El origen del Monasterio de Fitero se remonta a los primitivos que hubo en Yerga y Niencebas. Desde 1152 se halla en el actual emplazamiento, siendo su primer abad San Raimundo de Fitero, santo que será honrado en un mes, en su festividad del 15 de marzo. Durante los siglos XII, XIII y XIV fue una codiciada y muy guerreada plaza entre Navarra y Castilla. Desde 1373 pertenece a Navarra y su abad disfrutó de asiento en las Cortes de Navarra por el brazo eclesiástico. El cenobio forma un vasto conjunto de fábrica medieval y modernas que circundan el claustro y se prolongan hacia el sur por el Paseo de San Raimundo.

Este claustro de gran valor patrimonial es también, tras nueve años de trabajo (2009 a 2017) y casi 6,4 millones de euros (88% Gobierno de Navarra y 12% UE), un bellezón recuperado para mayor gloria y sutilmente acicalado. Queda adosado a la iglesia por el lado de la Epístola. A él se accede por una bella portada románica. La parte baja es de estilo renacentista. Su obra fue patrocinada por los abades fray Martín de Egüés I (1503-1540) y fray Martín de Egüés II (1540-1580). En él trabajaron el cantero guipuzcoano Luis de Garmendia en la estructura arquitectónica y el maestro francés Baltasar de Arrás en la obra de piedra. Y, más tarde, por el también cantero guipuzcoano Pedro de Arteaga a lo largo de los años 1561 y 1572. El sobreclaustro, de estilo ya más académico al estilo herreriano data de los primeros años del siglo XVII; así lo dice la leyenda de su friso: Acabose la fabrica de este sobreclaustro siendo abad de este monasterio Fr. Ignacio de Ibero, año de 1613.

El claustro bajo presenta una planta cuadrada con siete arcadas apuntadas sobre apoyos al tipo conocido como Reyes Católicos con muchas columnas y capitel corrido. El lado oriental está protegido por contrafuertes exteriores. Los otros lados muestran seis arcadas levemente apuntadas sobre pilares cuadrados. Los tramos quedan cubiertos por bóvedas estrelladas. Lo que más llama la atención es la riquísima ornamentación plateresca de los capiteles, en los que lucen grutescos y variados motivos como el carro de la muerte, ángeles, mascarones, pájaros, heráldicas, personajes bíblicos y otros curiosos símbolos. El arte, la magia y la alegría cambian de súbito al elevar la mirada al sobreclaustro. Allí la severidad es quien preside las emociones. Las trazas, al modo escuraliense, aportan otros argumentos (también valiosos), donde el rigor del trazo y el ritmo son lo primordial. Se comprueba en las arcadas de medio punto entre pilastras; y en su galería, que se cubre con bóvedas de medio cañón con lunetos.

Se puede conocer este claustro y otros tesoros fiteranos a través del programa Fitero Cisterciense: Visitas teatralizadas, visitas libres o con guía, visitas a la iglesia abacial, visitas familiares. Para concertar la visita: www.fitero.es o escribir a la oficina de turismo (turismo@fitero.es).

carmelo fernández vergara Para otra más que merecida ocasión dejamos el hablar de otros valores patrimoniales y humanos de la querida villa. Se trata de destacar las obras y personas que supieron apuntalar el pasado, sembrar y cosechar en el presente y han dejado a jóvenes y al futuro la incalculable herencia de otros tesoros patrimoniales. En el recuerdo imborrable asalta la figura de Carmelo Fernández Vergara, El Farruco, recientemente fallecido, hombre que del sentimiento hizo filigrana; mérito inmenso el de que de colosales manos surgieran artesanías tan perfectas: esos muebles, carruajes, animales... Y la cruz de la Atalaya y nosecuántos belenes y trabajos por el bien de su pueblo. Un gran hombre inventado a sí mismo, un autodidacta convertido en un hombre del Renacimiento en el siglo XX. Sé que El Farruco, junto a algún otro héroe fiterano, salvaron al Monasterio de Fitero hace ya bastantes décadas de que su ruina se convirtiera en total. Por propia iniciativa sujetaron varios de los muros maestros del monasterio con cementos y hormigones evitando su derrumbe. Todas las intervenciones posteriores en este gran y valioso espacio patrimonial de Fitero pudieron afrontarse de mucha mejor manera por esos pioneros en la salvaguarda del patrimonio. Sin duda, la obra de Carmelo Fernández, además de los homenajes recibidos con todo merecimiento, debería quedar habilitada en un buen lugar para prolongar su memoria. En el propio claustro del Monasterio de Fitero podría habilitar se un lugar que luciera parte de su creaciones artísticas. Un buen homenaje a la cultura; al patrimonio de los lugares; y a los hombres y mujeres que lo ha amado, cuidado y aumentado. Un olé eterno para El Farruco y para otros como él.