ola, personas. Una semana más aquí con vosotros para contaros mis vueltas y revueltas por este mundo de locos.

En esta ocasión dos van a ser los paseos referidos y bien dispares los dos. Empecemos por el primero que fue un paseo de altura y no es eufemismo.

Resulta que hace unos días me llamó mi primo el Chato que es un loco de la aviación deportiva y me dijo que si me apetecía darme con él un paseo en avioneta sobrevolando Pamplona y alrededores. Servidor que se apunta a un bombardeo aceptó la oferta sin dejarla botar: al vuelo dije que sí al vuelo y el lunes a las 10.30 despegábamos del J.F.K. de Lumbier. Montamos en una avioneta blanca y pequeña, su hélice empezó a girar, rodamos por la pista y para cuando me quise dar cuenta estábamos a 300 metros del suelo. Hicimos la maniobra pertinente y enfilamos hacia la capital por encima de Urraul; la primera construcción que reconocí fue el monasterio de la Santa Fe de Eparoz, a continuación apareció, inmenso, el pantano de Itoiz y pegado prácticamente a él Aoiz. Visto desde el aire da un poco de respeto ver que una puñetera pared sujete tanta agua, pero uno sabe que quienes hicieron el murete sabían lo que hacían. Seguimos viaje y a nuestra izquierda nos hablaba de tú a tú la peña de Izaga, mirándonos a los ojos, grande, seria, imponente. Un poco más allá su eterna compañera de mus: la higa de Monreal. Sobrevolamos Urroz, Lerruz, Yelz, y cambiamos de valle para pasar por encima de Ardanaz y llegar al campo de golf de Gorraiz. Entramos en la ciudad por la Txantrea, un barrio hecho con escuadra, cartabón y tiralíneas, tras ella Orvina, y de ahí nos dirigimos a dar unas vueltas en vuelo bajo sobre el fuerte de San Cristobal que visto de forma cenital es impresionante. Tras verlo a placer en varias pasadas, retornamos a la Pamplona de los vivos. Lo sobrevolamos todo, fue una hora de ver y ver y ver y empaparnos de Pamplona, la Catedral y todo su gran conjunto; la Ciudadela, verde pulmón; la Baja Navarra, única brecha que parte en dos la ciudad; el ensanche ordenado; lo viejo con su sabor, sus torres, sus callejas; los nuevos barrios Lezkairu, Ripagaina, Sarriguren con sus construcciones último grito de arquitectura; Aranzadi y el río; la Magdalena y sus huertas; el nuevo Sadar, que visto desde arriba es como una gran caja de toallitas higiénicas vacía; la cárcel que no parece cárcel; los polígonos; el seminario, con su planta megalómana; la plaza de toros y, como punto final del vuelo, haciendo parangón con el vuelo de la vida, sobrevolamos Berichitos, el jardín de cipreses a donde todos iremos a parar. Volvimos a tomar Izagaondoa y Lumbier se presentó ante nosotros en diez minutos, la habilidad del Chato a los mandos hizo que mis pies volviesen a pisar suelo firme con un cierto respiro de tranquilidad. Volveré.

El otro paseo tuvo lugar el miércoles y no fui solo me acompañó mi amigo, su jubilación excelentísima Don J.E.V. y nuestro objetivo fue el monasterio de Azuelo en el homónimo pueblo de tierra Estella. Salimos de Pamplona a las 10.15 horas, poco antes de las 11 entrabamos en Torres del Río para hacer un pequeño alto en el camino y admirar la maravillosa iglesia del Santo Sepulcro, obra románica de planta octogonal digna de verse. En la puerta hay un teléfono y nos dice que llamando alguien se acercará para abrirnos la puerta y así fue, una señora encantadora atendió la llamada y en un pispas estábamos con ella admirando el interior del templo.

A las 11.45 llegábamos a Azuelo y no tuvimos que buscar, el monasterio objeto de nuestra visita te recibe orgulloso en un alto. Aparcamos a sus pies y llegamos. La portada nos dejó boquiabiertos, seis arquivoltas de diferentes decoraciones y tamaños descansan sobre columnas y pilares formando un conjunto espectacular. Tras un rato disfrutando de esa joya empezamos a ver todo el conjunto y llegamos a otra puerta, en su lateral una nota nos explica que telefoneando al número indicado se personará un propio que nos franqueará el paso. Llamamos y en nada apareció Pedro San Emeterio Acedo un señor dispuesto a contarnos luces, sombras, hechos, datos y detalles del Monasterio románico de Azuelo. Se remontó en la historia para contarnos que fue levantado por García el de Nájera allá por el 1052 pero su erección fue lenta y el rey falleció sin verlo acabado, Sancho IV tampoco conoció el templo terminado antes de que lo despeñasen en Peñalen y fue Sancho Ramírez quien lo remató y lo puso en funcionamiento con una partida de monjes benedictinos cluniacenses. Los siglos fueron cambiando la fisonomía del monasterio hasta llegar a lo que hoy en día podemos disfrutar. Así, en el siglo XVI, se tira la bóveda de cañón y se le dota de una más alta y de mucho más empaque de estilo gótico tardío. El siglo XVII trae de su mano un pórtico ante la entrada principal, pórtico que según nuestro cicerone fue rápidamente tapiado y convertido en casa de reunión de la Cofradía, cofrades que se encerraban allí para sus deliberaciones y sus capítulos, acompañando éstos de vino, callos y otros caldos y pitanzas, el XVIII añade un punto de contraste a la seriedad y sobriedad del románico colocando una capilla barroca de recargado gusto. Se trata de la capilla de San Marcial, separada del resto del templo por una verja de madera, tiene paredes y cúpula en estuco preñado de tallas, hojas, rocalla y roleos de acanto, la capilla es de 1708 pero por una boutade del artesano está fechada al revés y se lee 8071.

El templo está bajo la advocación de San Jorge y en su nombre se ponía en práctica hasta hace poco una terapia milagrera para sanar a los perros de la rabia mediante algo que ellos llamaban rismar y que consistía en marcar con una cruz en la frente al pobre can con un hierro candente que antes había sido sumergido en agua que había pasado por la urna que contiene reliquias del santo. De locos. Una práctica por suerte en desuso.

Pedro nos dio también un repaso sociológico de la zona y nos estuvo contando las oleadas de emigración que a lo largo de los años 60 y 70 vaciaron el pueblo y decía que todos habían ido a los Vascos, que la gente se cree que en los Vascos solo había extremeños y andaluces y eso es falso, decía, de la zona suya también hubo movimiento migratorio, y mucho. Nos contó que el campo en esa época era muy duro y el futuro muy incierto.

Con todo lo que nos refirió el bueno de Pedro tendría para escribir tres ERP pero no hay sitio, os recomiendo una excursión a Azuelo y una llamada a su teléfono.

Besos pa'tos.

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