racias al empeño, grueso y transversal, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, el Palacio Zarra de Góngora revive y a paso firme está recuperando su esplendor. La parcela de 7.000 metros cuadrados y la fábrica lleva buen trecho del camino de ser recuperado al completo como bien patrimonial y funcional del valle. Es un hito de gran importancia. Además, este esfuerzo aporta valores medioambientales y sociales.

El Ayuntamiento y los vecinos del valle de Aranguren, en buena comunión económica y de intenciones con Aranzadi, dispondrán durante 50 años del uso de la planta baja y el primer piso de la casa, de 384 y 350 metros cuadrados, respectivamente.

En la primavera de 2016 la escuela taller compuesta por jóvenes desempleados, algunos con riesgo de exclusión social, inició a pie de obra y a buen ritmo la reconstrucción del palacio viejo de Góngora. Esta labor fue el inicio del cuarto proyecto de las ya veteranas Escuelas Taller arengaren. Un proyecto de formación en mantenimiento de instalaciones de uso público y edificios de valor histórico y cultural.

La formación y proyecto de Aranzadi en este palacio es polimantenedora: de la propia obra y su entramado, y el equipamiento urbano, mediante módulos de carpintería, fontanería, albañilería, limpieza y electricidad, a los que añadir otras enseñanzas como riesgos laborales, medio ambiente... Todo un ejemplar trabajo sostenible, respetuoso con el origen y medio, y reutilizando materiales que, por antiguos, como las vigas, son mejores que los actuales.

historia y galería Las primeras menciones sobre este solar medieval de Góngora nos remontan hasta finales del siglo XI. A principios del XIII el solar ya se atribuye al Monasterio de Leyre. Y a finales de este siglo se mencionaba el sistema de explotación del medio en collazos, donde el trabajo de tierra era cuestión de cuadrillas de vecinos a la orden y usufructo de señores feudales.

En 1368 ya consta la existencia de una hacienda regia a través de la cesión de esta a Rodrigo de Úriz. Veinte años más tarde aparece como propietaria María Martínez de Ortubia. Y en 1413 está documentado que el rey Carlos III el Noble cede la propiedad y todos sus bienes a mosén Lionel y a su hijo Felipe que antes había pertenecido a García Almorabid, descendiente de una familia navarra de gran abolengo. El palacio, según consta en los archivos reales, fue de Cabo de Armería desde 1494, después de varios pleitos familiares por la titularidad legal del mismo.

A partir de 1512, annus horribilis para Navarra, se fueron construyendo diversas estancias, entre dos patios, con una función más residencial y entre ellas destaca por su originalidad un patio interior porticado con columnas clásicas, de fino gusto renaciente que da idea del valor arquitectónico de la fábrica. Se trata de una preciosa galería manufacturada a la italiana. En el muro de sillarejo del frente se abre el vano de acceso: es un arco apuntado de notables dovelas y en la clave aparece el escudo de Góngora: de azur y tres fajas de plata cargadas de nueve lobos de sable (a cada tres). Junto al segundo patio se eleva un torreón notable, reconstruido piedra a piedra por el taller en sus lados más deteriorados. La torre está provista de cornisas con ménsulas lisas y un único vano rectangular.

Ya en el siglo XVII (1695) el titular del palacio es Juan de Cruzat y Góngora, que obtiene de Carlos II de España la condición de marqués. De ahí lo mentado en ocasiones del Marquesado de Góngora. Luego pasó a ser propiedad de la familia Ezpeleta. Durante el siglo XIX y primeros 40 años del XX el pueblo tuvo el vigor y alegría de numerosas familias trabajadoras. En 1940 constaba de 10 casas con sus respectivas familias. Su despoblación total y consecuente ruina patrimonial se fecha en 1956 cuando los propietarios prescinden de todos sus trabajadores. En 1960 habita y trabaja en Góngora una persona, pero en 1964 lo abandona (relato de Rubén Ibero, vecino de Aranguren a televisión local ATV).

El paso del tiempo y el olvido fueron convirtiendo el viejo palacio (hay otro posterior) en un entramado de distintas estancias destinadas al ganado y aperos del campo. Las nuevas dependencias fueron ocultando el perfil del edificio original y ese genial patio interior, que es el corazón del palacio. Hasta la ruina casi total.

Hoy en día, gracias a los empeños indicados al principio, y a pesar de del gañafón de la crisis, ya se puede disfrutar de su torre principal en su formato original y sus lienzos de muros que evidencian su otrora función defensiva en el Medievo.

METÁFORA Y SOLIDARIDAD Ya solo falta que la metáfora de las caras de la luna, la iluminada y la oculta, que bien contaba Paco Apaolaza, abroche su rotación y se haga realidad el compromiso de salida en 2022 del término de Góngora de un basurero de nombre inverosímil.

La metáfora ilumina y crece en el renacimiento del soberbio palacio de Góngora; y, aunque todavía sombría, se hará la luz sobre los vertidos. Será momento de honra a los vecinos de este valle que el 2 de mayo 1990 se hicieron Numancia en los caminos para defender su tierra, pero que acabaron por soportar hirientes cargas de verdes antidisturbios. Los gerifaltes políticos de la época exigieron una falsa solidaridad al valle a limpio porrazo y billete ninguno.

Solidaridad y compromiso de verdad es el proyecto global de Aranzadi y el ayuntamiento del valle para con Góngora. Y se disfrutará legal y democráticamente sin fechas de rapto ni de liberación.

¡Qué palacio!