AL caer la noche, la urbana Alsasua se transformó ayer por unas horas con su carnaval rural, una fiesta irreverente y transgresora en la que tienen cabida todo tipo de personajes relacionados con un pasado agrícola y ganadero. Pero en la villa hay un protagonista indiscutible, el momotxorro, una simbiosis de humano y bovino que se ha convertido en el principal embajador de Alsasua. Una figura que no deja indiferente a nadie.

Su fiero aspecto va en consonancia con su salvaje comportamiento. Enormes cuernos embutidos en un cesto conforman el casco que cubre su cabeza. En la parte central lleva un ipuruko del que cuelgan crines de caballo. Cubre su cuerpo con un narru o piel de oveja, sujeto a la cintura con cencerros. Su indumentaria se completa con pantalón de mahón, zatas y una sabana cubierta de sangre. En la mano porta la sarda, el tridente de madera con el que persigue y golpea a los pies de sus víctimas.

Según algunos, en el momotxorro se aúnan los diferentes significados del carnaval. La crin de caballo tendría un sentido purificador y ahuyentador de malos espíritus mientras que los golpes de sarda estarían unidos a la fertilidad y los cencerros al despertar de la naturaleza dormida duran el invierno.

Si bien la noche es el territorio en el que mejor se mueve el momotxorro y su séquito, el Colectivo Pro-Carnaval se empeña año tras año en que esta fiesta sea algo más que una anárquica y vistosa comitiva, prolongando la fiesta. Por ello, las celebraciones comenzaron desde el mediodía con una comida popular con alubiada como plato fuerte que reunió a 110 personas. Después, cuestación de alimentos o puska biltza, comandada por los matxin gaiztos. Además, los txikis tuvieron su propio carnaval rural con una concentración en la plaza Zumalakarregi en la que no faltó una chocolatada. Tampoco su propia comitiva a la plaza de los Fueros amenizada por la Burrunba de Aoiz y la txaranga Pasai y el baile de los momotxorros.

A las siete llegó el momento de acudir a Zelandi, donde se ultimaron los preparativos. Era el momento de que los momotxorros se untaron de sangre cara, brazos y la sábana que cubría su cuerpo. También la sarda con la que amedrentaron a todo aquel que encuentren en su camino.

Anunciado por un cohete, llegó el momento de la salida, un espectáculo sin guión que ayer volvió a concitar a miles de personas en una jornada lluviosa y fría. A pesar de las multitudes y los flashes, los momotxorros se resisten a ser domesticados.

Les acompañaban una nube de brujas que aullaban alrededor del akerra; las maskaritas, el contrapunto femenino del momotxorro; así como mullidos juantramposos, los rebeldes matxin gaiztos y un sin fin de personajes vestidos de arpilleras, cintas y diferentes elementos rurales. También estaba la golda tirada de bueyes para arar la tierra, preparándola para la primavera o la boda, una nueva vida. Todos acompañados de gaiteros, txistularis, fanfarres y batukadas que llenaron las calles de diferentes sonidos en una catarsis colectiva en la que los pastores pusieron un poco de orden.

No hay fiesta sin bailes y en el carnaval de Alsasua es la Momotxorroen dantza, que muchos ensayaron las semanas previas en el gimnasio del Instituto de FP. También momentos de descanso, con paradas en las ganbellas para abrevar el ganado.

Pero todo tiene un final. Fue en la plaza, donde no cabía un alma. Tras bailar por última vez la Momotxorroen dantza, llegó el momento de descubrir los rostros. No obstante, los alsasuarras volverán a transformarse, esta vez más al uso, este próximo sábado con el carnaval piñata. Y eso que ya habrá empezado la Cuaresma.