución de las FARC, ante la incapacidad de esta para su reconversión en partido político y lograr sus objetivos dentro del sistema. A pesar de que sus orígenes se remontan también a los años 60, muchas son las características propias del ELN respecto a las FARC. Sus primeros militantes pertenecían a núcleos universitarios simpatizantes de la revolución cubana, de la que muchos de sus primeros miembros se nutrieron. Al mismo tiempo, la incorporación del sacerdote Camilo Torres a la guerrilla y su posterior muerte en combate, hizo que los seguidores de las corrientes más radicales y extremistas de la Teología de la Liberación vieran en el ELN su camino al activismo revolucionario, llegando, incluso, a que un exsacerdote zaragozano, el cura Páez, liderara el Ejército de Liberación Nacional durante 15 años. Esta mezcla de guevarismo y mística religiosa dotaría a la guerrilla de un halo de romanticismo que ha sobrevivido hasta hoy en día en el imaginario de la extrema izquierda colombiana.
A pesar de este romanticismo, el ELN siempre se manejó a una escala menor que las FARC, limitándose a unos 5.000 sus efectivos humanos según algunas fuentes. Esto hizo que se desarrollase de una forma menos definida y estructurada, tratando de confundirse con la población civil, a pesar de que controlase también grandes extensiones de terreno, logrando así una mayor capacidad de resistencia ante los ataques del ejército, los paramilitares, los cárteles de la droga o incluso en ciertos periodos, en sus luchas fratricidas con otras guerrillas, como las FARC. Esta capacidad de resistencia, junto a la apuesta por el negocio del narcotráfico estos últimos años, es lo que ha permitido a la guerrilla continuar hasta hoy en día.
ELN acaba con el proceso de paz
Pero dos han sido los aspectos claves por los que el ELN se ha visto lo suficientemente fuerte para acabar con el proceso de paz y lanzarse a erradicar a los grupos disidentes de las FARC en Catatumbo. Por una parte, la ventaja estratégica que la disolución de la mayor parte de los frentes de las FARC le ha otorgado. Así, mientras las columnas de las FARC se desarmaban y se fundían con la población, el ELN ha sido capaz de ocupar esas áreas y tomarlas bajo su control. A la vez que controlaban el territorio, el Ejército Nacional de Liberación ha pasado a dirigir los negocios aparejados a las zonas ocupadas, como la extorsión a las empresas extractivas, a la minería ilegal y al tráfico de drogas. Además, la parcial disolución de las FARC también ha significado el descenso de intensidad de otro de los enemigos más encarnizados del ELN, los paramilitares de extrema derecha, quienes, en los años 90, llegaron a lanzar una salvaje ofensiva en el mismo Catatumbo contra los grupos guerrilleros y la población civil.
Por otra parte, hay otro novedoso aspecto clave que ha posibilitado el fortalecimiento del ELN y su transformación en una guerrilla más fuerte y más peligrosa. El ELN ha operado durante años en la frontera con Venezuela; pero es durante estos últimos años cuando el régimen de Nicolás Maduro ha estrechado lazos con la guerrilla y ha visto en este un poderoso aliado al que cuidar e incluso fortalecer, para influir en su vecino. Es más, para expertos en el tema como el profesor Jorge Mantilla, el ELN hace tiempo que optó por una estrategia binacional y, hoy en día, incluso parte de sus integrantes son de origen venezolano.
Venezuela, la retaguardia
Para el ELN Venezuela ha significado una retaguardia donde reagruparse y esconderse, además de un territorio en el que abastecerse y hacer negocios. Se cree que el ELN puede haber colaborado con el régimen de Venezuela en aspectos relacionados con el narcotráfico. El Ejército Nacional de Liberación para Maduro sería un instrumento para acceder a las riquezas de la región, al mismo tiempo que una pieza valiosa para presionar a Colombia. Incluso, como apunta el profesor Mantilla, la guerrilla podría llegar a convertirse en una primera línea de defensa de Venezuela ante una posible invasión estadounidenses u otro país desde Colombia. Más si cabe, cuando la presión internacional por las últimas elecciones fraudulentas ha elevado la crítica internacional al régimen de Maduro.
Está claro que el actual líder del ELN en Catatumbo, Gustavo Aníbal Giraldo, Pablito, no solo ha logrado dinamitar el proceso de paz con el gobierno colombiano y vuelto a tomar el control de la segunda región más importante en plantaciones de coca de Colombia, también ha conseguido atraer a Venezuela a la ecuación del conflicto entre el ELN y el gobierno colombiano. Y todo ello, cuando las relaciones entre el presidente colombiano Gustavo Petro y Maduro se encuentran en su peor momento, por las críticas del mandatario colombiano respecto a las elecciones venezolanas. Poca verosimilitud puede otorgarse a las órdenes de Maduro en las que pide a sus militares que paren las iniciativas del ELN en territorio venezolano.
Es más, según muchas fuentes, el actual aumento de fuerza del ELN que ha permitido su ofensiva en Catatumbo contra sus opositores, proviene de efectivos que han cruzado desde la región de Arauca a territorio venezolano para llegar al Catatumbo. Una vía libre para las maniobras guerrilleras ante la que Maduro poco puede excusarse. Estos hechos han llevado a Miguel Ceballos, antiguo comisionado para la paz de Iván Duque, a calificar en la prensa que el ELN actualmente “no como a una guerrilla binacional, sino como a un grupo paramilitar venezolano”.
La nueva crisis del Catatumbo vuelve a poner sobre la mesa la incapacidad de Colombia para pasar página al sangriento conflicto interno que lleva sufriendo desde hace décadas y, aún peor, la inclusión de nuevos actores internacionales que avivan las ascuas de una tragedia que parece ser incapaz de apagarse de una vez por todas. Un conflicto que, según datos de la Comisión de la Verdad en Colombia, sólo entre 1985 y 2018, produjo más de 450.664 homicidios, 121.768 desaparecidos, 50.770 secuestros y 7,75 millones de desplazados forzados. Una tragedia que parece revivir estos días en Catatumbo y del que no se vislumbra su fin.