"Me pusieron con la primera piedra de Roncesvalles. Aquí he reído, he llorado, me he caído, me he levantado... Este lugar lo es todo”, confiesa emocionada Marisol Goicoa, vecina de Burguete de 44 años, que cumple un cuarto de siglo al frente del albergue de peregrinos de Roncesvalles. “El 15 de septiembre de 1999 entré para cubrir una baja de un mes, se me alargó y ya he pasado más de la mitad de mi vida sentada en esta silla”, bromea. 

La función principal de Marisol es gestionar “mis dominios”, las 183 plazas del albergue. “Tenemos 72 camas en la primera planta, otras 72 en la segunda y 39 en la tercera”, recita de memoria.

En invierno, organizar el “tetrix” le cuesta “cinco minutos”, pero de marzo a octubre Marisol trabaja a destajo porque la fila de gente “nunca desaparece. Somos un pueblo de 17 habitantes con capacidad para 400 personas y se llena todo. El albergue, la posada y el hotel. He visto peregrinos durmiendo en los jardines”, comenta.

Antes de que Roncesvalles se desborde, Marisol pone en marcha la operación Encontrar cama. La pamplonesa –de su oreja izquierda siempre cuelga un auricular– llama a todos los alojamientos de la zona, anota en un cuaderno las camas libres que tiene cada uno y fleta taxis –los números de teléfono están apuntados en una hoja pegada en su oficina– que trasladan a los peregrinos de ocho en ocho. “Van con todo organizado. ‘Tú al camping, tú a la casa rural, tú al hotel’. No les dejamos tirados y que se busquen la vida. No”, insiste.

Es más, cuando todos los taxistas están ocupados y la operación Encontrar cama corre peligro, Marisol coge su coche, monta a la gente y se los lleva a Burguete o Espinal. “No es mi responsabilidad, pero me gusta ayudar. Es una vena que me sale. Lo llevo dentro. No lo puedo controlar ni evitar”, subraya Marisol, que en un día atendió a 797 peregrinos. “Es mi récord. Mis compis me dicen en broma que de tan buena parezco tonta. Sí, soy tonta todo el día, pero consigo que la gente duerma en una cama”, se reivindica. 

Después de sus jornadas maratonianas, Marisol entra en la iglesia de la Colegiata, se sienta en el banco y le habla a la Virgen de Orreaga.

“Le doy las gracias, le explico los problemas que tengo como si fuera mi psicóloga y le enciendo un par de velas”, relata.

Y al alba, antes de enfrentarse de nuevo a las hordas de peregrinos, le encanta visitar a su “chiquitín”, Sancho VII el Fuerte, que reposa en la capilla de San Agustín.

“Le doy los buenos días, le pregunto qué tal le va y le cuento mis cosas. La gente reza, hace yoga o practica budismo y yo charlo con la Virgen y mi Sancho porque me transmiten tranquilidad. Son mis rituales”, explica. 

1 millón de peregrinos

Durante estos 25 años, Marisol ha atendido a más de un millón de peregrinos de 174 países distintos. “Cuando vi la cifra me asusté muchísimo. No pensaba que eran tantos ni de coña”, apunta.

Marisol, sin pestañear, destaca tres nombres: Anemikla primera hospitalera holandesa que, a sus 76 años, sigue viniendo a Roncesvalles dos o tres veces al año para ayudar a los peregrinos–, Lourdes –este verano perdió toda su documentación en un autobús, Marisol la recuperó y a las semana Lourdes regresó para darle un abrazo– y Jessica. “Era una chica que se había quedado sin piso y sin trabajo de la noche a la mañana y estaba haciendo el Camino para darle la vuelta a su vida. A los años, había conocido a un italiano, habían montado una granja escuela y me hicieron una visita sorpresa montados en dos burros desde Roma. Todo un show”, recuerda. 

Tampoco se olvida de los miles de peregrinos que han conversado con ella en los jardines de la Colegiata mientras se fumaban “el cigarrito” o que entraban a charlar a su oficina, que con el paso de los años se ha transformado en “el consultorio de la señorita Pepis porque todos llevamos a cuestas nuestra mochila personal. La gente me cuenta sus vidas, sus problemas, los motivos por los que hace el Camino de Santiago... Es uno de los momenticos de este trabajo”, comenta Marisol, que no duda en compartir su teléfono personal con los peregrinos que ve más perdidos y agobiados. “Les digo que me llamen si necesitan ayuda durante el Camino. Si estuviera en un lugar desconocido , me gustaría que alguien hiciera lo mismo por mí”, reflexiona. 

Rescates

Marisol, que siempre va más allá de las obligaciones de su puesto de trabajo, ha ayudado en decenas de rescates de peregrinos que se han perdido e incluso fallecido, en la ruta de Napoleón.

Me dejó marcada la muerte de un francés. Era invierno y nevaba mucho. De repente, bajaron dos chicos al albergue y me dijeron que habían perdido de vista a un peregrino al llegar al collado de Lepoeder”, relata.

Marisol llamó a su padre, bombero en Burguete, para que se movilizara a un equipo de rescate y les proporcionó la ubicación donde creía que estaba el peregrino. Sin embargo, los bomberos, siguiendo órdenes de sus superiores, buscaron en una zona distina.

“‘Aita, conozco esta etapa como la palma de mi mano. Sé dónde los peregrinos pueden perderse. Esa persona está donde yo te digo. Te lo juro’”, rogó, sin éxito, Marisol.

A los dos días, cuando amainó el temporal de nieve, se encontró el cuerpo sin vida del ciudadano francés en el lugar exacto que les había indicado. “Fue muy frustrante”, confiesa Marisol. 

A raíz de esta muerte, los bomberos de Burguete mejoraron la señalización y pintaron flechas de amarillo fosforito que se ven incluso en la niebla. Marisol, cómo no, puso su grano de arena.