Hace diez años que Ana Ayerdi se jubiló como profesora de Física y Química en el IES Julio Caro Baroja. Durante los recreos, “algunas compañeras me decían que esto fue una granja donde había pavos reales, nutrias, cobayas…” explica Ayerdi. De ahí que a este instituto todavía se le conoce comúnmente como la granja. Cada vez se le acercaba más gente a hablarle sobre el pasado del lugar, “me decían que se podía venir y que su familia venía”. 

Aprovechando las anécdotas que le habían contado, la profesora de historia del instituto y Ayerdi les propusieron a sus alumnos hacer un trabajo sobre el pasado del centro. Para ello, como no tenían apenas información, visitaron el Archivo de Navarra, donde les enseñaron fotografías y algunas revistas de la época. Tras acabar el trabajo, la historia cayó en el olvido para el resto del mundo, pero Ana no pudo dejarla ahí y siguió indagando. 

Una década e incontables horas de trabajo después, la investigación por fin ha podido ver la luz bajo el nombre La Granja Agrícola de Navarra y Vascongadas / La Granja del Manicomio Vasco Navarro. Este libro recoge los orígenes y evolución de las dos granjas que existieron a las afueras de Pamplona a finales del siglo XIX y principios del XX hasta 1979. Una de ellas donde el actual IES Julio Caro Baroja y otra en la Txantrea.

A través de los planos, documentos y testimonios es posible entender la vida de estas dos instituciones, que a pesar de ser dos historias paralelas, contaban con propósitos comunes y más similitudes que diferencias. La presentación del libro ha tenido lugar este jueves en el salón de actos del IES Julio Caro Baroja. 

Los asistentes de la presentación frente a lo que fue la casa de la dirección de la antigua granja agrícola de Navarra y Vascongadas. Patxi Cascante

Cuando una buena amiga de Ana le puso en contacto con una persona que había nacido, vivido y trabajado en la antigua granja agrícola, todo volvió a despertarse. “Me enseñó fotos, y sobre todo como había vivido”, cuenta la profesora jubilada. A pesar de las ganas de la autora de seguir investigando, el difícil acceso a las fuentes y la abrumadora cantidad de información disponible hizo que aparcara el proyecto unos años. “Era demasiado”, recuerda.

Aun así, a Ana nunca se le fue la historia de la cabeza, y sus hijos Vicente y Teresa lo sabían. Por eso, hace tres años le motivaron y ofrecieron su ayuda para que siguiera adelante con el libro. Su hija, arquitecta y profesora de dibujo de profesión, le ha ayudado con los mapas durante todo el proceso. Por su parte, su hijo Vicente es profesor del Centro Integrado Agroforestal, espacio en el que antes se ubicaba la granja del manicomio Vasco Navarro. 

Granjas experimentales 

“La granja agrícola fue una de las primeras 20 de las 80 que llegó a haber en España”, explica Ana Ayerdi. Este tipo de lugares tomaron relevancia en toda Europa a finales del siglo XIX, y “era una parada de sementales, vacuno y porcino”. En esa época, explica, la diputación estaba obsesionada con la pureza de la raza, porque el ganado era híbrido y consideraban que no tenía valor. Por eso empezaron a traer ejemplares de otros lugares del continente y los ganaderos iban hasta ahí a “cubrir las preñadas”.

"La granja agrícola fue una de las 20 primeras de las 80 que llegó a haber en España"

Ana Ayerdi - Autora del libro sobre las granjas que hubo en Pamplona

Otros muchos de los pedidos los hacían directamente por teléfono. Para eso, “metían el semen en una especie de termo. Cuando llegaba un pedido, un empleado lo llevaba en yegua a la estación de autobuses y de ahí se distribuía por toda Navarra”, cuenta. 

La del lugar “era una vida envidiada por toda la gente de alrededor. Nadie se quería ir de allí”, destaca Ana. Porque no todo estaba relacionado con los animales: tenían sus propias fiestas, contaban con un laboratorio de champán y vino, ofrecían cursos de todo tipo y un número muy exclusivo de familias podían vivir allí. 

Paralelamente, tras muchos cambios de gestión, se construyó la granja del manicomio, actual Centro San Francisco Javier, que estuvo especializada en porcinos. Pero también tenía un gallinero, una vaquería y un matadero. Los pacientes estaban separados por sexos, y “los enfermos, los pensionados que se les llamaba, eran los que pagaban el estar ahí con sus trabajos”, explica Ayerdi. La gran mayoría no podían hacerlo. Todavía quedan muchas incógnitas sobre este lugar, pero la autora celebra que “hay gente que convivió con los enfermos, que trabajaban con ellos y tenían muy buena relación. A otros les daba más respeto, pero se llevaban muy bien”.