pamplona - Miércoles, 4 de noviembre de 2009. “Una niña vino con su madre a la tienda y fue directa a las legumbres, como todos los niños. A tocar. Fue a los sacos y metió la mano, yo pasaba por allí y le dije: ‘¡Eh, chiquita!’. Se quedó tan cortada que marchó seria a donde su madre, aunque ya le dije que no pasaba nada. A los dos días me aparece la cría, que ahora tendrá 19 años, con este dibujo”, relata Jesús Mari Torrens, mientras enseña orgulloso una ilustración con trazo infantil en la que aparecen perfectamente representados él y su tienda, la estampa que acaba de describir. Lo firma Cecilia, y Jesús Mari lo guarda, desde entonces, como un tesoro.

Recuerda, también, aquel 28 de diciembre de 2000, Día de los Inocentes, cuando decidió -como cada año- gastarle una broma a su padre, que por aquel entonces ya estaba jubilado y había dejado la tienda en sus manos. “Liquidación total por cese de negocio. Próxima apertura: Banco de Illinois”, se leía en la puerta. “Más de un cliente se lo creyó, casi fue hasta malo para nosotros. Pero no olvidaré nunca la cara que puso... ‘¡Qué jodido!’, me soltó cuando se enteró de que era una broma”.

Resultaría imposible enumerar todos los buenos momentos que la familia Torrens ha conseguido atesorar, con mimo, en su tienda de alimentación de la calle San Miguel a lo largo de cien años de vida. La semana que viene lo celebrarán por todo lo alto con una fiesta para clientes y amigos, una cita que pondrá el broche a una vida poblada de experiencias e historias inolvidables en torno a una firma que se ha sentado a la mesa, durante años, con infinidad de familias del Casco Viejo. Y es que un siglo no se cumple todos los días... Y da para mucho.

Fue el abuelo de Jesús Mari, Nicasio Torrens, quien adquirió en 1919 una antigua abacería -un ultramarinos en el que se vendía prácticamente de todo, desde jabón, vino o alimentación hasta alpargatas, clavos o medias-, propiedad de Doroteo Barceló. “El suelo era de tierra y en la puerta había unas argollas para atar a los burros, que venían con los fardos para cargar luego la compra”, recuerda Torrens.

La estampa ha cambiado considerablemente desde que vendían los productos que sus abuelos tenían en la huerta -“un buen terreno en La Magdalena, con riego y ganado”-, que hasta entonces subían al mercado. “Después, cuando mi padre cogió el negocio, enseguida se dio cuenta de que hacían falta más cosas, y ya trabajábamos con productos locales. Puso suelo de baldosa, una persiana de cerezo, acondicionó la puerta y convirtió el espacio en una tienda”, relata su hijo, ahora jubilado, que ha estado al frente del negocio después de su padre durante 45 años, unos 35 junto a su mujer, Trini Ancizu. “Ella con mi padre tenía un feeling especial, se entendían muy bien”, matiza.

Jesús Torrens -que murió a los 95 años- era un hombre “serio en casa, aunque con siete hijos tenía que serlo, pero al que la gente recuerda con mucho cariño. Era de buen carácter”, dice su hijo.

Mantequilla de ETxalar Fue uno de los primeros en traer a Pamplona una cámara frigorífica, toda una innovación en la época. Les sirvió para guardar la mantequilla -la única que se traía- que compraba en Etxalar y, con 14 años, Jesús Mari repartía en bicicleta. “La teníamos que llevar en un cajetín de madera para que no se derritiera por el camino. La vendíamos, por barras, en el mercado nuevo y en unas cuantas tiendas de Pamplona”. Calle Amaia, Paulino Caballero? Recuerda el recorrido como si fuera ayer.

“Después, en Lekunberri, comprábamos un queso como una rueda de tractor, de unos 60 kilos, que se partía con unos alambres: un cuarto era para Torrens, otro para Azagra, otro para Erviti y para Oscoz. Éramos los que estábamos aquí, en el Casco Viejo”, señala.

En pleno centro de Pamplona, Torrens ha conseguido convertirse en una referencia con productos gourmet y delicatessen, un lugar conocido y frecuentado por vecinos del barrio que incluso piden consejo a los dueños a la hora de poner la mesa. “Hay clientes que igual solo vienen en Navidades, pero vienen todos los años, y varias generaciones. Eso te da una alegría? Cada vez es más complicado pero siempre hemos querido buscar y traer cosas diferentes, más innovadoras o especiales”, valora Trini, que señala que también la atención a la gente es importante. “Esa comunicación tan directa es muy gratificante, la gente te da mucho -dice-. Es cuestión de confianza, de sinceridad. Nosotros hemos sido siempre honrados y honestos”.

Aunque no han querido seguir con el negocio después de que Jesús Mari y Trini se jubilaran -decidieron alquilarlo a dos personas de confianza-, sus hijos siempre les han ayudado. “Cuando eran pequeños traíamos un fin de semana a cada uno. También es una forma de que vean que las cosas no son fáciles, que requieren de un esfuerzo. En Navidades, a pesar de tener ya su familia, cada año se cogía uno vacaciones para ayudarnos en la tienda. Eso es algo que siempre les agradeceremos muchísimo”, valoran.

Siempre han disfrutado con su trabajo, “que es un poco esclavo, pero muy bonito”, cuidando los detalles, adaptándose a los cambios y buscando en qué mejorar. “Nunca hemos perdido la ilusión, y la seguimos teniendo”, explican. “Somos muy chiquititos pero nos ha gustado estar al día, al tanto de todo, ir a las ferias, movernos? La clave es ir siempre con la verdad por delante para crear seguridad, confianza y, poco a poco, un nombre”. El de Torrens, en Pamplona, resuena ya desde hace un siglo.