Un viaje en el ferrocarril Estella-Vitoria
Mi padre me contaba no pocas anécdotas de la línea de ferrocarril de Estella-Vitoria, tren al que yo también me apeaba cuando íbamos de excursión a bañarnos a Murieta, pero del que sólo guardo ya algunos recuerdos difuminados en el desván de la memoria. Por eso, creo que es importante recuperar los que van cayendo en el olvido.
Las primeras locomotoras que comenzaron a funcionar a partir del año 1927 iban propulsadas a vapor, tras años de esfuerzos y trabajos intensos hasta verse hecho realidad el proyecto, que a su vez enlazaría desde Vitoria con otras ciudades del País Vasco. Las estaciones del recorrido eran funcionales y vistosas. La de Estella destacaba por su arquitectura, que se mantiene en pie gracias a varias reformas y está destinada en la actualidad a albergar la estación de autobuses y a diferentes usos culturales.
El ferrocarril mejoró la comunicación de las poblaciones situadas en las cercanías de la línea, dinamizando el comercio y las actividades agropecuarias, y supuso un paso la mejora de las estructuras y la vertebración del territorio. El pero era la infinidad de paradas que realizaba el convoy y la consiguiente duración del trayecto, de unas dos horas, ya que se detenía en todas y cada una de las estaciones, hubiera o no viajeros en los andenes.
En cuanto a su rendimiento económico, cabe decir que una de las rémoras fue el gran número de personas que viajaban de balde: familiares de los empleados, sacerdotes de los pueblos, agentes de la Guardia Civil, enchufados, gorrones? Hasta tal punto que uno de las anécdotas más peculiares se refiere a ello. Mi padre ejercía como viajante textil por las provincias vascas y aquella jornada la había pasado visitando las tiendas de Vitoria.
Al regresar hacia Estella, y como se encontraba muy cansado, decidió adquirir un billete de primera clase para ir más a gusto y sentirse a sus anchas.
Una vez en el vagón, el interventor, de apellido Moneo, exclama: “¡Tiene esto gracia, el único viajero que ha pagado y no tiene asiento!”. Las plazas las ocupaban cinco curas vestidos de negro, un grupo nutrido de estudiantes, hijos de trabajadores del ferrocarril que iban todos los días al colegio; y la omnipresente pareja de la Benemérita. Solventado el incidente, y mientras el tren regresaba a la ciudad del Ega, al paso por Ancín y Murieta ya se podían contemplar los enormes montones de remolacha azucarera junto a las vías y los andenes de carga, preparados para su traslado a las factorías manufactureras.
Otros recuerdos se refieren a las monedas que poníamos en la infancia sobre los raíles, con el fin de que la maquinaria de hierro las dejase a su paso como una chapa fina. O sobre la plataforma giratoria de la estación de Estella, que permitía dar la vuelta a locomotoras y vagones, situándolos en posición de iniciar el trayecto de nuevo hacia Álava.
Tras el vapor vino el carbón y más tarde la electricidad; pero a sus cuarenta años de vida, y a pesar de túneles, puentes y demás infraestructuras, el ferrocarril fue perdiendo terreno a favor de camiones y automóviles, que realizaban la ruta en menos tiempo. Por lo que su último servicio lo realizaba el 31 de diciembre de 1967. ¡Descanse en paz!
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