En la calle Abarzuza, familias y grupos de amigos estelleses esperaban a la sombra la salida de misa, que había comenzado con diez minutos de retraso, a las 11.10 horas. “¿Cuándo acabarán? Con veinte minutos no les bastaba...”, comentó una de las vecinas mientras los de su alrededor asentían. Eran tantas las ganas de celebrar la Bajadica del Puy de las chicas, que incluso los propios músicos aprovecharon la espera para afinar sus respectivos instrumentos. Finalmente, a las 12.15 horas comenzó la ceremonia. A ritmo de los gaiteros, las bailarinas comenzaron a desfilar en doble fila delante de la Basílica de Nuestra Señora la Real del Puy. Seguidos de la banda, los maceros y la corporación, que ambientaron las calles de San Pol y Valdeallín hasta reunirse con los cabezudos, zaldikos y gigantes de Lizarra.

La banda de música llega al Ayuntamiento.

Al llegar a la calle Carpintería, las mujeres tomaron las riendas de la bajada, formando unas treinta y cuatro líneas. Entrelazadas entre sí tararearon la melodía que tocaba la banda de música mientras avanzaban, retrocedían y saltaban con entusiasmo. Después de dos años de incertidumbre, tocaba celebrar por todo lo alto. “Estaba ansiosa por que llegara este momento. Llevo más de cinco años participando y tenía muchas ganas de mover el esqueleto”, comentó Miren Urrizburu entre risas. Una idea a la que se unió Elena Martínez: “Se me pone la piel de gallina cuando veo tantas mujeres unidas por una misma causa. Quizá este año hayamos participado menos, pero lo importante es no perder la costumbre”.

Los pañuelos rojos toman las calles de Lizarra.

Aunque el evento sea conocido como la Bajadica de Puy, cabe destacar que este se celebra en la calle Carpintería, paralela a la Puy, donde afortunadamente la sombra reina y el público aprecia con holgura el evento. Es tal su anchura, que incluso una cuadrilla de amigos decidieron instalar una mesa portátil para almorzar al ritmo de la música. “Mira lo bien que están sentados tomando un vino, unas cervezas y unas pastas”, exclamó Begoña, mientras se quitaba el sudor de su frente y continuaba tarareando.

Las estellesas se dejan el pulmón.

A las 13 horas, el sol comenzó a adentrarse, y las botellas de agua y los abanicos comenzaron a incorporarse al desfile. Los termómetros alcanzaron los treinta grados, y sin embargo, el calor no hizo mella en las estellesas que continuaron dejándose la garganta hasta el final del recorrido. “Si el coronavirus no ha podido con nosotros, ¡qué nos va a hacer el sol!”, destacó Nerea Nuin. No fue el caso de María Luisa Sánchez, que se vio en la obligación de dejar atrás la multitud por un momento para poder refrescarse y tomar el aire. “Me estaba agobiando y por eso, he preferido salir. Pero volveré a entrar para estar presente en la pañuelada”, reconoció con voz firme.

Tras dos horas de disfrute, unión y brincos la multitud llegó hacia las 14 horas al Ayuntamiento, donde los gigantes –los dos reyes y las dos reinas– les aguardaban. Rodeadas de las cuatro figuras, las mujeres con pañuelo rojo en mano se dejaron la última pizca de voz que les quedaba. “A mis 45 años, me he sentido como una niña de cinco años. ¡Qué bonito es disfrutar de las fiestas sin sentirte juzgada!”, subrayó Eider García. Algo que compartieron Estíbaliz, Emma y Teresa, madre, hija y abuela, que calificaron el acontecimiento como “algo único, emotivo y especial”, ya que es el único momento del día donde se convierten en protagonistas indiscutibles. Los hombres deberán esperar hasta mañana para hacerse con las calles de Lizarra.