Según el censo provisional elaborado por el Instituto de Navarro de la Memoria de alrededor de 1.400 navarros y navarras tuvieron que exiliarse en 1936. Muchos pasaron la muga por Beartzun, en Elizondo, por las inmediaciones del mugarri 114, de Berdaitz. Al lado de la Plaza de los Fueros de Elizondo, se instalaron hace varios meses una réplica del mugarri y la escultura Babesaren Muga, obra del escultor arizkundarra Mikel Iriarte, con el fin de recordar a todas las personas que tuvieron que huir, y a las personas que los ayudaron en su huida. El pasado sábado, el recientemente nombrado Lugar de Memoria Histórica fue inaugurado dentro del homenaje al exilio republicano navarro, celebrado en la localidad baztandarra. En el homenaje, se pudieron escuchar tres testimonios de personas que sufrieron aquel exilio, tanto en sus propias carnes, como a través de sus familiares.

MARÍA CARMEN YÁRNOZ HÚDER María Carmen Yárnoz Húder , leyó un escrito en el que relataba el exilio que debió sufrir, junto a su familia, tras el golpe militar de 1936. Dos días antes del alzamiento, el 16 de julio, María Carmen hizo su primera comunión en Pamplona. Vivían en Madrid, pero las fechas familiares importantes siempre se celebraban en la capital navarra. Cinco semanas después su tío, Marino Húder, fue fusilado, y la familia de María Carmen huyó a Iparralde., para instalarse en Baiona, en un piso cedido por Rufino García. Impactado por la dura experiencia vivida en Pamplona, y a pesar de que anteriormente su padre, Javier, no había mostrado interés en la política, ofreció sus servicios al Gobierno de la República que estaba instalado en Valencia. El Banco de España lo nombró arquitecto de prisiones, y se trasladó allí. Al poco tiempo su madre también se mudó. De tiempo en tiempo, uno u otra aparecían por Baiona. En 1939, en los dos últimos trenes que salieron de Barcelona los dos volvieron a Baiona. La Cruz Roja Internacional nombró a su madre directora de una colonia para niños en Saint Etienne, donde su padre daba clases de dibujo y matemáticas, y en sus ratos libres María Carmen los visitaba y jugaba con los demás niños y niñas.

El 12 de agosto de 1939 salieron de El Havre hacia Venezuela. Javier Yárnoz encontró trabajo en el Ministerio de Obras Públicas de delineante, y su madre daba clases de español a las esposas de los estadounidenses que llegaban a Caracas atraídos por el boom petrolero y también se dedicó a actividades culturales, “No fue fácil la vida para mi padre, pero jamás lo oí quejarse”, recuerda.

ANA ARAUJO HUALDE Ana Araujo Hualde, nieta de Remigia Salas Amorena , viuda de Inocencio Hualde Hualde afiliado a la UGT, asesinado en Monreal el 27 de agosto de 1936, compartió parte de la vida de su abuela. Según documentos hallados en el Archivo Militar de Pamplona, Remigia fue denunciada por un delito de auxilio a la rebelión, por colaborar pasando militantes comunistas, albergando en su casa personas que querían huir a Francia.

El 1 de octubre de 1939 la policía entró a medianoche en su casa, pistola en mano, buscando la persona que escondía. Después de destrozar la casa los detuvieron. “A partir de esa noche todo cambió para siempre en mi familia”, señaló Araujo. Su casa fue un refugio, aceptó un riesgo enorme. Pasó 4 años en la cárcel de Ventas, dejando a sus tres hijos y sin tener noticias de ellos. Ana vivió con ella hasta los 18 años, y la recuerda como una mujer discreta, austera. Siempre dispuesta a escuchar a familiares, vecinos y amigos que venían a casa, siempre con el café de puchero listo en la cocina económica.

A pesar de todo lo que sufrió, siempre les enseñó que había que tener confianza en la vida, “la vida sabe más”, decía Remigia.

SARA SORIANO GOIKOETXEA En el homenaje del domingo también tomó la palabra Sara Soriano Goikoechea, sobrina de dos exiliados, Jesús y José Goikoetxea. Dio gracias al Gobierno de Navarra y a las asociaciones de memoria histórica por “aunar esfuerzos, navegar contra corriente y poder organizar el acto de homenaje”.

Reivindicó la memoria como voluntad de rememorar a todos aquellos que con su conciencia y conscientes de lo que arriesgaban siguieron hacia adelante, en la dirección que su ética y responsabilidad le exigía. Recordó que los exiliados, víctimas durante años , han sido invisibles, y que ha llegado el momento de los homenajes, para poder hablar, escuchar, sentir con el corazón, hacerlo públicamente de quiénes fueron, qué hicieron y cómo acabaron. Según Goikoetxea. “la memoria es un deber que va desde lo personal a toda la sociedad, afectando a todos los campos de la existencia”. En este sentido, hizo un llamamiento a transmitir esta memoria a las generaciones que llegan, que conozcan estos hechos, que sientan el privilegio de ser parte de aquellos que se fueron de su tierra huyendo del horror sin saber qué les pasaría, pues en su futuro han dejado la huella imborrable del honor, del amor y de la justicia.

“Deseo que avancemos todos juntos hacia una vida más justa”

Sara Soriano

Sobrina de los exiliados Jesús y José Goikoetxea