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Améscoa Baja en el año 1817

Améscoa Baja en el año 1817

varios documentos del Archivo General de Navarra sitúan el número de fuegos u hogares del valle de Améscoa Baja en unos 190, de los que 172 eran propietarios de vivienda y 18 inquilinos. Esta división territorial y administrativa incluía en 1817 a los pueblos de San Martín, Ecala, Zudaire, Baquedano, Baríndano, Artaza, Gollano y Urra. Se contaba con dos cirujanos y un albéitar o veterinario, cuatro maestros de enseñanza y 125 artesanos.

Respecto de las industrias existían sólo dos molinos, aunque aparecen mencionados cinco colmenares. La actividad era mayoritariamente agropecuaria, como en toda la Navarra de principios de siglo, con más intensidad aquí al tratarse de un valle montañoso, aunque perteneciente a la zona media.

La superficie de suelo cultivable estaba dividida entre 6.505 robadas; 584 de tierra de secano, pertenecientes a tres categorías, y 81 de regadío, del mismo modo repartidas.

El ganado como es de esperar era abundante, ya que las reses se aclimatan bien al tipo de terreno de las zonas montañosas, aparte de ser una de las principales fuentes de subsistencia. Aparecen contabilizadas más de 2.500 cabezas de lanar, unas 1.000 de pelo, igual número de vacunos, cifra semejante de cerdos, la mitad aproximadamente de cerriles semisalvajes y 140 yuntas de bueyes. La suma total da 6.285 animales, entre adultos y crías, para ser atendidas por una población de 1.043 individuos, lo que toca a poco más de seis por persona. Cifra realmente importante al lado de la ausencia total, tras la guerra de la Independencia, en el cómputo de Estella.

Repartida esta riqueza, de forma hipotética y proporcional entre el número de fuegos; daría 34,2 robadas de secano por familia, menos de media de regadío y 33 animales por hogar. Traducido a términos económicos, a niveles generales, la tierra de secano aportaba anualmente algo más de 3.000 robos de trigo (unos 66.000 kilos). Si el reparto fuese en proporción, hecho imposible a tenor de las diferentes categorías del suelo cultivable y las dispares condiciones de tenencia de la tierra; corresponderían unos 350 kilos anuales por familia, y 10,84 reales de vellón por el beneficio por el disfrute de las huertas.

Dejando al margen el producto de los dos molinos, los beneficios de los artesanos y otros trabajadores especializados, el aporte en concepto de montes, por la madera, leña y carbón; y el de los pastos, colmenares, hierbas y aguas era de 59.560 reales anuales.

Dividida esta cifra entre el número de habitantes del valle, una vez descontados los artesanos y otros profesionales, o sea sólo las 911 personas dedicadas exclusivamente a las tareas del campo, da el producto de 65,36 reales por cabeza, o 358,4 por familia.

Como resultado global, tendríamos que un núcleo familiar en condiciones medias debería pasar el año con algo más de 368 reales. Pero el umbral de la pobreza, aproximadamente, se situaba en una renta inferior a 1.460 anuales: unas 365 pesetas. Aunque aún habría que añadir unos 300 kilos de trigo y una cabaña de 33 animales, no parece una perspectiva halagüeña, dada la inestabilidad climática y su influjo en las cosechas, la mortandad en el ganado, etc.

Aun y todo, el valle de Améscoa Baja se habría visto más favorecido, en cuanto a superficie cultivable o comunicaciones, respecto al de Améscoa Alta, que comprendía las poblaciones de Eulate, Aranarache y Larraona; o el de Lana. Pero el hecho es que ambos también perdieron habitantes entre 1648 y 1818. Sin embargo otros núcleos como Los Arcos o Viana, situados en el somontano, o los que se emplazaban en la depresión estellesa (valle de Yerri, por ejemplo), experimentaron crecimiento, sobre todo los primeros. Este hecho estuvo propiciado por la mayor extensión de las parcelas cultivables y las mejores condiciones económicas.