El Liberalismo constitucionalista surge de la Revolución Industrial y de la Ilustración. Nació en el continente americano, fruto de la rebelión contra su progenitor autoritario. Este era Inglaterra, quien despuntaba por ser el precursor y artífice de la gran transformación tecnológica.

Este enorme salto daría paso, a su vez, al nacimiento del primer Capitalismo, hermanastro del sistema constitucional, porque eran de diferente madre. La Ilustración, heredera del Humanismo, era usurpada por el ansia de poder y la codicia, presentes como elementos intrínsecos en la naturaleza humana desde los albores de los tiempos. Asimismo, parte integrante de los comportamientos grupales de algunos primates antecesores.

El Capitalismo es déspota y arrogante, egoísta y soberbio, pero hubo de confraternizar con su hermano liberal para sobrevivir. En realidad ambos se necesitaban y, por ello, nació el Estado representativo. Mediante este no sólo surgieron los derechos del hombre, considerándosele por primera vez como un individuo con sus connotaciones humanas. El pero es que también se legalizó el sistema mercantil, dando rienda suelta al enriquecimiento personal a toda costa.

Por ello, si se analiza el aspecto de la dignificación del hombre, propiciado asimismo por la burguesía, en síntesis aparece como una necesidad de reorganizar las desigualdades sociales. Ahora estaban basadas en la diferenciación entre ricos y pobres, y no como antes por estamentos. Sin embargo, la intencionalidad no era del todo sincera y encerraba una gran trampa. Más tarde, tras los síntomas, se convertiría en una gravísima enfermedad.

El inicio del ciclo liberal se sitúa tradicionalmente en 1778, con el surgimiento de la Constitución de los Estados Confederados de América del Norte. Con posterioridad se exporta a Europa y se suceden la Revolución Francesa y sus textos legales, la carta de Cádiz de 1812, etc. Se instaura la representatividad, basada en la soberanía popular -más teórica que real-; la división de poderes, la práctica parlamentaria y los partidos políticos. En paralelo, se agiliza la inversión financiera capitalista, dentro de un abanico de posibilidades, sustentadas más en la iniciativa privada que en la pública. En este punto, las funciones del Estado se difuminan, porque no sabe responder a este fenómeno de progresión mercantil incontrolada e inseparable al Capitalismo.

Ya en el siglo XX, el régimen comunista ha pretendido poner fin a este vacío mediante el control totalitario de los medios de producción. Pero acaba sucumbiendo a los mismos males del capital; el abuso de poder de los representantes, la codicia y la corrupción. Aparte, bajo este sistema tienden a desaparecer los derechos individuales, como sucede hoy en día.

La Revolución Rusa y el Crac del Veintinueve supusieron dos mazazos para el sistema liberal, dos síntomas de la enfermedad que en sus entrañas venía gestando. Hasta tal punto, que estuvo a punto de extinguirse durante la época de los totalitarismos europeos y después con la guerra fría. En base a ello, necesitaba recomponerse y resurgir de sus cenizas.

¿Dónde y cómo lo haría? Donde nació, en América, como Neoliberalismo. Su fuente inspiradora es la idea de sociedad de consumo, enmascarada en la obsolescencia programada o caducidad voluntaria de los artículos industriales. El padre tiene muchas cabezas, innumerables tentáculos que se llaman mercados financieros. Ha despojado a su predecesor liberal de la herencia más preciada del ideario humanista.

El imparable sistema depredador de los recursos naturales se reviste de las hipocresías y corrupciones más deleznables de la naturaleza humana. A la hora de encontrar una explicación científica a estos comportamientos, se necesita un conocimiento global de la Historia. Debe abarcar otras ramas del saber, como la Antropología, que explica las pautas de interacción social de los primates, tanto actuales como los predecesores del Homo Sapiens Sapiens.

Llegado a este punto, por ejemplo, estoy de acuerdo con el autor Josep Fontana en que hay que repensar la Historia. Debería ser como instrumento al servicio de la memoria colectiva, y no como versión adulterada por una determinada clase, movimiento o grupo social. En vez de defender a capa y espada una visión occidental, según la filosofía positivista de Augusto Comte, miremos al pasado y al presente, por esta vez, con ojos nuevos.

Quizá, así, podamos comprender que estamos en los albores de un nuevo ciclo. En él tienen que seguir predominando los valores humanos, con sus connotaciones más éticas y universales. No tiene porqué desaparecer el sistema constitucional, logro de siglos, pero sus niveles y formas de representatividad han de mejorar. Aparte, debe primero librarse de los males nefastos que lo asfixian y oprimen, comprometiendo su continuidad.

En primer lugar, el Estado debe recobrar su dignidad, hoy pisoteada por la iniciativa privada mercantil. En esta, encuentran cabida muchos representantes del orden político, que sucumben a la mala gestión del poder y a la corrupción, convirtiéndose en meros instrumentos del Capitalismo más despiadado. Este, como hijo de la codicia individual no contempla el bienestar del conjunto de la sociedad, sino de la élite financiera o neoburguesa.

Es necesario que se transformen los métodos de representación. El sistema bicameral y la organización en partidos políticos necesitan actualizarse al siglo XXI. Es algo que ha quedado en evidencia desde la actual crisis económica internacional, que es la fiebre de la enfermedad a la que antes me refería.

Las nuevas tecnologías, las redes sociales, etc., representan un gran papel en la nueva era. ¿Por qué no una democracia directa a través del voto digital y telemático? Pero mientras no predominen los valores humanitarios, cualesquiera que sean los cambios, no dejarán de ser más que eso: simples mutaciones que no varían lo esencial. Transformaciones ha habido muchas; políticas, económicas, religiosas, de mentalidad?, pero todas obedecen a lo mismo: a más y más fórmulas que enseguida quedan obsoletas y no resuelven la organización.

Por el contrario necesitamos, de una vez por todas, hallar un verdadero sentido a la evolución. No sólo por el hecho de hacerlo, sino por encontrar definitivamente una convivencia pacífica y sostenible, porque el futuro de la especie nos va en ello. En el nuevo orden deberían ser absolutamente incuestionables los derechos y deberes individuales. También ilimitadas las posibilidades de un verdadero desarrollo inteligente y ecológico.

Aunque la armonía social, presente en la organización colectiva de otros seres vivos, quizá para muchos sea utópica. Entonces, con todo este rompecabezas, ¿en qué se deberían sustentar sus principios? Es probable que existan respuestas, como la que se ha expuesto desde esta óptica de la Historia o ciencia interpretativa de la evolución.

En resumen, la clave del enigma se encontraría en la toma de conciencia y superación de los efectos más negativos de nuestros instintos primarios. Estos se podrían agrupar en varias categorías; procreación, reacciones de supervivencia, búsqueda intelectual colonizadora, ansia de depredación y frenesí destructor.

Son elementos tan intrínsecos a nuestra naturaleza como el código genético. En este se ven fielmente reflejados a través del tiempo, tanto en toda la familia humana como en cada individuo.