Los tambores de guerra enmudecen. Tras la respuesta iraní al ataque norteamericano con misiles y bombas, la calma vuelve a Irán. La fugaz guerra termina. Es la hora del recuento de lo obtenido en estas semanas de bombardeos y asesinatos selectivos. Israel parece haber logrado frenar la carrera nuclear iraní y Estados Unidos, tras su salida a trompicones de Afganistán, ha vuelto a demostrar su fuerza militar en la región. La duda está en Irán, ¿qué es lo que ha ganado el régimen de los ayatolás con este conflicto?
Más que ganar algo, parece que la República islámica ha perdido algo más que una nueva oportunidad de convertirse en potencia nuclear. Antes del fatídico ataque de Hamás sobre Israel del 7 de octubre de 2024, Irán se enorgullecía de poseer ramificaciones y aliados leales en toda la zona. En Gaza era la principal valedor de Hamás que, aunque en horas bajas, seguía controlando la franja y manteniendo la llama de la lucha contra Israel. En Líbano Hizbulá, la gran fuerza militar de la zona, no solo se erigía en un factor principal en el gobierno libanés, su brazo armado era considerado como uno de los huesos más duros de roer entre los enemigos de Israel, el gran enemigo existencial de la República islámica.
Siria era otra de las piezas claves del escudo iraní en la región. El régimen de los Al-Ásad se sostenía principalmente gracias a Irán. Siria para Irán, además de una ruta que le permitía sostener militar y económicamente a Hizbulá y Hamás, conformaba un bastión chií frente a la insurgencia islamista suní, en manos de Turquía y de Arabia Saudí. Siria bajo vasallaje iraní significaba una victoria frente a los saudíes suníes. Situación que se repetía en Yemen con los hutíes, aliados también de Irán y en guerra civil contra las facciones suníes del país apoyados, obviamente, por la casa real saudí.
A la vez que Irán mantenía en la región el denominado “eje de resistencia”, los aliados internacionales de la República islámica parecían fuertes y leales. En la lista de aliados de Irán se contaban, en primer lugar Rusia, con la que sostenía la Siria de Al-Ásad. Le seguía China, liderada por un Xi Jinping abogando por unas nuevas relaciones internacionales y que proclamando que el momento de China para disputar la hegemonía norteamericana había llegado. No debemos olvidarnos de Kim Jong Un y de sus cohetes balísticos. Por último, los países que conforman el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que parecían dar el pistoletazo salida a un nuevo reordenamiento internacional, más allá del viejo orden liberal occidental.
Casi dos años después de la operación Inundación de Al Aqsa, lanzada por Hamás el siete de octubre de 2023, la situación de poder de la República islámica ha cambiado completamente. En primer lugar, sus aliados, o proxys como se dice actualmente en los medios, en algunos casos, han sido completamente derrotados y, en otros, fuertemente debilitados. El caso de Hamás es claro. La devastación por parte de Israel de la franja de Gaza ha debilitado totalmente en lo militar a Hamás, que, a pesar de haber vuelto a reactivar su mensaje de resistencia, todo hace indicar que tendrá difícil reorganizarse.
La victoria sobre Hizbulá quizás sea el caso más claro de éxito en la ofensiva israelí. Para el otrora invencible Partido de Alá, el repliegue al norte significa algo más que una retirada táctica. El ataque a través de walkis y buscas debilitó los cuadros directivos de la organización y abrió el camino para el asesinato del gran líder, Nasrallah. Los posteriores asesinatos de los sucesores de Nasrallah en el liderazgo del partido evidencian la brecha de información en el movimiento chií libanés. La penetración israelí en el Partido de Dios hace difícil que alguien ocupe el gran vacío dejado por el carismático líder Nasrallah. Vacante de difícil sustitución también porque el líder asesinado fue algo más que un simple dirigente militar y espiritual, Nasrallah era el alma de Hizbulá.
La derrota del régimen sirio de los Al-Asad ha supuesto un gran golpe para el líder iraní Alí Jamenei. Revés político, militar y económico teniendo en cuenta el gran coste que supuso mantener la dictadura siria. Más de una década de guerra civil brutal, donde la fuerza Quds, la división exterior de la Guardia Revolucionaria, ha tenido que esforzarse por mantener un régimen sin apoyo popular, enfrentándose a múltiples actores locales e internacionales, entre los que se encontraba el Estado Islámico, que estuvo a punto de cambiar completamente la balanza de la guerra. La caída de Bashar Al-Asad en poco más de una semana de ofensiva protagonizada por los islamistas suníes de Al Charaa, ha convertido a Siria en un foco de tensión para Teherán, que ve la mano saudí cada vez más cerca de la República islámica.
Tras las derrotas en Gaza, Líbano y Siria, solamente los hutíes yemeníes, muy debilitados y el eslabón más débil de los aliados de Irán, y las milicias chiís de Irak, se mantienen más o menos en pie en el eje de resistencia.
Las preocupaciones de Irán, con ser muchas, no acaban ahí. La escalada de los últimos días ha sorprendido por la tibia reacción de los grandes aliados de Jamenei. ¿Dónde están China, Rusia y Corea del Norte? Moscú ya falló a Teherán en Siria, no moviendo un solo dedo mientras Al-Ásad y su régimen se desvanecían como un castillo de arena. Más allá de las tradicionales condenas y soflamas, Vladímir Putin no realizó ni un solo movimiento, algo que sin duda tendrá relación con el futuro devenir de Ucrania, donde la posición norteamericana seguramente tendrá mucho que decir sobre la cuestión.
Con todo, la gran sorpresa la ha dado China. La retórica belicista y amenazante de Xi Jinping parece haberse atemperado inesperadamente tras la llegada al poder del nuevo presidente norteamericano Donald Trump. Xi Jingpin ha jugado el papel de dirigente de nueva superpotencia que pedía a Estados Unidos el reconocimiento de nuevo estatus para Pekín. Sin embargo, más allá de los llamamientos a la diplomacia, poco más se ha movido China en las últimas semanas, y parece que Pekín ha optado por apartarse y dejar a su aliado que se arregle solo bajo las bombas anti-bunker de los norteamericanos. Toda una sorpresa para los expertos a la vez que una señal que indica cuál es la relación de fuerzas en el escenario internacional.
Los objetivos de EEUU e israel
No hay que olvidar, sin embargo, que los grandes objetivos de la ofensiva israelí y norteamericana sobre la República islámica han sido dos. La primera, obviamente, terminar con la carrera nuclear iraní. Israel ha vuelto a dejar claro que no permitirá que Irán posea una bomba nuclear, no fuera que se repitiese el caso norcoreano. Kim Jong Il, padre de Kim Jong Un, acertó allá por la década de los noventa cuando razonó que lo único que podía defender a un país de un ataque o intervención de otra potencia era el poseer armamento nuclear. Esta lección los norcoreanos la aprendieron muy pronto viendo los casos de Somalia, Serbia y, más tarde, Irak y Afganistán. Lección que, sin duda, observando los sucesos de estos días, pasará por las cabezas de los dirigentes ucranianos y que volverá a reforzar a los ayatolás en su idea de que solo el armamento nuclear puede evitar intervenciones o ataques como los de estos días.
Pero más allá de acabar con la carrera nuclear iraní, Israel y Estados Unidos tienen un segundo objetivo todavía más importante, objetivo que abarca también a los saudíes, derrotar el régimen de los ayatolás. Establecer en Teherán un nuevo régimen que sustituya al poder teocrático que lidera Alí Jamenei, líder supremo de la República islámica. Un cambio de este tipo podría hacer de Irán un país más amigable con Israel, incluso, quién sabe, hasta aliado. Esta sería la última pieza que le quedaría a Benjamín Netanyahu para culminar la reordenación geopolítica de Oriente. La presa más deseada, a la vez que la más difícil.
Pocos expertos auguran el fin del régimen chií. El gobierno teocrático de los ayatolás no deja espacio a la disidencia. Ya lo demostró a finales de los 70, cuando el pro-occidental y profundamente corrupto sha de Persia fue derrocado. Jomeini y sus clérigos, gracias a sus milicias islamistas, fueron empujando fuera del poder al resto de las fuerzas políticas. Actualmente, el consejo de clérigos regula el país, controlando un parlamento en el que los políticos solo pueden decidir con el permiso de los ayatolás. Y todo, sostenido por la Guardia Revolucionaria, un ejército propio de los ayatolás, mucho más poderoso que el ejército nacional, y la milicia popular Basij, encargada de la represión de las y los ciudadanos que no siguen los preceptos que dictan los clérigos chiíes.
Enfrentado al régimen, una oposición completamente desunida, liderada por los Muyahidines del Pueblo de Irán, una organización que se declara democrática y de izquierdas, pero que sigue en la lista de grupos terroristas de países como Estados Unidos y Canadá. La Unión Europea cambió el estatus de proscrito a los muyahidines con el fin de facilitar el camino para que París fuera el lugar donde el Consejo Nacional de Resistencia de Irán, máximo órgano de los opositores y controlado por Muyahidines del Pueblo, mantuviera la llama de la resistencia. Aunque cuentan con el apoyo de varios partidos y figuras políticas europeas, sobre el terreno la capacidad operativa del Consejo Nacional y de los muyahidines es muy pequeña. Son grupos separatistas, como los kurdos del Partido por una vida libre en Kurdistán o los baluches, los que mayores bajas militares han causado al régimen de los ayatolás.
Las revueltas que han puesto en aprietos más serios al régimen iraní han provenido del malestar social. La primera, la denominada Ola verde, surgió por el supuesto fraude practicado para evitar la victoria de un candidato progresista a la presidencia del país en 2009. Para ahogar las protestas, Jamenei y sus clérigos no dudaron en utilizar la represión en las calles. La segunda revuelta, la más grave, en 2022, lanzó a las calles a las mujeres en protesta por la muerte de Mahsa Amini tras haber sido detenida por no utilizar la vestimenta dictada por el régimen. Al igual que en 2009, la represión fue brutal contra el movimiento de las mujeres.
El error de la vía libre a Hamás
A pesar de la fortaleza del sistema autocrático de los ayatolás, el error de Jamenei al haber permitido que Hamás lanzase su ataque contra Israel no escapa a nadie. Abrió la puerta para que Israel debilitase a todos los aliados de Irán, dañara carrera nuclear del régimen chií, e hiciese tambalear al régimen. Quedan en pura retórica de promesas huecas las amenazas y la promesa de acabar con Israel. La respuesta contra la base norteamericana de Catar, previamente anunciada, no va más allá de lo simbólico.
Los sucesos de los últimos meses y semanas posiblemente no sean suficientes para acabar con el régimen iraní, pero el error de cálculo de Jamenei aleja todavía más el sueño de hegemonía en Oriente Próximo de la República islámica. Y habrá que ver, si no acelera el recambio del propio Jamenei. Tiempo al tiempo. La República islámica parece haberse equivocado al lanzar un órdago cuando no era tan poderosa ni disponía de aliados sólidos. ¿Habrá aprendido la lección Jamenei?