PAMPLONA - Seguro que no hay un sitio en toda Pamplona donde se pueda almorzar un plato de migas caseras. O quizá sí, pero a buen seguro no serán tan sabrosas como las que prepara Pedro Zibiriain. Porque a sus 88 años las sigue haciendo cada mañana a la vieja usanza, en caldero y soltándolas con cuchara de madera. El plato, a 6 euros, y al comensal se le quitan las penas, primero por la exquisitez de la receta, y después por el buen humor que destilan Pedro y su hija Nekane detrás de la barra del bar Arga, el Arga jatetxea de toda la vida de la Rochapea. Y lo digo porque no es difícil entablar conversación con ellos y, de paso, salir contenta de la experiencia culinaria.

Si no fuera porque baja al bar un día sí y otro también a prepararle las migas, Nekane casi no vería a su padre: “Hace diez años que no voy a casa, desde que murió mi madre. Está en Arrosadia, pero no tengo ni tiempo”. Tiene la suerte de que Pedro es un octogenario que no para en casa y se ha convertido, como su hija Nekane, a la sazón, la propietaria, en el alma mater de la taberna.

Nekane Zibiriain, que ha cumplido los 66 años, se siente ahora rochapeana, pero nació en Cáseda. Comenzó a estudiar Filología, pero después acabaría a media jornada en los servicios sociales de Sangüesa, “cuidando a personas mayores”, mientras que por la tarde la completaba en la hostelería. Así, recaló varios años en el Ayestarán de Lekunberri, y en la Rochapea trabajó en lo que fue el Adarra, donde, según recuerda, “aprendí muchísimo con Ramiro”, el propietario: “Cuando él dejó el Adarra, cogí yo el Arga”, recuerda Nekane. Era el año 2001 y esta taberna acabaría siendo su lugar durante 17 años. “Empecé con dos sobrinos, Eneko y Nekane, pero eran muy jóvenes y lo dejaron” Primero arrendada, pero 5 años después, “ya lo compramos”. En aquellos años le ayudaron también sus hijos, Mairu y Lizar, pero siempre Nekane Zibiriain ha llevado la batuta de todo. Hasta ahora, que quiere jubilarse.

Porque abre todos los días de la semana, desde las 6 de la mañana, y se le hacen, sobre todo en fin de semana, las 2 de la madrugada. “Ha sido una época muy bonita, y en todos estos años, nos hemos convertido en, un poco, el bar referente para el barrio”. Ahí para la comparsa en las fiestas, es uno de los centros euskaldunes de la Rochapea (acaba de sumarse a la campaña Euskaraldia), y en Sanfermines se erige como una de las tabernas referencia para degustar platos de toda la vida: “Mantenemos los almuercicos de siempre, los huevos, el ajoarriero y el estofado, y otras recetas tradicionales como los menudos, las manitas, el cordero al chilindrón, Todo lo que sea cocina casera”. El menú del día, a 11 euros, pero también es muy popular la barra de pinchos: “Una vecina la colgó en internet, y ya tiene más de 5.000 visitas”, se congratula Nekane.

En la actualidad, además de su padre Pedro, también trabajan en el Arga Jatetxea César, que se ocupa de la terraza, y Espe, en la cocina. “¿Cómo se mantiene esto? Pues con mucha ilusión, capacidad de servicio y de sacrificio. En un bar hay que darlo todo, y si lo haces, la gente sabe apreciarlo”.

TRAS LA RIADA DE 2013 El 9 de junio de 2013 al Bar Arga se lo llevó su tocayo, el río, casi por delante. Se metió hasta la cocina y dejó a Nekane un chandrío de 75.000 euros. El agua subió un metro y medio en su establecimiento hostelero de la calle Joaquín Beunza, y, como ella suele recordar, “el mundo se me vino abajo”, pero, sin embargo, la “solidaridad” consiguió que en algo más de una semana pudieran volver a abrir de nuevo al público. Gracias a ellos, que de forma desinteresada “nos ayudaron a limpiar”, 8 días después, el 17 de junio el Arga Jatetxea ya estaba dando guerra. Y eso que del seguro “solo cobramos 30.000 euros, en torno al 35-40%, porque fue un acuerdo amistoso, y las indemnizaciones son muy complicadas, o las coges o las dejas, y a los cuatro días se queda todo para ti”, recuerda Nekane.

Aunque fue el momento más triste, Nekane ahora sonríe. De hecho, son tantos los momentos buenos que ha pasado en el bar que cree que deja un gran legado al hostelero que quiera comprar su negocio: “Tiene mucha vida, está bien ubicado, y tienes a la clientela ganada de antemano”, dice. Para quien esté interesado, en Idealista sale la oferta. Solo vende (350.000 euros), no alquila: “No me he puesto fecha para irme del bar, y, de hecho, si encuentro a alguien con ganas e ilusión, me ofrezco a quedarme unos meses más a ayudarle”. Después se dedicará a sus dos nietos y a sus amigas, a las que durante 17 años prácticamente solo ha visto tras la barra del bar.