Los txikis de Lantz quieren ser Ziripot
Ibai Musquiz creció viendo como Ziripot salvaba al pueblo de Lantz del malvado Miel Otxin. Ahora, y por tercera vez, encarna al bonachón gigante en carnaval
lantz - Aún queda un buen tramo para entrar en Lantz y los coches ya abarrotan los márgenes de la carretera. Pasan pocos minutos de las 12.30 horas y es imposible aparcar más cerca. Una pareja con dos niños camina despacio hacia el pueblo, ella lleva a uno de los txikis, el más mayor, de la mano y él, sobre los hombros. Al llegar a la posada, el bar del pueblo, ambos se detienen. Un nutrido grupo de gente les impide el paso, así que toca esperar. Dentro del edificio, al pie de las escaleras que llevan a la buhardilla esperan decenas de niños y niñas ansiosos por ver a Ziripot. Arriba, en plena transformación, está Ibai Musquiz, de 15 años.
“Este es el tercer año que hago de Ziripot. Vestirse es un poco agobiante, pero se puede aguantar”, comenta Ibai, mientras Iñaki y Luis se afanan en terminar de rellenar los sacos. “Con sacos y todo, pesará unos 15 kilos escasos”, comenta Luis, que está arrodillado detrás de Ibai. “Lo peor, más que el peso, es el agobio”, recalca Ibai, que se apoya con una mano en Iñaki para seguir de pie y no caerse al suelo. “Es un orgullo poder seguir con las tradiciones de mi pueblo. Ahora ya no estoy nervioso, el primero sí”, recuerda con una sonrisa. “Hay que dar la talla ¿eh?”, pregunta Luis, interrumpiendo su trabajo por un momento.
“Los chicos que lo hacían antes lo dejaron y nos dijeron que nos apañásemos entre los de mi cuadrilla. Como nadie quería, me presenté yo”, explica Ibai, que a estas alturas casi no puede moverse. “El momento más bonito del carnaval es cuando Ziripot da la vuelta por el pueblo”, confiesa el joven.
“Hay que empezar a coser”, decide Luis. Así que, ante la atenta mirada de los txikis, Iñaki se acerca hasta un viejo armario blanco y saca un grueso hilo marrón y dos enormes agujas. Luis se agacha y, con movimientos rápidos y certeros, empieza a coser el traje de Ziripot. Poco a poco, Ibai queda atrapado en el cuerpo del héroe del pueblo, ese que, según cuenta la leyenda, evitó que el malvado bandido Miel Otxin escapara una vez capturado.
Embelesado y sin perder de vista las rápidas manos de Luis está Andoni Sarasibar. “Cuando sea mayor yo también quiero ser Ziripot. Me dejaré tirar al suelo, para cumplir con la tradición”, afirma el txiki, que a sus 11 años se estrena como Zaldiko, el eterno enemigo del bonachón gigante. “Zaldiko era el caballo de Miel Otxin, así que pelea contra Ziripot para que no lo capture. Yo lo tengo que empujar para que se caiga al suelo”, explica divertido Andoni, que, a pesar de ser primerizo, no está nervioso. “Voy a llevar la cara tapada, nadie me va a reconocer”, apunta.
Ya casi son las 13 horas, momento de salir. “Vamos a ponerle la piel, el suelo está muy mojado”, dice Juanma, que aparece de repente, entre los mini-txatxus que abarrotan la buhardilla. Y así, con una piel de jabalí cosida a la espalda, la cara tapada y un gorro de paja en la cabeza, Ibai baja las escaleras con dificultad y se dirige a la calle. El carnaval de Lantz acaba de comenzar.