La historia de Auritz/Burguete no se puede narrar sin mencionar a su escuela. Durante siglos, las aulas han sido mucho más que un lugar de aprendizaje: han sido el epicentro de la vida social, cultural y afectiva de la localidad. Sin embargo, con el cierre anunciado de la escuela unitaria para este curso escolar y a pesar de los esfuerzos por alargar lo inevitable, se termina una etapa que ha sido fundamental para la transmisión de tradiciones y de un modo de vida arraigado para el pueblo de Auritz/Burguete.
Este jueves, precisamente, los últimos cuatro alumnos de la escuela, Agurtzane Urtasun, Peru Dufur, Alain Oyarbide e Irkus Oyarbide, han celebrado su último día de clase. Una despedida que hicieron por todo lo alto, con una mañana especial con almuerzo y otras sorpresas compartidas con las familias y con algunos antiguos alumnos y alumnas. Porque con la clausura inminente y, ahora sí, real, los auriztarras viven días históricos de sentimientos encontrados, donde la tristeza por el cierre se mezcla con el cariño hacia lo que la escuela significó para tantas generaciones.
Salto generacional
Y es que la lacra de la despoblación y su éxodo silencioso ha terminado por rendir a Auritz/Burguete. La localidad ha pasado de tener 336 habitantes censados en el año 2000 a tener 230 habitantes en el último censo. Es decir, en sólo 25 años, el pueblo ha perdido una tercera parte de su población (el 31,55%). Y, entre tanto, el escaso número de tan ansiados nacimientos no han podido alimentar la raíz de una escuela rural que se ha visto abocada a dar por fin el cerrojazo. “Lo que vivimos ahora por el cierre de la escuela es consecuencia del momento de hace 20 años. No ha habido niños porque una generación de auriztarras ha decidido desarrollar sus proyectos de vida fuera, especialmente en Pamplona. Por eso, aquí nos falta una generación completa. Actualmente, sí que hay un momento social positivo porque una treintena de jóvenes de entre 20 y 35 años está apostando por vivir y por trabajar aquí, pero ese salto de generación de años anteriores, ha perjudicado a la continuidad del centro escolar”, lamenta Unai Irigaray, de 25 años, alcalde de la localidad y exalumno de la escuela.
Más crítica es Izaskun Etulain, exalumna de la escuela y madre de dos niños de 13 y 15 años, los cuales también estudiaron en la escuela. Desde que volvió a vivir a Auritz/Burguete con la idea de asentarse en familia, dice que la situación “ha ido en picado”. “Nosotros apostamos por vivir aquí, pero la realidad de los pueblos es que hay muy poco compromiso por parte de las instituciones para ayudarnos y facilitarnos vivir aquí. El cierre de una escuela es la consecuencia de que las instituciones no hacen lo suficiente y me da pena que no se apueste por mantener más gente viviendo en los pueblos. Es la guillotina del pueblo”, declara esta madre y vecina.
Las voces den la calle
Sólo oír voces de niños camino a la escuela era casi como el latido diario de la esperanza. Porque los niños y niñas no sólo estudiaban y aprendían en clase, sino que la infancia, desde tiempos remotos, siempre ha tenido un papel crucial en la comunidad del pueblo. Eso tiene una escuela rural. Eso y la suerte de que prácticamente la mayoría de docentes que han pasado por la escuela han vivido y estaban integrados en la vida del pueblo. Y eso hacía que su dedicación y compromiso fueran más allá de las cuatro paredes del aula.
Allá quedaban las tradiciones más antiguas, como la cencerrada en la víspera de Reyes, el Tararai del Domingo de Pascua de Resurrección donde se bendecían las casas, o los rezos de los Dominenes los Días de Todos los Santos, las cuales colocaban a los más pequeños como protagonistas de costumbres ancestrales, herederos de una sabiduría popular que aprendían entre juegos, cantos y rituales religiosos.
Más recientemente, en las últimas décadas, los alumnos y alumnas también han animado las calles del pueblo cantando y desfilando en kalejira durante los carnavales, el Olentzero, Santa Águeda y otras festividades. Y, más allá de celebraciones, las salidas a diferentes rincones de la villa con la idea de aprender del entorno y de las experiencias cercanas, han dado mucha vida al pueblo. “La escuela no sólo era un sitio donde aprender y estudiar, sino que era un agente social más. Hacía mucho que las profesoras que teníamos eran de la zona o incluso del pueblo mismo, y eso hace que estuviéramos muy unidos con todo lo que ocurría en el pueblo”, expresa Unai, mientras le viene a la cabeza cómo fueron a ver cómo colocaban unas campanas nuevas que se trajeron para el campanario de la iglesia o alguna visita a un matatxerri.
Escuela con historia
Ya desde el siglo XVIII existen referencias documentales que atestiguan la presencia de un maestro en Auritz/Burguete. En 1844 se creó la Comisión Local de Instrucción y 2 años más tarde, un informe destacaba el esfuerzo por enseñar castellano en un entorno donde predominaba el euskera. Era una época en la que se premiaba el rendimiento académico en diversas materias, y en 1882 se estableció una escuela nocturna para adultos con el objetivo de “combatir la ignorancia y propagar la moralidad y las buenas costumbres”. Además de la enseñanza formal, durante el siglo XX se promovían actividades complementarias como música, plantación de árboles y el fomento del uso del euskera.
Durante las últimas décadas, la escuela ha vivido muchos cambios, si bien sus aulas se han ubicado siempre en el edificio del Ayuntamiento. Algunos hechos destacables, por ejemplo, son la reconstrucción del edificio en 1942, la instauración de la escuela de párvulos en los años 60, la clausura de la escuela de niñas en 1968, a raíz de la jubilación de la maestra Ignacia María de las Maravillas Benac, que puso fin a la educación diferenciada por género o la renovación en 1981 del local tal y como se conoce hoy en día.
Ikastola y el euskera
Con el final del franquismo, además, surgió un movimiento popular para recuperar la lengua del euskera y la cultura vasca, tan silenciada y reprimida durante esa época. Era 1977 cuando, gracias al empeño de un grupo de vecinos y vecinas, se fundó la ikastola de Auritz-Burguete con 16 niños y niñas de educación infantil. La primera andereño fue Arantxa Iriarte, quien, con tan sólo 17 años y llegada desde Betelu, comenzó a impartir clases tras una breve formación de dos semanas en Paz de Ziganda y en condiciones precarias. “Me acogieron muy bien y me sentí muy arropada e integrada, pero al principio se me hizo muy duro”, recuerda Arantxa, quien acabó formando familia en el pueblo y continuó como profesora en esta escuela durante 29 años.
Los inicios de la ikastola no fueron nada sencillos. No había medios ni materiales suficientes, pero con una voluntad férrea, poco a poco se fue iniciando la re-euskaldunización de la infancia y también de personas adultas con las clases que se ofrecían por las tardes. Con la incorporación de Xabier Errea como maestro, el euskera fue afianzándose hasta establecerse el modelo D de inmersión lingüística y ya con la integración de las ikastolas en la enseñanza pública, el euskera se convirtió en la lengua principal de escolarización.
Durante esos años, Arantxa pasó a dar clases en otras escuelas como la de Abaurregaina/Abaurrea Alta o Ansoain y, ya más tarde, en Garralda, pero el poso que le dejó la experiencia de ser maestra en una escuela rural pequeña, es imborrable. “Dar clases en una escuela unitaria ha sido la mejor experiencia que he tenido en mi vida. Es que se está muy a gusto y es muy enriquecedor cómo se interactúa en una unitaria, tanto entre los alumnos como con nosotros. Es lo más positivo de todos mis años de trabajo”, confiesa Arantxa.
Escuela rural, un privilegio
Y es que estudiar y trabajar en una escuela rural es un privilegio del que pocas personas pueden presumir. Maddi, la última profesora de la escuela, ha pasado sólo un curso completo en esta escuela unitaria, pero ha sido tiempo suficiente para vivir una experiencia que se lleva con cariño. “Trabajar en una escuela rural te da mucho que aprender. Me ha encantado la forma de trabajar, la relación con los alumnos y juntarnos con colegios de alrededor para hacer actividades. Lo que más valoro es la familia que hemos creado, una familia donde hay mucha confianza y cariño, algo que lo llevaré conmigo”, asevera.
Una sensación que también la comparten los y las alumnas que han pasado por las aulas de la escuela, a pesar de que a veces se ponga en duda la calidad educativa de una escuela unitaria. “Me siento un privilegiado y creo que hay que reivindicar que haber estudiado en una escuela rural no supone ningún tipo de retroceso”, expresa Unai Irigaray. “Lo que más siento es una profunda pena porque las nuevas generaciones de auriztarrras no tengan la suerte de vivir esta educación comunitaria y colectiva que hemos tenido nosotros”, añade.
Maialen Dufur, de 39 años, también estudió toda su etapa escolar de infantil y primaria en la escuela de Auritz/Burguete. “Íbamos andando de casa a la escuela, estábamos como en familia y sentías esa cercanía y esa calidez. Eras parte del pueblo y se compartía un sentimiento de comunidad”, admite. Aunque vive en Garralda y lleva a sus hijos ahí, su sobrino Peru es uno de los cuatro últimos alumnos de Auritz/Burguete y reconoce sentir mucha pena. “Al final cerrar una escuela es quitarle vida al pueblo y significa que algo falta, pero también es verdad que hace muchos años que no había tantos jóvenes como ahora viviendo, así que eso me abre un poco esperanza hacia el futuro”, apostilla.
Esperanza
Es cierto que el cierre de una escuela marca un antes y un después en la vida de Auritz/Burguete. Sin embargo, lejos de querer vivir este final con negatividad y dejarse arrastrar por la tristeza, desde la juventud quieren verlo con otros ojos, con los ojos de la esperanza, creyendo que otro futuro es posible e intentando inculcar a las nuevas generaciones todo lo que han aprendido en ella. Prueba de ello son los y las treinta jóvenes que en los últimos años han apostado por regresar al pueblo y establecer su vida aquí. “En la medida en que la juventud que ha apostado por vivir aquí tenga facilidades para poder seguir desarrollando sus proyectos, Auritz/Burguete va a seguir siendo un pueblo vivo. Y, aunque es muy difícil que la escuela pueda volver a abrirse, sí que dejaría esa ventana abierta de esperanza”, concluye con optimismo el alcalde Unai.