A Napoleón Bonaparte se le había confinado en la isla de Elba, tras su derrota en la Guerra de la Independencia y la consiguiente abdicación de abril de 1814. Conseguía escapar de allí, al año siguiente, motivado por la inestabilidad política que gobernaba en Francia. Regresó a la capital francesa y logró arrebatar el poder a Luis XVIII, apoyado por sus tropas incondicionales. La Monarquía española instó a las autoridades militares, políticas y eclesiásticas navarras a que se propiciase la vigilancia de las fronteras con Francia.

El intento de los Cien Días terminaría el 18 de junio de 1815, con la definitiva derrota de Napoleón I en Waterloo por las fuerzas coaligadas. A los cuatro días abdicaba por segunda vez y después sería expulsado a la isla de Santa Elena, en el océano Atlántico, para así evitar cualquier nuevo intento de insurrección. Bonaparte moriría en aquellas latitudes en 1821, prácticamente solo. La actividad diplomática del Gobierno español con Inglaterra, Austria y Rusia fue intensa durante el periodo que duró la alarma, y en los meses posteriores con Francia. Parte al menos de la correspondencia se enviaba en clave y una vez llegada al destino se descifraba, ya que los correos podían ser interceptados.

Desde marzo de 1815, los diputados navarros tuvieron perfecto conocimiento de las órdenes del general Areízaga que afectaban al Reino. A comienzos del mes de abril, en Navarra no se conocía de forma oficial la noticia del golpe de Bonaparte, pero sí se encuentran referencias militares a destacar. Por ejemplo, las indicaciones dadas por altos mandos castrenses al virrey Ezpeleta de Beire. Se disponía el traslado urgente de las existencias en bombas y granadas, desde la Real Fábrica de Orbaiceta a la plaza de Pamplona, para lo que se necesitaban cincuenta caballerías. Fernando VII instaba a que los pueblos colaborasen en los traslados del armamento a los puntos precisos, lo que demuestra que la alarma ya se había suscitado.

A partir de estas fechas la situación se agravaría, el movimiento de tropas sería incesante y los problemas en el Reino se habrían de centrar en las exigencias a la población. Hay muchos ejemplos, como el de la villa de Puente la Reina, que anunciaba el 3 de abril la llegada inminente del Regimiento de Infantería Ligera de Voluntarios Numantinos. Se exigían ochocientas raciones de pan y otras tantas de etapa, con su correspondiente aceite y leña, y cuarenta transportes. Al día siguiente, se necesitarían ciento cuarenta «bagajes» para conducir las impedimentas a Pamplona y así sin solución de continuidad por todo el territorio foral.

Entrado el mes de abril de 1815, se dio a conocer la primera noticia oficial del golpe de Bonaparte en Navarra, mediante un comunicado que emitió la Diputación. Se informaba de que Juan Carlos Areízaga estaba al mando de los 11 cuerpos que componían el Ejército de Observación de los Pirineos Occidentales o «de la Izquierda». La Real Orden al respecto indicaba la forma en que se abastecería a sus compañías, que no era otra sino a costa de las poblaciones.

Fernando VII debió de experimentar un gran desasosiego en 1815, porque el problema francés revestía una especial gravedad. Se hallaba reciente el recuerdo de su destierro en Valençay y la más cercana abdicación de Luis XVIII. A pesar del tiempo transcurrido, la memoria de los ajusticiamientos de Luis XVI y su consorte Maria Antonieta en la guillotina, durante la Revolución Francesa, también eran razones de peso para mantenerse siempre alerta.

Similar turbación habría sido compartida por las instancias gubernamentales navarras, dada la proximidad de la amenaza, por las secuelas de los últimos desastres de la Guerra de la Independencia y por la interrupción del proceso de restitución de los fueros. Las gestiones realizadas durante aquellos meses fueron intensas, tanto para contener el potencial riesgo que acechaba desde Francia como para salvar la esencia jurídica del Reino.

Una vez analizada la alarma que se generó en Navarra, se puede afirmar que el optimismo del final de la Guerra de la Independencia en 1814, y la sucesiva restitución foral, dieron pasó a un intenso malestar. La principal causa fue la extrema penuria a que se vieron abocados los habitantes de numerosos pueblos y villas, por las exigencias militares a causa del golpe de Bonaparte, que sacaron a relucir las peores secuelas de la recién finalizada invasión francesa. Los municipios norteños fronterizos habían sido los más afectados y lo eran todavía, con altas tasas incluso de mortandad.

* Doctor en Historia