ola personas, ¿hemos sobrevivido?, seguro. Bueno, yo para celebrar que ya se acaban, que también me parece motivo de celebración, me fui a dar un paseo por la orilla del río y desde allí seguir el camino que siguieron el día anterior los Reyes Magos de Oriente, ese trío que durante unas horas hacen que el número de monárquicos crezca. Para llegar a la orilla del Arga tomé mi camino de Beloso. El camino en sí no presentaba variante alguna, salvo el frío pelón que reinaba el día de Reyes a la mañana y que con su fuerza había congelado el rocío convirtiendo hierbas, hierbajos, matas y matorrales en una suerte de finas y blancas esculturas. La naturaleza siempre ofrece imágenes difíciles de superar, a veces tremendas como el recién apagado volcán, a veces sencillas como estas efímeras y delicadas porcelanas. Sobrepasado el río por su pasarela, llegué a lo que vi que había sido hace unas semanas la zona cero de las inundaciones. En su día las vi desde arriba pero no había pisado el terreno afectado, me quedé alucinado. Lo primero que me llamó la atención fueron las tapias de las huertas, no estaban, no existían, en el suelo se adivinaba una suerte de amasijo de ladrillos, tubos y alambradas. La ausencia de las defensas permitía ver el interior de las instalaciones y vi con dolor ajeno cómo se habían destruido metros y metros de viveros y de trabajo, mucho trabajo. Plásticos, arcos metálicos, semilleros, cajas, palés, cuerdas, se amontonaban sin orden ni concierto. Sin embargo, bajo lo arrasado, las lechugas seguían verdeando, algunas ya hechas, otras nacientes, la ruina estaba rodeada de vida que el sol de la mañana hacía brillar con color de esperanza y recuperación. Un poco más adelante y a la otra mano llegué a la granja de Goñi, la situación no desmerecía, la tapia que rodea su almacén se había tumbado como se tumban sus caballos al sol, los utensilios se amontonaban en el exterior para ser retirados, inservibles, destrozados. Hileras de ficus, laureles y otras especies que son frontera entre la propiedad y el camino se veían arrancadas de raíz. Más adelante a la puerta de la casa de Zabalza toda suerte de elementos domésticos tomaban el sol con la esperanza de poder volver a dar servicio. Seguí el camino y llegué al frontón de Ayestarán al que también el agua le ha mordido puertas y tapia. Llegué a las pasarelas y las pasé para ver y vi. Vi que la riada ha recrecido la playa de canto rodado y que el ramaje arrastrado represaba el agua y formaba corrientes, remolinos, espuma y música bajo mis pies. Volví al camino para llevar el mismo que horas antes habían llevado los reyes a lomos de Romeo, Baffi y Pesao, los pacientes dromedarios que con andar bamboleante y cansino atravesaron el románico puente de la Magdalena para llevar a sus egregios jinetes hasta el portal de Francia que atravesaron y subieron para entrar por la calle del Carmen, antigua rua de peregrinos, en la ciudad que les esperaba con las gargantas afinadas y los brazos en alto. Recorrieron dicha calle precedidos de su cortejo de abanderados, pajes y demás séquito y por Navarrería y Mercaderes llegaron hasta el ayuntamiento desde cuyo balcón saludaron a toda la chiquillería que desde abajo se desgañitaba en corear sus nombres alzando sus manos con la esperanza de ser vistos y de estar presentes en la memoria de tan mágicos personajes.

Gran día para la gente menuda. La tradición de la cabalgata de los magos no es algo secular, la cosa no tiene más allá de nueve décadas. La idea, como tantas en esta ciudad, partió de la cabeza de Ignacio Baleztena, "Premín de Iruña", que ya había organizado actos en años precedentes con los reyes magos repartiendo regalos en el Círculo Carlista y en la Maternidad. El éxito entre los niños de estas dos instituciones le empujó a que disfrutasen de ello todos los niños de la ciudad y de la mano del periodista Pedro Martín, con la Asociación de la prensa de Pamplona como organizadora, salieron a la calle por vez primera en 1927. A lo largo de los años la cabalgata ha pasado por alguna otra mano organizadora, como el Frente de Juventudes en la postguerra o la Caja Municipal más adelante, hasta que se constituyó la Asociación Cabalgata Reyes Magos Pamplona que organiza con mucho acierto los fastos de tan señalada fecha. Baleztena falleció en 1972 y el 5 de enero de 1973 sus majestades los Magos aprovechando su visita a Pamplona bajaron a Berichitos para rendir un pequeño homenaje frente a la tumba de quién fue su representante en nuestra querida Iruña durante tantos años.

Otro hito importante que durante años animó el día de Reyes fueron los actos que el Padre Carmelo organizaba desde la operación cunas. Conozcamos un poco autor y obra. Fue el 5 de diciembre de 1906 cuando vino al mundo en Donosti José María Uranga e Iraola. De muy joven entra en la orden carmelita y en 1929 se ordena sacerdote. Al año siguiente, en julio de 1930 es destinado al convento de la calle descalzos de Pamplona. Pronto se da cuenta de las carencias de los más necesitados y crea la Institución cunas, un organismo que durante años el día de reyes repartía a las familias necesitadas todo lo necesario para la llegada de un nuevo miembro. Cada lote comprendía cuna y canastilla, la cuna constaba de: mueble cuna, colchón, almohada, hule, 2 sábanas bajeras, 2 encimeras, 2 almohadones, una manta de lana y una cubre-cuna; la canastilla llevaba 6 pañales, 3 camisas, 3 jubones, 3 fajeros, 3 pares de patucos, 3 chaquetas de lana y un chal. El reparto de las cunas se celebraba en el Gayarre en un acto en el que se representaba una obra de teatro infantil escrita también por él, como, por ejemplo, "El príncipe Bebé" representada en 1942 con tal éxito que hubo de repetir función el día 11, o "La princesa jorobadita" representada en 1955. También puso en escena clásicos como Blancanieves que años más tarde reestrenó El Lebrel Blanco. Los decorados los realizaba Francis Bartolozzi, otra grande de la ciudad. Durante el festejo se sorteaban corderos vivos, no quiero ni pensar en el cifostio que se tenía que montar en el Gayarre entre corderos, balidos, niños, llantos, risas, cunas y demás protagonistas de tan mágica mañana.

Todo acabó el 8 de julio de 1959 en el que una cáscara de plátano le hizo resbalar frente a San Saturnino y le hizo caer a la calzada, una camioneta que en ese momento pasaba por allí cortó vida e ilusiones de aquel inquieto cura que tanta felicidad repartió. ¿Para cuándo una calle a su nombre?

Ahí lo dejo.

Besos pa tos.