Hoy es primero de septiembre, festividad de san Gil, o Jil para los euskaldunes, y día que en el Valle de Baztan marca el inicio de la corta del helecho, un aprovechamiento fundamental para la cría del ganado y para la elaboración del más natural y barato abono de los campos. El viejo proverbio “San Jil, ebaki trankil” (San Gil, corta tranquilo) evoca el capítulo de las Ordenanzas, Cotos y Paramentos según el cual se consideraba que el helecho había alcanzado su grado óptimo de maduración y ya se autorizaba su corta en labor sufrida como pocas pero imprescindible en una sabia y estudiada práctica agropecuaria.

El helechal se localiza, siempre o casi, en terreno comunal que se adjudicaba (el aprovechamiento, nunca la propiedad) a una casa o familia unida a la condición de que se cortara al menos una vez cada dos años pues en caso de no hacerlo lo podía solicitar un vecino distinto. Lo contrario suponía el abandono del monte y el incremento de maleza, lo que no convenía para mantener un entorno “limpio”.

El aprovechamiento del helecho es de largo el que más ha decaído en las últimas cuatro décadas hasta el extremo de que pueden contarse con los dedos quienes aún mantienen su uso, para satisfacción de la fauna salvaje (jabalíes, corzos?) que invade los montes a pesar de las batidas de numerosas cuadrillas de cazadores en la época hábil. La corta del helecho ocupaba a toda la familia que de amanecida marchaba a cortarla con afilada guadaña y rastrillo de madera y apilarla en metak (almiares), en tarea que se prolongaba de sol a sol.

Al mediodía, hacia la hora del Ángelus, la etxekoandre (la señora de la casa, ¡preciosa expresión!) llegaba con su cesta de mimbre cargada de una comida frugal y la bota de vino, detenían la faena, comían y echaban una corta kuluska (siesta) a la sombra de algún roble hasta que el páter familias animaba a continuar hasta el atardecer. Mediado el otoño, se llevaba a la casa donde acababa de secarse y ya se podía utilizar en la cuadra para kamantza (cama) del ganado, vacuno con preferencia y se dejaba unos días para, mezclado con los orines y las deposiciones del ganado, retirarse al exterior y amontonarse en un lugar cercano a la pieza de labor.

En el momento oportuno, a primeros de año y antes de la primavera, se extendía sobre la tierra como el más eficaz y natural de los abonos y fertilizantes y se cerraba un ciclo natural que databa de siglos. En un tiempo se dijo que los ayuntamientos acabarían por contratar gente para cortar helecho y limpiar el monte, quién sabe si para biomasa, y no está lejos el momento en que sea así.

Antes de que el bosque se convierta, como lamentablemente está ocurriendo por el abandono de los caseríos, en una selva cerrada e inaccesible. Así es, de momento.