i los adoquines de la calle Ansoleaga del Casco Viejo de Iruña pudieran hablar, contarían historias de tiempos pasados en los que en las imprentas se producían Naipes, como en la de la familia Cumia. Ubicada en el entonces Palacio Aguerre, en ella también se editó el diario Carlista La Lealtad Navarra, que nació en 1888 para sustituir a El Tradicionalista. La actual trasera del Hotel Maissonave fue también sede del Orfeón Pamplonés allá por 1909 mientras en sus aledaños, sobre esas mismas piedras, se divertían de puertas para adentro los parroquianos del Culancho. Cuenta el periodista Fermin Erbiti que en esta popular tasca tendían una sábana blanca por fuera para que los vecinos supieran “que ya se podía tomar txakolí. Porque aunque ahora resulte más conocido en territorios vecinos, en Iruña se hacía por toda la Cuenca. Era una bebida muy popular a principios del siglo XX, por eso hay himnos de algunas peñas que todavía lo recuerdan”, relata.

Son singularidades que desgrana con mimo porque forman parte de una ciudad que conoce bien y recuerda con cariño, pero sobre todo con mucho rigor. Y es que esa misma calle vio nacer a su casi segunda casa, la más antigua de Iruña y que es, además, la única muestra del gótico civil que conserva la ciudad en la actualidad.

El edificio que alberga la Cámara de Comptos de Navarra, en el Casco Viejo, nunca ha sido sólo eso. Fue también Casa de la Moneda, sede de la Comisión de Monumentos, de Príncipe de Viana, y primer museo de Navarra en 1910. Tres años después se inauguraría frente a ella, en el edifico que alberga la Biblioteca Municipal -la antigua La Agrícola- el Grand Hotel, “un hotel de lujo que se erigió cuando Pamplona era sólo Casco Viejo. Fue el primero que tuvo ascensor, champán francés y un portero que hablaba cuatro idiomas… Pero duró poco”, relata Erbiti. El histórico rincón que nos ocupa, eso sí, tuvo mucha más vida. Y la que le queda por vivir: fue germen de la Universidad de Navarra e incluso escuela de euskera, primer euskaltegi de la ciudad, para regresar después a sus orígenes como órgano fiscalizador y cerrar así el ciclo.

Pasan actualmente por la Cámara de Comptos “más de mil personas cada año, sobre todo grupos de estudiantes, de Formación Profesional y personas interesadas”, que pueden descubrir los secretos de este emblemático edificio además de conocer la labor de la institución. A ellos Erbiti, que trabaja allí como jefe de Comunicación, les cuenta -en un patio que luce con orgullo la puerta de una antigua ermita de Sangüesa y una inscripción de San Ignacio de Loyola-, que la casa donde se encuentran data del siglo XIII y perteneció en sus orígenes a la familia Otazu. En ella recaló la Cámara de Comptos en 1520 después de haber pasado por diferentes sedes desde su creación, allá por 1365, a cargo del Rey Carlos II de Navarra, que quería poner orden a sus finanzas. Nombró para ello a tres personas -oidores, los actuales auditores- para controlar las cuentas e impuestos, recibir asesoramiento y también juzgar (antaño fue Tribunal de Comptos) a quienes lo merecían. Entonces Navarra tenía moneda propia, que se utilizó hasta el s. XIX y se acuñaba en esta misma casa.

Fue Cámara de Comptos y Casa de la Moneda hasta 1836, en vísperas de la Ley paccionada y en tiempos en los que Navarra peligraba como reino. “El edificio quedó vacío pero guardando dentro un tesoro, todos los libros de Comptos que se fueron acumulando con el tiempo, algunos incluso desde el año 1258, antes de su constitución. Estuvo a punto de ser derruido, en muy mal estado tras la tercera Guerra Carlista. Pero llegó después la Comisión de Monumentos, institución que se creó para proteger el patrimonio histórico y artístico de Navarra y promover obras en castillos, palacios, iglesias y monasterios”, explica el experto, escritor también de varios libros.

Esos miembros de la comisión fueron quienes conservaron la casa y su futuro, ya que el edificio fue declarado Monumento Nacional en 1898, y también realizaron diferentes obras y reformas para su mantenimiento. Con Yanguas y Miranda en la Diputación, se recuperó el valor de ese archivo, que se trasladó al palacio de Diputación, al antiguo Archivo de Navarra. “Hoy en día los historiadores reconocen que es una auténtica joya, no hay series de libros tan antiguos sobre la baja edad media”.

La comisión, conformada por intelectuales de la época como Florencio Ansoleaga, Julio Altadill o Arturo Campión, estuvo allí desde 1868 hasta 1940. Fundaron en ese transcurso de tiempo la asociación Euskara de Navarra -como buenos fueristas y para mantener el recuerdo del reino y su idioma, en 1877- y el primer Museo de Navarra - en 1910, hasta que se puso en marcha el actual en el año 56-. Príncipe de Viana les tomó después el relevo, en la misma sede y con esa misma función de proteger el patrimonio histórico y artístico del territorio.

Uno de los hitos más curiosos -aunque no el único, ni mucho menos- fue la fundación de una academia para aprender euskera promocionada por la propia Diputación en los años 50, “frente al criterio en contra del entonces gobernador. La primera vez que se crea un euskaltegi público, con Francisco Tirapu como profesor y muchos pamploneses y pamplonesas que venían a estudiar el idioma”, explica Erbiti, que recuerda que entonces la Diputación trató de recuperar aquellas iniciativas que se iniciaron antes de la guerra y supusieron, entre otras, la creación de Euskararen Adiskideak -que impulsó la primera ikastola de Navarra en Pamplona-, Euskaltzaindia o Eusko Ikaskuntza, estas dos últimas instituciones junto a las diputaciones de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba. La academia tuvo que mudarse un año después a la Escuela de Comercio (actual INAP) por falta de sitio tras el considerable incremento del alumnado.

Después, el edificio fue también sede de la Universidad de Navarra -que ya en el 52 impartió las primeras clases de Derecho y en el 58 fundó el Instituto de Periodismo- hasta el año 62, y de la Policía Foral, del 66 al 73. En el año 94 Príncipe de Viana se trasladó a la cuesta de Santo Domingo, junto a Educación, y la Cámara de Comptos -que se recuperó en los años 80 con la creación del Parlamento de Navarra y las primeras elecciones democráticas- regresó un años después a su casa. A su hogar, para volver a sus orígenes y cerrar un ciclo que este 2020 celebra su 40 aniversario.

Actualmente trabajan en la Cámara de Comptos 35 personas con cuatro equipos de auditoría. Las visitas y la edición de un libro en 2013 -a cargo del propio Erbiti- para recuperar la historia de la casa más antigua de Pamplona y su entorno forman parte de una estrategia de apertura que busca acercarse a los ciudadanos. El pasado febrero, además, el dibujante César Oroz presentó un cómic en euskera y castellano que ha realizado junto a esta entidad para dar a conocer tanto sus curiosidades como su funcionamiento en un trabajo que no tiene desperdicio.

“En general las instituciones son poco conocidas, aunque con la llegada de la Democracia Navarra fue la primera comunidad del Estado que se dotó de un Tribunal de Cuentas Propio en 1980, por el recuerdo histórico que ya había de ella y lo que supone contar con hacienda propia”, explica el periodista, experto en la materia después de un arduo trabajo de investigación. Y es que a él le gusta contar historias, dice, “más si son relacionadas con la ciudad y con sus orígenes”.

“ En este edificio se encontró un archivo que es una joya, con libros del año 1258”

Periodista y escritor