pamplona - Pocas cosas habrá en la vida que se parezcan a esa felicidad que asoma, a veces, cuando a uno le dan en la cara las faldas de un gigante al vuelo y una risa tonta le recuerda que una vez también fue niño. Y que basta una ciudad, basta Pamplona, para saber que lo de aquí es único. Nuestro. Eso que está en la mirada de los más txikis, cuando ven a Braulia; en quienes se cuelan bajo sus enormes ropajes y en aquellos que ponen, con entusiasmo y devoción, música al vals que consigue darle vida. Es lo que les une, lo que hace pueblo, cultura y ciudad, porque si algo caracteriza a la vieja Iruña es que cuenta con sus propios momenticos. Y el Privilegio de la Unión es uno de ellos.

Por eso ayer era día de celebración. De ponerse las mejores galas, de reír y bailar, de disfrutar de todo lo que une y no de lo que separa. Ayer hicieron lo propio cientos de personas, que celebraron los 596 años que hace que el rey navarro Carlos III el Noble conseguía unificar los tres burgos -San Cernin, San Nicolás y Navarrería- para hacer de Pamplona una sola, unida, sin murallas ni separaciones que la convirtieron en la urbe moderna que es hoy en día.

Llegaron, primero, los gigantes. Los dos reyes, con sus bailes, acapararon todas las miradas en una plaza del Ayuntamiento a rebosar. Blanca y María Pilar, pamplonesas de pro y vecinas de la mismísima plaza Consistorial, llegaron -como buenas conocedoras del acto- una hora antes para coger sitio en uno de los bancos, que empezaban ya a las 16.30 horas a estar cotizados. “Nosotras venimos siempre, es un acto muy bonito, muy nuestro. Y hay que valorarlo más: es que los navarros no explotamos todo lo bueno que tenemos”, decía María Pilar, mientras su amiga relataba curiosidades sobre el sepulcro del Noble, que yace en la catedral, junto al de su mujer Leonor de Trastámara. “La cara de él, que aparece pintada, es la suya. Pero la de su mujer no”.

Y coincidían, recordando, en que el año pasado comenzó a caer un poco de xirimiri a la entrada de la catedral, pero ayer la climatología no sólo respetó si no que incluso fue amable: 20 grados a la sombra pasadas las cinco de la tarde y un sol radiante permitieron disfrutar de una jornada impecable. A las 17.45 horas el medio centenar de miembros de La Pamplonesa entonaba ya el Gora Iruña para comenzar la marcha, encabezada por los gigantes y cabezudos, músicos, dantzaris de Duguna, Guardia Real y la Corporación municipal, con sus trajes de gala, prendas que siempre que salen a relucir consiguen darle un aire especial -incluso melancólico- a esos interesantes paseos.

El único edil que faltó a la cita fue Juanjo Echeverría (Navarra Suma) y aunque el alcalde, Enrique Maya, no hizo declaraciones, el ambiente fue distendido y agradable. Saludos y besos lanzados desde las ventanas, niños y niñas a hombros, silletas, familias y turistas un tanto descolocados que se toparon de golpe con el gran fiestón sembraron de buen ambiente en un día emotivo y único en el que, también y para ensalzar su origen, sirvió para estrechar lazos.

Jornada especial “El Privilegio de la Unión es la Fiesta Civil más importante de Pamplona, durante la pasada legislatura esa fue nuestra apuesta para que todos, independientemente de sus creencias, estén a gusto, y creo que es algo que se ha conseguido”, valoraba Asiron. Los músicos Eva y Luis aseguraban que la de ayer era una jornada especial que les recordaba a San Fermín Txikito -“hay muy buen ambiente, los puestos le dan vida a la ciudad”, decían-, y es que los gigantes salen en contadas ocasiones y eso es lo que hace, entre otras cosas, que la cita sea especial.

El nutrido y variado cortejo recorrió desde el ayuntamiento las calles Mayor, plaza San Francisco, Nueva, la plazuela del Consejo y Zapatería y Calcetería hasta afrontar Curia después de Mercaderes y llegar hasta la catedral, donde se celebró el responso. Xabier Sagardoy (PSN) ejerció de abanderado, como concejal más joven, mientras que portaron la borla derecha Cristina Martínez, segunda concejala más joven, y la borla izquierda Arturo Lecumberri (ambos de Navarra Suma), tercer edil más joven. Hicieron las pertinentes paradas a lo largo del recorrido para dejar bailar a los gigantes, que sin duda fueron ayer reyes. Los más pequeños estiraban, a su paso, sus manos para tocarlos con los ojos bien abiertos, casi sin creerse toda esa agilidad contenida en semejante altura.

Aunque ayer vieron también una exhibición de lucha de espadas y cánticos de juglares, entre otros actos que sirvieron para transportar al medievo a todo el que se dejó caer por el centro de Pamplona, bien para cotillear en el centenar de puestos, para darse algún capricho o simplemente para participar de una cita que cuenta cada vez con más voz y arraigo. “A mí me encanta: es como volver a ser niño”, decía un vecino de Pamplona mientras buscaba a su nieta. “A hombros solo la sube mi yerno, para mí ya pesa mucho”, bromeaba.

Ya en el templo, decenas de personas aguardaban dentro, con los protagonistas, a quienes el alcalde dejó un ramo de flores en un acto emotivo y silencioso. El deán de la catedral, Carlos Ayerra, leyó una oración tras bendecir las tumbas y poner en valor la jornada. Al salir, cientos de personas arroparon también a la comitiva, mientras sonaba de nuevo el Gora Iruña, que se intercaló con Todo son nubes, Evocación y, ya en el Ayuntamiento, la jota La Dominguera, antes del baile de despedida de Duguna. Una corte conformada por unas 150 personas entre dantzaris, gaiteros, txistularis y banda, guardias de gala y otros que volvieron a reunirse, un año más, para dar fe de que si algo hay en Pamplona es diversidad pero, conquistadas todas las murallas, siempre reina la unión. La Pamplonesa, por su parte, abarrotó la plaza del Castillo y se encargó -cómo no- de poner el broche perfecto a una cita que cuenta cada vez con más adeptos.