En 1964 el tramo final de la avenida de Pío XII, y concretamente el cruce con la calle Irunlarrea, estaba ocupado por una caseta de arbitrios municipales, donde había que declarar los productos que se traían a Iruñea y pagar el correspondiente impuesto municipal. Más allá, hacia el oeste, se levantaban ya algunas viviendas e instalaciones hospitalarias.

Por aquel entonces, y aunque la calle había recibido ya en 1956 el nombre del papa Pío XII (Giovanni Pacelli, 1876-1958), lo más frecuente es que la gente se refiriera a ella con su antigua denominación de Carretera de Estella. Se trataba en realidad de una vía de intenso tráfico, pues era la entrada natural a la ciudad desde la vieja Lizarra y desde la zona occidental de Navarra, y lo cierto es que durante décadas fue prácticamente una autopista urbana, saturada de tráfico, ruido y humos, al tiempo que iba siendo habitada y urbanizada.

Hoy en día Pío XII ya no es una simple carretera de entrada a Pamplona, y por ello ha experimentado los mismos cambios que en otras ciudades, dando mayor protagonismo al peatón, a la bicicleta y al transporte público. El portavoz de la derecha de Pamplona, Enrique Maya, mucho más aficionado al coche privado a motor, llegó a decir que “iba a tener que romperlo todo”, y anunció grandes atascos y un colapso general que no se ha producido. Hoy la derecha vuelve a gobernar en Pamplona, y su alcalde ya ha explicado qué se escondía en realidad tras sus dudas y protestas, volver a meter más coches allí. Ha anunciado que creará 200 plazas de aparcamiento en la zona. Por supuesto, lo ha hecho sin consultar con nadie, sin convocar la Junta de Movilidad y sin hablar con los grupos municipales, que se enteraron por la prensa. Y sin decir cuánto va a costar su “antojo” a la ciudad. Algo absolutamente inaudito.