l término de Mañeru, y más en concreto la hondonada de los meandros que el río Arga dibuja y estrangula de forma fértil, es como un paraíso terrenal que pide a gritos la continuación de su restauración ambiental. El paraje es compartido con el municipio vecino de Mendigorría. En concreto, el meandro de Rivalta, conocido también como el Plantío, se postula, sobre la pasarela de un nivel freático, que siempre se siente y es visible en muchas ocasiones, como el mejor espacio natural en el curso medio del río Arga. Posee un microclima perfecto, nutrido y moldeado por todos los buenos dones del agua y de la tierra.

En la lucha de seguir con su recuperación por los ayuntamientos de Mañeru y de Mendigorría y el Gobierno de Navarra, destaca de forma singular, comprometida con el medio y altruista la mano de Jesús Javier Vidaurre. Este vecino de Mañeru trata estas tierras de más de doscientos mil metros cuadrados como si fuera la huerta de su casa. La semana anterior, ayudado por jóvenes voluntarios del pueblo, plantó en el lugar un buen número de encinas y cipreses, que, sin duda, ayudarán a seguir vistiendo de vida al meandro. Un tipo, Vidaurre, cabal con su entorno natural y protagonista imprescindible en los proyectos de la Asociación Reforestacción Navarra-Nafarroa.

El pueblo de Mañeru es el centro de la comarca geográfica llamada Val de Mañeru, en la zona oriental de la Merindad de Estella. El valle lo componen, además, los municipios de Artazu, Cirauqui y Guirguillano. Son tierra, que tras el fielato del interfluvio de El Perdón-Erre niega, ilustran en primicia rigurosa las bondades del clima mediterráneo continental. Recibe una media anual del mercurio de 14º grados centígrados muy bien repartidos.

Su forma geomorfológica responde a la depresión longitudinal al sinuoso ritmo del Arga hasta el diapiro de Alloz. Sus tierras medias son un canto sinfónico de pisos finos y drenosos, instrumentalizados y moldeados por arcillas coloradas, yesos, areniscas y limos. Variantes de suelo que están perfectamente enmarcadas por margas y arenas más compactas. Un bellísimo mundo inclinado de oeste a este, con una cota considerable a 756 metros de altitud en la muga con Cirauqui y Guirguillano y la contraria y más baja de los 313 a orillas del curso fluvial del otrora Runa. El núcleo de población de la villa de Mañeru, que cuenta con cerca de cuatrocientas gentes, está situado en torno a los 450 metros.

Varios meandros del río en Campollano y Soto Aldea hacen de límite municipal con Puente la Reina y Mendigorría.

En la nómina patrimonial de Mañeru destaca la iglesia de San Pedro Apóstol. Edificio de finales del siglo XVIII que trazó el nunca bien valorado arquitecto guipuzcoano Santos Ángel de Otxandategi. Fábrica elevada sobre los cimientos de otro templo anterior del siglo XVI. Su traza es muy singular por el gran espacio cuadrado en el crucero, que queda techado por una bóveda de horno. Su interior alberga abras de gran interés artístico: Esculturas romanistas del gran maestro Bernabé Imberto (1562-1632). De la escuela estellesa de Imberto procede la magnífica talla sedente de Santa Bárbara, procedente de la ermita de dicha advocación y situada en su término, en lo alto, al norte, al otro lado de la autovía del Camino. La parroquia cuenta con una buena colección de objetos de orfebrería.

El caserío de la localidad cuenta con varias casas blasonadas y alguna palaciega de los siglos XVII y XVIII. En la entrada por la ruta del camino jacobeo hay un crucero de rasgos romanistas, datado también de hacia 1600.

En el capítulo de las leyendas, Mañeru cuenta con una de las más llamativas y mejor contadas sobre la salvación de Miguel de Errazkin en 1716: Se trata de La cruz del aceitero, en la que, tras implorar al arcángel San Miguel, el personaje escapa de la muerte hasta en cuatro ocasiones tras ser raptado por dos malhechores en los parajes de conocidos como Bargota y Chinchiturrieta.

En el término que nos ocupa, el de Rivalta, asiento creado por las deyecciones caprichosas de los meandros, la historia fehaciente narra una de las batallas más importantes y sangrientas de las Guerras Carlistas. Allí, el 16 de julio de 1835, se enfrentaron 24.000 soldados carlistas contra 36.000 liberales. La planicie se vistió de sangre bayoneta y luto catafalco para 1.500 carlistas y 1.000 isabelinos.

Los meandros del viejo Runa moldean un tapiz que contiene todo lo necesario para crear un vergel de ensueño. Juan Jesús, les mima y acuna; les viste poco a poco, a diario, con retoños de cariño. Son como nanas a una vida renaciente que no se debe detener. En el meandro bello y, allí, la soledad es rica y amena.