Mientras sectores de la sociedad norteamericana siguen con una cierta conmoción los zigzagueos políticos de su presidente, otros lo jalean y celebran sus desplantes y excentricidades, convencidos de que va a salvar al país de sus crecientes desequilibrios.

Podría ocurrir que las realidades tecnológicas tengan la palabra definitiva, al margen de las orientaciones políticas de Donald Trump o de sus próximos sucesores, porque cada vez parece más probable que las nuevas tecnologías lleven a unos cambios económicos y tecnológicos más allá de lo que hoy imaginamos.

Uno de los caminos para estos cambios podría ser el de la Inteligencia Artificial (IA) por la que tantos apuestan hoy, aunque los avances de IA parecen, para quienes no los siguen de cerca, fantasías de ciencia ficción de un ámbito más artificial que inteligente.

De momento hay ya transformaciones y logros en este sector que dejarán inevitablemente su huella, al tiempo que aceleran la competencia entre las grandes potencias económicas y tecnológicas como Estados Unidos, Japón, Corea, China o algunos países de Europa.

Aunque muchos vean este mundo de la Inteligencia Artificial como algo nuevo, han pasado ya 13 años desde que un Premio Nobel reconoció su valor, al otorgar el galardón al catedrático japonés Shinya Yamanaka y al británico John Gurdon por demostrar que las células adultas pueden reconvertirse en células madre, algo considerado imposible hasta entonces.

Aquel descubrimiento parece dar nuevos frutos con la Inteligencia Artificial pues ha permitido desarrollar hoy técnicas que multiplican por 50 la capacidad de regeneración celular estimada entonces, lo que puede llevar a métodos para rediseñar proteínas asociadas al rejuvenecimiento celular y curar enfermedades como la diabetes o combatir la ceguera.

Se empieza a hablar de la posibilidad de alargar la vida humana más allá de lo imaginable ahora, de forma que las nuevas generaciones podrían alcanzar la edad de 150 años, lo que a su vez llevaría a nuevos planteamientos socioeconómicos: la jubilación a las edades actuales sería imposible y los modelos sociales habrían de ser revisados totalmente.

Como en la Revolución Industrial en su día, los nuevos planteamientos exigirán conocimientos y estructuras nuevas, que podrían evitar el desempleo que muchos temen como consecuencia negativa de la Inteligencia Artificial: si unas tareas desaparecerán del mundo laboral, es probable que surjan nuevas necesidades y profesiones.

De inmediato, estas nuevas tecnologías parecen impulsar una carrera para dominar los avances tecnológicos y parece que Trump quiere aprovechar cualquiera de las ventajas que puede tener Estados Unidos para colocarse delante de su gran rival chino.

La dura competencia asiática

La lucha no es fácil, a pesar de la ventaja tecnológica de que Estados Unidos todavía dispone y la última muestra es la amenaza de Trump de subir nuevamente los aranceles a los productos chinos, mientras que Pekín responde restringiendo las exportaciones de materias primas en sus “tierras raras”, donde se hallan elevadas concentraciones de substancias necesarias para la industria.

Este tipo de tierra existe también en el vasto territorio de Estados Unidos, pero es preciso dedicar tiempo a preparar las posibles zonas de explotación, mientras que China ha impuesto el cierre de estas importaciones de forma inmediata… sujeta a las negociaciones que el presidente chino pueda tener con Trump en Corea del Sur a finales de este mes.

Es posible que los esfuerzos por limitar el acceso de los estudiantes chinos y de otros países extranjeros a las universidades norteamericanas correspondan a la inquietud de Trump ante la competencia asiática, pero semejante política es una espada de dos filos: cerca del 40% de los avances técnicos y descubrimientos científicos norteamericanos se deben a inmigrantes extranjeros que llegaron a este país para estudiar o para vender sus conocimientos y espíritu emprendedor.