El periodista, escritor y etnógrafo Gabriel Imbuluzqueta ha presentado este viernes en el Hotel Blanca de Navarra su libro Elizondo 1950-1970, Recuerdos del olvido. Una visión de su pueblo en base a las vivencias de niño y adolescente “desde una óptica de entonces, aunque en muchos momentos se aporten matizaciones o interpretaciones del adulto que desgrana los recuerdos. No es –no quiere ser– un libro de memorias ni una autobiografía, aunque por ahí puedan apuntar algunas páginas”, explica en el prólogo.

“Son mis recuerdos, que no necesariamente mis vivencias. En años de tanta necesidad, no todo el mundo vivía igual ni tenía acceso a las mismas posibilidades. Hay algo de eso porque simplemente no puedes separar siempre tu vida del entorno. Muchas veces no participas, eres espectador”, añade. 

En definitiva, se trata de “una manera de volver la vista atrás y dejar constancia de la vida de un pueblo, de sus gentes, allá por los años cincuenta y sesenta del siglo XX, con sus luces y sus sombras, con sus avances y atrasos técnicos, con su forma de vivir, con sus costumbres y tradiciones, tan distintas algunas de ellas al paso de los años”.

El autor Gabriel Imbuluzqueta, ayer en la presentación del libro ‘Elizondo 1950-1970, Recuerdos del olvido’ en el Hotel Blanca de Navarra. Iñaki Porto

Son recuerdos del olvido porque hacen referencia a “una relación de hechos de un pasado reciente, muchos de los cuales, se han olvidado de hecho y están en peligro de perderse cuando las generaciones que los vivieron desaparezcan. A mí me interesa como etnógrafo que esto quede recogido desde todos los ángulos posibles. Es la historia de un pueblo, de mi pueblo”. Una publicación y una historia en la que también tiene mucho peso la fotografía: “Por muy manido que resulte, una imagen vale por mil palabras. Se trata de imágenes que ya no se pueden obtener y que, por eso, son un tesoro”, cuenta.

En su proceso creativo, a veces el recuerdo es el que manda y le empuja a escribir. Y a veces son las ganas de contar las que llaman al recuerdo. “Un poco las dos cosas. Partes de alguna tradición o costumbre que evocas sin saber por qué ni para qué y de ahí vas pasando a otras. O decides contar algo y para eso tienes que empezar a recordar tranquilamente y sin prisas, sin obsesionarte. Esto último es como se ha ido desarrollando el libro”, comenta el autor.

Sin nostalgia y con cariño

A Imbuluzqueta, en esta publicación y a lo largo de su trayectoria, le mueve echar la vista atrás para dejar constancia. “Miro hacia atrás, sí, pero no con nostalgia. Miro con cariño para ver cómo vivían, cómo trabajaban, cómo sufrían, cómo creían, cómo disfrutaban nuestros abuelos, nuestros padres y en consecuencia nosotros mismos cuando éramos pequeños. Mi afición por la etnografía y mi deseo de dar a conocer costumbres, tradiciones, fiestas, letras de cantinelas que o han desaparecido o están desapareciendo, para que no se pierdan. En cuanto a mi trayectoria he procurado ir absorbiendo con la misma finalidad las distintas manifestaciones de la vida popular”, argumenta.

El autor dedica el libro a su familia, en especial a su nieto, “para que vea cómo creció y vivió feliz su abuelo”. Reconoce que en la infancia de su nieto no queda “afortunadamente nada” de esa “prehistoria” en la que Ignacio creció y vivió feliz: “Tampoco lo quiero, pero sí que mi nieto y otros chicos de su edad, han de saber cómo se ha vivido en otra época, al igual que han de conocer cómo se vive actualmente en otras latitudes”, dice. 

La alimentación, vida social, las instituciones, ritos de paso, carnaval y fiestas, deportes, la fe y la religión, la educación y la cultura... hasta 15 capítulos desgranan en más de 250 páginas las particularidades del pueblo de Imbuluzqueta. Es un repaso minucioso, pero algo se le habrá quedado en el tintero: “Seguro que sí. La vida es muy amplia y compleja. Para un niño o joven espectador de la misma resultan inabarcables. Por ejemplo, ese espectador que vive en el casco urbano difícilmente podría fijarse en el mundo del campo o de los caseríos, de la agricultura y de la ganadería. En este caso y por la falta de datos del espectador, la portada del libro esta dedicada precisamente al mundo del campo, presentar una ericerra, cuando la mayoría de la gente no sabe lo que es, es una manera de homenajear la vida de los caseríos”. 

Por último, Gabriel confiesa que siempre ha disfrutado de la escritura, sea sobre su pueblo o no. “Cuando he escrito sobre otros pueblos (Ochagavía, Lantz, Amaiur, comarca Baztan-Bidasoa, etc) he disfrutado mucho. Lógicamente, al tratar sobre tu pueblo lo haces con más cariño, aunque sea inconscientemente”. Y considera que, por mucho que escritor y libro sean de Elizondo, el lector no tiene por qué serlo: “Salvando las características propias de cada pueblo, los hechos descritos se repiten. No hay tanta diferencia entre Elizondo y otros pueblos porque todos participamos de una misma cultura”.