TAFALLA.- La polifacética escritora y artista tafallesa Raquel Olcoz Moreno, residente en Italia desde hace varios años, presenta hoy en Madrid su primer libro, dirigido principalmente al público infantil: Leo quería la luna, enmarcado en la colección Piccolini de la editorial Altamarea. Presentará además una novela que ha traducido del italiano al castellano, La viña de uvas negras, de la autora siciliana Livia de Stefani, que se publica por primera vez en España por esa misma editorial.

A punto de cumplir 42 años, esta escritora tafallesa licenciada en Periodismo y en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra ha trabajado como redactora, locutora y guionista en diferentes medios y como actriz de doblaje en varias películas, series y documentales, hasta que en el año 2008 se trasladó a vivir a la localidad italiana de Ferrara, desde donde ha continuado colaborando para diferentes medios de comunicación.

Sus inquietudes artísticas y sus sentimientos más profundos le han llevado también a canalizar su quehacer creativo en la escultura. “Al igual que escribir, esculpir y modelar la arcilla es un eficaz método de catarsis, una terapia para oxigenarme”, explica.

De su cuento infantil Leo quería la luna indica que “está especialmente dirigido a primeros lectores, niños de tres a seis o siete años. Aunque, en realidad, el mensaje que encierra puede ser una enseñanza también para los más mayorcitos e incluso para los adultos. En un mundo en el que parece que tanto tienes, tanto vales, hay que recordar el valor de las cosas que están ahí, que no son ni pueden ser propiedad de nadie, pero de las que podemos disfrutar y que debemos cuidar”.

En su trabajo se habla de la importancia de aprender a disfrutar serenamente de las cosas más bonitas de la vida: las que no se pueden poseer”, apunta Olcoz. De esta primera edición del libro, ilustrado con dibujos de Patricia Bernardos, se han editado 1.200 ejemplares que han salido a la venta por 15,90 euros y próximamente se podrá adquirir en las principales librerías. En cuanto a la novela La viña de uvas negras de Livia de Stefani en opinión de Olcoz “se trata de una pequeña joya que merecía ser abrillantada. Su autora se dedicó a la literatura contra la voluntad de sus padres. En esta novela retrata con una mirada compasiva y casi documental la vieja Sicilia rústica y profunda de principios del siglo pasado.

Trayectoria Cuando hablamos de su afición a la escritura, Raquel Olcoz rememora que “escribo desde que tengo uso de razón. De pequeña, mi mejor juguete era una máquina de escribir AEG súper antigua que aún tengo en casa, pesadísima y con las teclas muy duras. Mis padres siempre me animaron a leer y a escribir. A los 11 años presenté un relato al Primer Certamen de Cuentos Ciudad de Tafalla y lo gané, con un premio de 25.000 pesetas con las que me compré otra máquina de escribir”.

En 1998, al día siguiente de su licenciatura, se fue a Madrid “a buscarme la vida. Ya había estado allí en prácticas un verano y esa ciudad me había hechizado. La verdad es que tuve suerte, encontré trabajo al poco tiempo, y desde ese momento nunca me faltó”. Durante más de diez años trabajó como redactora y locutora en varios programas de TVE y Antena 3, como guionista en Tele 5 y La Sexta y como actriz de doblaje en muchas películas, series y documentales, hasta que en el año 2008 conoció al que hoy es su marido y se trasladó a Ferrara, en Italia, desde donde ha seguido colaborando para diferentes medios de comunicación, a la vez que formándose, traduciendo y escribiendo.

En uno de esos reportajes que tuvo que realizar sobre la crisis de los refugiados sirios Olcoz vivió una experiencia que ella misma califica como “muy dura, conocí historias terribles. Trabajar con esta información empezó a ser un peso. Llevaba a cuestas una empatía amarga, un gran desasosiego, una especie de incomodidad, de rabia y de pena enquistadas. En esa época -señala- había comenzado a aprender a hacer esculturas en un Laboratorio de Arte que hay en Ferrara y me pidieron que hiciera una para una exposición que iba a llevar por título El viaje. Yo empecé a modelar la arcilla y lo que me salió fue un grupo escultórico en terracotta y alambre espinado oxidado, la imagen de una familia: el rostro suplicante de una madre, el padre a punto de estallar en llanto, una niña asustada cubierta con un trozo de arpillera. La titulé Hijos de Siria. No me salía esculpir otra cosa. Desde entonces, hacer esculturas se convirtió en mi momento de relax, es una buena terapia para oxigenarme”.

En cuanto a su futuro, apuntaba que “ahora mismo el cuerpo me pide el tener un trabajo que me permita compatibilizarlo con tener tiempo para mi marido y mis dos hijos, que ahora tienen 8 y 5 años. Escribir me apasiona, desde siempre. Traducir me resulta muy estimulante, me gusta y me enseña mucho. Me siento tremendamente afortunada por poderme dedicar a esto y espero poder seguir haciéndolo en el futuro”.