"MI bisabuela fue, para mí, el arquetipo femenino de la lucha de clases, la pelea por los derechos de sus hijos; en el fondo, es un interesante paralelismo para alguien cuya imagen ha venido a simbolizar los Fueros de Navarra". Esa figura lleva 107 años encarnando la defensa foral de la ciudadanía navarra desde su inalcanzable pedestal del paseo de Sarasate, con la ley en una mano y las cadenas del escudo en la otra. Estos días, con la restauración del monumento, la están poniendo guapa, pero ya difícilmente le restituirán su papel en la historia, su valor en vida y el humillante olvido al que ha sido sometida durante más de un siglo. Así lo denuncia la biznieta de Rosa Estefanía Oteiza Armona, la pamplonesa nacida en 1883 en la calle San Antón que a los veinte años sirvió de modelo para la estatua femenina que representa el Monumento a los Fueros erigido por suscripción popular en conmemoración de la popular Gamazada de finales del siglo XIX.

Su historia es poco conocida, su identidad ha sido reiteradamente ocultada durante más de un siglo y una de sus descendientes se conforma con "recomponer los retazos de su vida; eso ya significaría un acto de reconocimiento". Son palabras de María Jesús Fernández Martínez de Ubago, nacida en 1963 y a quien se conoce como Lara Ubago en el mundo de la moda y el diseño en el que se desenvuelve como una reconocida profesional. Como ya han ido desgranando distintas e inconexas fuentes (la web latxistorradigital.com, el libro Pacto y Libertad editado con motivo del centenario del monumento, etcétera), la historia de Rosa Oteiza es, además de rocambolesca, muy triste, y pese a la creencia generalizada, vivió en Pamplona hasta los años 70 en un anonimato inmerecido y apartada de sus hijos. Se dice que murió a los 87 años en la pobreza de aquella ciudad aún cerrada en los estertores del franquismo.

Lara Ubago es biznieta de Rosa Oteiza y de José María Martínez de Ubago, escultor de la estatua de los Fueros y coautor del monumento junto a su hermano Manuel. Mientras que Rosa era hija de la portera de un colegio y procedente de una familia humilde y numerosa, José María tenía una posición nada desdeñable en la Pamplona de inicios de siglo. Como en los folletines decimonónicos, como en Fortunata y Jacinta o La Regenta, su historia parece más literaria que real, por lo típico que resulta aquel amor imposible dada la diferencia de clases sociales. Además de su modelo, Rosa fue también la amante del autor, y de ahí nacieron tres hijos fuera del matrimonio (¡atención, Pamplona, 1903!): Julio, José María y Luis. Pese a todo, su padre les dio el apellido Martínez de Ubago y de segundo llevaron Lizarraga, lo que hizo desaparecer a Rosa Oteiza de la historia.

El escándalo era inocultable en la Pamplona de la época (apenas 28.000 habitantes), máxime cuando el 7 de abril de 1903 llegó desde la fundición catalana Masriera y Campiu la figura de bronce de cinco metros de altura y 5.000 kilos de peso: su rostro era el de Rosa Oteiza, la amante de José María Martínez de Ubago. Una de las especulaciones que quieren explicar por qué nunca se inauguró el monumento se basa en el escándalo que supuso en la mojigata Iruña de entonces esta relación pecaminosa elevada a símbolo de los Fueros: poco menos que un sacrilegio. Parece que hubo razones políticas de más peso, como la polémica levantada por las inscripciones del pedestal, pero jamás se han alcanzado conclusiones definitivas. Han pasado 107 años, y parece que ha caducado la ocasión de inaugurar el monumento.

un episodio de "traca"

Rosa Oteiza impidió la boda de Martínez de Ubago en Zaragoza

Lara Ubago lleva años intentando reconstruir la historia de su bisabuela Rosa, pero le faltan por llenar muchos huecos y décadas enteras de su vida. Lara es nieta del segundo de los hijos habidos entre Rosa y el escultor José María Martínez de Ubago, llamado Julio, nacido en 1903 y quien desde siempre le habló de aquella bisabuela olvidada. "Me decía muy triste que yo le recordaba a ella, y ésa es una de las razones por las que empecé a investigar esta historia".

Tras acabar el Monumento a los Fueros, los hermanos Julio y José María (éste dejando a sus tres hijos ilegítimos y a Rosa) se trasladaron a Zaragoza, donde trabajaron en varios proyectos arquitectónicos y donde se produce la "sonadísima" reaparición de la madre abandonada por el escultor. Lara ha podido saber que su bisabuelo José María se iba a casar en 1908 con una mujer de su posición social, pero "Rosa Oteiza irrumpió en la ceremonia acompañada de sus hijos para impedirlo".

Después de aquello, el escultor se trasladó a San Sebastián, probablemente llevándose consigo a los tres hijos que tuvo con Rosa, ya que estos crecieron en una pensión donostiarra que seguramente pagaría su padre. Ahí se pierde de nuevo el rastro de Rosa. Además, y por lo que se sabe, el propio José María, (que llegó a ser alcalde de San Sebastián en 1935 por el Partido Radical) evitó el contacto con sus hijos ilegítimos pues no llegó a conocer a los nietos que le dieron.

Mientras tanto, se casó con su secretaria y tuvo cinco hijos, dando inicio así a otra saga de Martínez de Ubago, cuyos descendientes se han criado también en Donostia, pero en paralelo a los procedentes de la relación con Rosa Oteiza y sin contacto entre ambas ramas.

"Es muy improbable que una madre abandone a sus hijos por propia iniciativa -afirma Lara en referencia a Rosa Oteiza-, por lo que seguramente le obligaron a hacerlo y hubo presiones importantes". Para su biznieta, ésta es la parte "más triste de la historia, porque para sus hijos Rosa estaba oficialmente muerta". Sin embargo, Lara ha sabido que la modelo del Monumento a los Fueros seguía viva, ya que trabajó como comadrona de Rentería entre 1932 y 1942, "curiosamente muy cerca de San Sebastián y de sus tres hijos", un dato del que se deduce que quería mantener contacto con sus vástagos e incluso con sus nietos. "O al menos asegurarse de que estaban bien y de que su padre no dejaba de ayudarles", pero parece que sin poder darse a conocer a sus hijos, que seguían con la idea de que su madre llevaba muerta muchos años.

final inacabado

Una biografía sin terminar para una estatua sin inaugurar

No hay más datos, y a partir de ahí se expanden las habladurías sobre el regreso de Rosa Oteiza a Pamplona en la década de los 60 y de su muerte a la edad de 87 años. Mucho después, en 1903 se cumplió el centenario del Monumento a los Fueros sin ninguna mención oficial a la mujer que ha prestado para la eternidad su figura y su rostro al símbolo navarro más universal, una estatua a cuyos pies se han sucedido manifestaciones de izquierdas, de derechas, vasquistas, navarristas, etcétera, prueba de que todos los navarros asumen como propia la figura que simboliza Rosa Oteiza, aunque forzosamente no puede significar lo mismo para todos...