Hay dos joyas arquitectónicas protogóticas en la vieja Iruña que estimulan los sentidos hasta hacerte bucear e, incluso, volar en el sfumato del pasado: La capilla de San Jesucristo del entramado catedralicio y la bodega del antiguo Palacio Real, hoy sede del Archivo Real y General de Navarra. Confesionarios, ambos, liberadores de gozo y alma de las Josunes y Manolitos de turno de trabajo o de mero culto, respectivamente. Por el palacio también andaba la mismísima filosofía de la vida, de su historia, del arte y de los amores venidos, desechados y migrantes, en la mañana del pasado viernes.

La estancia palaciega del siglo XII es per se una genial exposición, aunque sirve también como estancia de iluminadas vitrinas con muestras de variados detalles. Mas la luz verdadera, la que cuenta, es la natural, esa que siempre está al abordaje y penetra homogénea, a fiel ritmo estacional e indefectiblemente por las aspilleras de este semisótano, medio bodega, medio fortaleza; aspilleras que son ojos y enormes bocinas de defensa, pero lo son más focos creadores de efectos históricos y espirituales. Una deliciosa paleta que traza, a tresbolillo, contornos, haces y equilibrada armonía.

Algo tienen estos lugares cuando se accede a ellos y? se para la respiración y el tiempo. Y te postras.

El palacio de los reyes Al norte del escarpe de la Navarrería se sitúa lo que los pamploneses nacidos en el siglo XX hemos conocido como Palacio de los Virreyes (Palacio Virreinal) o de Capitanía General. Lo que fue en origen, y lo son sus restos auténticos, formaron el más importante edificio civil medieval de la ciudad. Desde la conquista de Navarra se fue modificando hasta acabar convirtiéndose en un caserón barroco. En 1840 pasó a ser Capitanía y desde 1893 hasta 1971, Gobierno Militar. En 1976, el Ministerio de Defensa lo cedió a la ciudad. Entre 1998 y 2003 fue radicalmente transformado en archivo, bajo la dirección del arquitecto tudelano Rafael Moneo.

En su origen y cronología (siglo XII) abundan las disputas y los cambios de propiedad entre monarcas y autoridades eclesiásticas. En 1194 consta que Sancho VII el Fuerte dona al obispado este y otros palacios. Se detallan en estas transferencias sus estancias como hórreos, bodegas y variados enseres.

Las estancias medievales del Palacio Real tienen dos alas (50 y 30 metros de longitud) en ángulo recto y posicionados al norte y al oeste; enmarcando y resguardado un gran patio abierto al sur.

En el semisótano del ala norte está esta inspiradora obra. Es una amplia estancia de 28 metros de envergadura y abovedada con arcos entrelazados. Desprende sobria y bella monumentalidad; señera de la arquitectura del momento.

Se le ha identificado como bodega y, a dual role, como defensa militar. También pudo servir de cilla y almacén. Esta sala se encuentra en el piso inferior o semisótano de las dos alas. Tanto su construcción como la de los muros y contrafuertes equilibrados sobre la terraza del Arga está datada en la decena de años que van de 1189 a 1198.

La puerta de la bodega tiene su perfil apuntado. La sala ejerce, además, de basamento para un ala palatina, ampliando la plataforma de la plaza por el norte. Así, el piso superior está al nivel de la plaza, mientras que su cara sur queda más abajo, permitiendo la abertura por ese lado de un uniforme y simétrico cuerpo de luces.

La bodega se divide en cinco tramos rectangulares, cada uno cubierto con su respectiva bóveda de arcos cruzados. Cada tramo se ilumina mediante las mentadas ventanas abocinadas de medio punto.

Los sillares, que no encuentran ni ménsulas ni apoyos, y los arcos muestran buena labra y acabado. Es una obra, tan equilibrada como pragmática. Los arcos fajones trazan un ligero perfil apuntado, mientras que los cruzados son semicirculares. Los cruces se enclavan con un sillares romboidaes.

HISTORIA, LÍRICA Y PATRIMONIO A uno, leyendo Amaiur, 1522, los navarros que defendieron el reino, de Peio J. Monteano, le asalta la ilusión de que a este lugar se le podría dar el nombre de alguno de los legitimistas navarros que entregaron su vida hasta el final por la independencia de su estado. En esta bodega de las entrañas de Navarra te puedes enchispar con uno solo trago de imaginación viendo a Jaime Vélaz de Medrano. El héroe de Iguzkiza compartía mesa y buena jarra de morapio planificando la defensa de su país o celebrando que lo había recuperado.

Afuera, con el talle enfrontilado a la basílica de San Fermín y a las lacasitas aledañas, asalta la lírica de glorias, fidelidades y amores. Ya en marcha, el frío congela filosofía y leyenda y te devuelve a la realidad. Pero hay que insistir para que la gente sepa, a través del cuidado de lo que queda, de dónde venimos; asunto nada baladí porque te aporta, además de conocimiento y el ejercitar el sentimiento, la libertad de elegir (o no), caminos de presente o de futuro. El patrimonio cultural es un concepto que define no solo los elementos materiales. El patrimonio, además, produce un efecto que te integra en la naturaleza, en la sociedad y en los estilos de vida de cada día. Hoy mismo. Te puede enamorar. Y con amor... cualquier bodega acrecienta su valor como herencia viva.