En 1953 y con los campos europeos aún rusientes por el calor de las bombas de la guerra mundial, la llamada Guerra Fría mantenía encendidas las brasas del miedo en el cuerpo de la gente de a pie. Como respuesta a esos terrores colectivos, la industria cinematográfica comenzó a producir toda una serie de películas de catástrofes, monstruos creados por la radiación atómica, hormigas gigantes, muertos vivientes y marcianos que acosaban a la tierra. Este mismo año, sin ir más lejos, el cine hollywoodiense parió un bodrio titulado Invasores de Marte, y el gran Orson Welles estrenaba La Guerra de los mundos. Aquel año no aterrizaron marcianos sobre la vieja Iruñea, y lo único relevante que cayó del cielo fue una buena nevada, que cubrió una avenida de Galicia que se encontraba aún en proceso de gestación. Vemos, por ejemplo, que falta ostensiblemente el cuartel de la guardia civil, y ello permite ver asomar la estatua de la Milagrosa, en alto y a la izquierda.

Hoy en día y aunque debemos de reconocer que el paisaje urbano de 1953 permanece perfectamente reconocible, los cambios son también fácilmente identificables. Por otro lado, la repetición mimética de la foto antigua no es posible debido a la presencia del colegio de los Maristas, levantado dos años más tarde, y que con el mismo ángulo de 1953 ocultaría con su mole la manzana de casas de la foto antigua.

Hoy en día los apocalípticos terrores nucleares han cedido su lugar a otros miedos mucho más corpóreos y reales, y sabemos que el fin del mundo no vendrá dado por la devastadora acción de Godzilla ni por una invasión selenita, sino por el cambio climático, el calentamiento global y el efecto invernadero. Es fácil comprobar, por ejemplo, que las nevadas de ahora parecen de juguete comparadas con las que caían en 1953. Pero en cambio hay veces que se pone a llover... y parece que no va a parar nunca.