En los abruptos prados del valle de Basaburua y a las orillas de río Artius, 40 vacas de raza pirenaica -ajenas al trajín del día a día y a la pandemia- pastan rodeadas de frondosos bosques de robles y hayas, algunos de ellos milenarios. Con ellas, Leyre Iraizoz Cirés, joven ganadera de 30 años natural de Eltso, localidad situada en el valle de Ultzama, que les visita a diario -excepto en invierno, cuando están en la cuadra- con cajas llenas de pan y pienso. "Es un oficio que requiere muchísimas horas. Me levanto a las cuatro de la mañana y trabajo los siete días de la semana, pero no lo considero un sacrificio porque las vacas son mi vida", asegura tajantemente Leyre.

De pequeña, esta hija de ganaderos era "muy mala, demasiado revoltosa, hacía muchas, muchas, muchas trastadillas" y su madre, María Asun Cirés, le castigaba día sí y día también, pero sin saber que le mandaba al lugar que más le gustaba a Leyre: la cuadra donde la familia guardaba las vacas de leche. Allí, ayudaba a su padre, Fernando Iraizoz, en alguna labor -como ordeñar- o se distraía en el tractor o el camión. "No sé si es porque en mi niñez pasé mucho tiempo con mi padre y las vacas, pero a mí me han gustado siempre. Lo he vivido desde el principio", afirma. De vez en cuando, también acompañaba a su padre, tratante de ganado, que cada miércoles viajaba al mercado nacional de Torrelavega en Cantabria.

Por eso, no es de extrañar que con 13-14 años Leyre tuviera claro su futuro: ganadera. "¿Para qué me lleváis al colegio si me quiero quedar en casa con las vacas? ¿Para qué voy a estudiar para tener vacas?", preguntaba a sus padres. Cuando terminó los estudios obligatorios en el colegio de Maristas de Pamplona, cursó dos años de formación profesional en la rama de ganadería en la escuela agroforestal de Orvina. Al finalizar, con 18 años, se dio de alta como joven ganadera y compró 40 vacas pirenaicas. "Esta raza es de carne. Antes trabajábamos con vacas de leche, pero mi padre decidió cambiar cuando en 1995 se cerró la fábrica de Danone de Iraitzotz. Y yo he continuado con las de carne porque es lo que he conocido", comenta.

"Precios de hace 40 años"

La joven ganadera confiesa que el sector vacuno no atraviesa por su mejor momento. "Ahora mismo me están pagando a 4,20 euros el kilo de ternera navarra. Son precios de hace 30 o 40 años porque mi padre tiene facturas y son los mismos precios. Sin embargo, los costes de producción son el doble o el triple y en la carnicería nuestro producto se vende a 12,13 euros o más. Cada vez hay menos margen, estamos más apretados y no sé hasta cuándo aguantaremos. Cada día nos están quitando la ilusión de seguir", lamenta. Las ayudas europeas de la PAC, añade, les sirven para sobrevivir, pero sigue criticando que los intermediarios especulen con su producto: "No puedo decir 'este ternero vale a 10 euros el kilo'. No, ellos me marcan a 4,20. Si quiero bien y si no esos terneros me los tengo que comer yo", incide.

Como consecuencia, Leyre siempre se ha visto obligada a compaginar su sueño, la ganadería, con distintos empleos que le proporcionaran unos ingresos extra. Desde hace dos años, trabaja a turnos -de mañana, tarde y noche- en la fábrica del grupo Bel, situada en Iraitzotz, a seis kilómetros de su casa, y que elabora los quesitos de la vaca que ríe. "Ahora mismo es más seguro un sueldo a final de mes que tener vacas. Yo sé que trabajando en la fábrica me van a pagar 1.200, 1.300 euros, pero como ganadera no sé lo que voy a ingresar. Claro que me dedicaría solo a las vacas, pero tener un sueldo a final de mes te garantiza todo", señala.

A pesar de su doble jornada laboral, se las apaña -con la ayuda de su padre y de su madre- para no dejar desatendidas a sus vacas y terneros. Si va de mañana, se levanta a las cuatro para alimentar al ganado, entra a las seis a trabajar y a la tarde dedica otras dos horas a los animales. Cuando le toca turno de noche, llega a casa a las seis de la mañana y antes de irse a dormir les da de comer. Además, los viernes lleva los terneros al matadero de Pamplona y el fin de semana se dedica a limpiar la cuadra con el tractor. Eso sí, destaca que la intensidad de trabajo varía según la estación del año, ya que en verano las vacas pastan en los prados y "no hay que estar tanto detrás de ellas", mientras que en invierno guardan el ganado en la cuadra y las alimentan todos los días mañana y tarde.

"Mujeres invisibles"

Leyre comenta que una parte de la sociedad relaciona la ganadería con un oficio exclusivo de hombres, pero asegura que las mujeres "desde siempre han rondado" las cuadras. "Antes, en todas las casas había vacas de leche y eran responsabilidad de la mujer porque el hombre trabajaba en el monte o en la fábrica. Mi madre y mi abuela eran ganaderas y ordeñaban a las vacas todas las mañanas, pero siempre desde la sombra. A las mujeres se nos ha invisibilizado", reivindica.

Debido a esos prejuicios, continua, parte de la ciudadanía minusvalora las capacidades de las mujeres para hacer las labores de la ganadería: "Ese machismo existe y creo que es poco probable que deje de existir. Pero una mujer puede conducir un tractor igual que un hombre. Lo mismo con los partos, donde hace falta mucha fuerza, pero los terneros los saco yo. Y si no puedo, le llamo al vecino o a quien sea".

En su caso, ha sufrido algunos comentarios machistas, sobre todo con su padre cargando las vacas en el camión en Torrelavega, pero asegura que "me da exactamente igual porque me echo para adelante como los toros de lidia". "Sé de lo que soy capaz y a mí nadie me va a echar para atrás".