Tras el más que evidente fracaso de las futuristas iniciativas dotacionales orientadas hacia el porvenir en la planificación de la villa cebollera, como queda atestiguado por el devenir de los edificios que habrían de ser buque insignia de la misma (Centro de Arte Contemporáneo, Cubo de Spa y Palacio de Hielo, edificio de la Escuela de Negocios de Foro Europeo, etc), la práctica especulativa en materia urbanística parece haberse cebado ahora mismo con nuestro pasado. Así, con un futuro incierto, o mal definido, y un pasado ya no suspendido sino prácticamente aniquilado, nos presentamos a unas elecciones cuya solución de continuidad, al parecer, pasa por prolongar las inercias generadas en los inicios milenaristas de aquella “apuesta de futuro Huarte 2005 Uharte etorkizun apostu bat”, protagonizada por la gestión, pletórica de aciertos pero así también de destacados errores, de una alcaldía cuyo apellido de honda raigambre local ha venido a marcar los últimos tiempos.

Es un secreto a voces, que la labor municipal consiste en estar más bien determinada por un ejercicio basado en la continuidad que por el cambio. Cuestión en modo alguno baladí. Siempre han sido demasiadas las hipotecas a las que ha habido que hacer frente, y excepcionales los momentos en que, desde su cada vez más mermada autonomía, se hayan podido dar las condiciones para una oportuna apuesta estratégica. Aunque, eso sí, cada época aporta su específica problematicidad, así como la consiguiente asunción de responsabilidades para con la gestión (el cargo, diríase, en más bien una carga). La actual, por todos conocida, está claramente condicionada por la viabilidad económica de determinados equipamientos que pueden hipotecar el futuro de unas cuentas saneadas con las que hacer frente a nuevos desafíos que irremisiblemente habrán de darse. Responsabilidad, sin duda alguna, a la que han de hacer frente los entusiastas candidatos elegidos en los próximos años.

Dicho lo cual, me gustaría llamar la atención sobre un hecho último que ciertamente consigue alarmar a buena parte del vecindario. No ha sido hasta el final de la legislatura, con un antiguo plan general de ordenación suspendido por la elaboración del nuevo, cuando aprovechando una situación de limbo y vacío en la planificación, se están acometiendo obras en lo poco que resta de casco antiguo con la consiguiente desnaturalización del mismo y de su despatrimonialización. Al largo listado de edificios antiguos desaparecidos con anterioridad, y aún últimamente (ver los trabajos editados por el propio ayuntamiento de Encuesta etnográfica y Memoria fotográfica), se vienen a sumar las recién derribadas y próximas a serlo de las casas del Círculo, de Faustino y de Zunzarren y, al que parece sumarse ahora también, la conocida como de Huici. Otras tantas guardan su lugar en la cola para afrontar tan nefando destino. Y llama más aún la atención el que este hecho se produzca bajo una gestión de las “fuerzas del cambio” (que apoyo por lo que políticamente representa y cuyo objetivo, en mi opinión, debería haber sido la de salvar del afán especulador el resto testimonial que nos queda de un casco antiguo configurador de la idiosincrasia del lugar). Aunque si bien es verdad, al albur de lo acontecido, habiendo sido otras las fuerzas en el gobierno -como en ese orden de los factores que no altera el producto- el resultado probablemente tampoco hubiese variado. Todavía podemos estar a tiempo de al menos contar con un propósito de enmienda.

De los tres barrios con los que contaba tradicionalmente nuestra villa, Plazaldea, Portalaldea y Ugalaldea, apenas quedan muestras reseñables de la morfología de un pasado rústico. Y las que sobreviven lo hacen gracias al esfuerzo inversor de la propiedad y de las familias que las habitan en modo alguno favorecido por recursos del erario público. Conforme han ido desapareciendo éstas últimas, debido fundamentalmente a la falta de descendencia, así también, uno tras otro, sus hogares van desapareciendo. Cuestión agravada, aun si cabe más, por la ausencia de una ordenanza respecto del casco antiguo. Para cuando vayamos a tenerla dudo que a estas alturas quede algo por conservar.

Desgraciadamente, en los diferentes niveles de administración del Estado, municipal, regional/autonómico y estatal, no es excepcional este modo de proceder. Salvo, eso sí, con bienes que hayan podido beneficiarse de una calificación como pueda ser la de Interés Cultural. La ley contempla asimismo otros rangos como puedan ser aquellos de Inventariados y los de Relevancia Local. Especialmente este último resulta interesante para el tema aquí tratado, ya que tal y como es contemplado por la legislación actual, determina que sea un instrumento de planificación como el de la “ordenación” el adecuado para su catalogación (Ley Foral 145/2005, de 22 de noviembre, del Patrimonio Cultural de Navarra). Exactamente dice así en su artículo 22 y primer apartado: “La declaración de un bien inmueble como Bien de Relevancia Local se produce por su inclusión en los Catálogos de planeamiento urbanístico elaborados por las entidades locales, con el informe favorable por parte del Departamento competente en materia de cultura, y una vez que el planeamiento urbanístico municipal sea aprobado definitivamente de acuerdo con la legislación urbanística vigente. A tal efecto, el Departamento competente en materia de urbanismo dará traslado al Departamento competente en materia de cultura de las resoluciones de aprobación definitiva del planeamiento urbanístico municipal”.

No entiendo muy bien el porqué de que lo que es posible y hasta norma en otros lugares, incluida la capital, aquí no se trate ni siquiera como excepcionalidad.

El autor es exconcejal del Ayuntamiento de Uharte/Huarte (por EA y Nafarroa Bai)