Hola, personas, ¿qué tal todo? Dados los acontecimientos vividos esta semana supongo que muy bien y me alegro. A partir de esta semana los paseos serán paseados por una ciudad de Primera División. Enhorabuena a toda la ciudad. Un equipo en 1ª siempre es interesante para el corazón y para el bolsillo. Aúpa siempre Osasuna. Y ahora a lo nuestro.

Casi todos los ERP han sido paseos largos, callejeros, con gentes, tiendas, bares, recuerdos, parques, ríos, historia, vida. Hoy no, hoy vamos a dar un paseo corto en el espacio, apenas unos metros, pero largo en el tiempo, varios siglos, hoy vamos a entrar en uno de los cajones del joyero pamplonés y vamos a conocer los retablos del convento de las Agustinas Recoletas en la plaza de su nombre.

Resulta que mi hermana me sopló el otro día que se estaban llevando a cabo unas visitas explicativas por las iglesias de Pamplona, no sabía más detalles, solamente que este miércoles se iban a ver y a conocer los retablos de las Recoletas. Dado que debido a una extraña desviación tengo pasión por el barroco, allí que me presenté sin pensármelo dos veces. Lo de la extraña desviación es, como imaginaréis, en tono jocoso, no hace falta el concurso de ninguna desviación para amar el barroco.

Atravesé calles que aun olían a rojo, a banderas, a cánticos, a triunfo grande y a afición desbordada (pena me dan Madrid, Barça y Athletic Club, que nunca han disfrutado de un ascenso) y llegué puntual a la cita, daban las cinco en San Lorenzo cuando atravesaba el zaguán del convento de la Inmaculada Concepción. Nada más entrar me llevé una grata sorpresa cuando vi que quien dirigía la charla era el profesor doctor Ricardo Fernández Gracia, catedrático de Arte de la UN. Saqué papel y lápiz y abrí las orejas de par en par. El escrito de hoy está escrito al alimón entre él y yo. Él no lo sabe, pero ya me dictó su parte el miércoles en las Recoletas.

La historia comienza cuando a don Juan de Ciriza y a su mujer Catalina de Alvarado, marqueses de Montejaso, se les ocurre costear un convento de monjas como obra pía, les daba igual dónde y para quién. Madrid en ese tiempo tenía una gran sobrepoblación conventual y optaron por la capital del viejo Reyno. En un principio mantuvieron conversaciones con la orden franciscana para que fuese ésta la que se instalase junto a la Taconera, pero enterada del proyecto una monja agustina del convento de la Encarnación de Madrid (visita muy recomendada) llamada Mariana de San José, se movió y consiguió arrimar el ascua a su sardina haciendo que don Juan y doña Catalina eligiesen su orden como inquilina del nuevo convento.

Tras un intento fallido de ubicación, se dan por buenos los terrenos “junto a la puerta nueva de la parte de la Taconera (portal Nuevo), y mano derecha del arco de San Lorenzo”; dicho lugar pertenecía a la Corona así que, tras el pertinente estudio del terreno por parte de los técnicos, el virrey concede dicho enclave para la construcción del convento. El edificio es un típico edificio conventual del XVII, muy parecido al de la Encarnación, construido por el maestro de obras Juan Gómez de Mora, consta de un huerto central rodeado por las dependencias propias de una casa de oración, celdas, refectorio, capitular, noviciado, coro, ropería, cocinas, etc y una bonita iglesia cuya fachada orientada al sur se abre a un gran espacio ocupado por la gran plaza de las Recoletas con su fuente de Paret en el centro, “ así para que sirba de plaza al combento como para que ahora ni en tiempo alguno se pueda levantar edificio ninguno en esta Plaza”(sic).

El 4 de junio de 1634, con la llegada de cinco agustinas recoletas procedentes del convento de Eibar se pone en marcha la vida en el cenobio pamplonés. Las monjas ya no abandonarán nunca su casa excepto entre los años 1794 y 1808, que fueron expulsadas por los franceses para utilizar el edificio como hospital y como cárcel.

Su fachada es sencilla, una talla de piedra de la Inmaculada sobre el arco central de entrada al porche y las labras heráldicas del matrimonio Ciriza de Alvarado, un poco más arriba, flanqueando una ventana, son todos sus adornos. Otra cosa es el interior.

En un principio el templo contaba con un modesto retablo que no cubría todo el muro testero ya que se limitada a un cuadro de la Inmaculada obra de Vicente Carducho enmarcado por columnas, predela y ático. Se construyó en 1633 y allí siguió sin que nadie lo cuestionase hasta que en 1680 se presenta a las monjas un dibujo con un proyecto firmado por Juan de Ursularre de un retablo de mucho más empaque que el que tenían; la cosa no cuajó pero el gusanillo del cambio quedó ahí. Por aquellos años regía la santa casa una monja llamada sor Teresa de los Ángeles cuyo hermano, don José de Azpíroz y Zunzarren, era canónigo de Toledo y mano derecha del cardenal primado don Pascual de Aragón y Fernández de Córdoba, hijo de los duques de Segorbe. Sor Teresa pide a su hermano que mueva los hilos pertinentes para que se les construya un retablo de mayor fuste que el que hasta la fecha disfrutan. Don José se pone en marcha y en 1700 se encargan las obras a Francisco de Gurrea con un pliego de condiciones que le marcaban desde el material a utilizar: “Madera de pino de las que bajan por el Ebro de las montañas”, hasta los adornos, serafines, amorcillos, frutas y verduras que en el conjunto habrían de figurar”. Gurrea acaba el trabajo en 1708 y Juan de Peralta es el encargado de realizar las esculturas que llenarán de culto y fe el retablo, siendo estás doradas, estofadas y policromadas por Francisco de Aguirre, recibiendo éste así mismo una extensa lista de exigencias para llevar a cabo su trabajo: se utilizará “oro de los más subidos quilates que se pueda”. Entre los tres artistas facturaron al convento la cifra de 5.800 ducados, una fortuna. Se acabó en 1713.

La Inmaculada Concepción lo preside, sobre ella un calvario, en los laterales figuras de santos relacionados con el convento, a derecha e izquierda de la Virgen están san Agustín y

santa Mónica, como representantes de la orden agustina, a derecha e izquierda de estos san Juan Bautista y santa Catalina, patrones de los mecenas y en el piso superior san Francisco y santa Clara en homenaje a la orden franciscana que quedo al margen en la elección final. El resto presenta pequeños dioramas con escenas de la vida de la Virgen y una tremenda profusión de angelotes, columnas, volutas, rocalla, frutas y verduras por doquier. Puro barroco. Horror vacui.

A ambos lados del Mayor encontramos dos pequeños retablos dedicados uno a san José y otro a san Antonio.

En la pared izquierda tiene la iglesia otra pequeña joya, que es el retablo de la Virgen de la Maravillas, donde se entroniza una preciosa imagen del XVII que según la leyenda encontró un fraile y que en tiempos pasados fue muy milagrera y muy rezada en nuestra ciudad. En el convento se dispensaba una cinta con la medida de la talla que las embarazadas ataban a su barriga durante toda la gestación para ser asistidas por la mano de la Virgen en caso de peligro.

Quedan cosas por contar, pero mi espacio es el que es y ya está lleno así que en otra ocasión veremos más detalles de estos sitios mágicos que tenemos y que no siempre conocemos.

Que tengáis una buena semana.

Besos.

Pa’tos.

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