Retrocedamos hasta 1931, hace ahora 90 años. El día 1 de junio la Comisión de Festejos del Ayuntamiento de Pamplona, presidida accidentalmente por Cristino Itúrbide, convocó un concurso “para premiar a las cuadrillas de mozos que con su comportamiento se distingan más durante las fiestas de San Fermín”. Sus bases se publicaron en la prensa local el día 3 de junio. Desempeñaba la alcaldía en ese momento Modesto Velasco Sagredo, aunque de modo provisional, en realidad era presidente de una comisión gestora de seis miembros, republicanos y socialistas, nombrada por el Gobierno el 17 de abril. Las elecciones municipales celebradas el 12 de abril (las que provocaron la caída de la monarquía y la proclamación de la II República) habían sido impugnadas en Pamplona por el PNV y se repetirían el 31 de mayo. Si en abril se impuso la coalición católico-fuerista, en mayo lo haría la conjunción republicano-socialista; el 5 de junio sería elegido alcalde el republicano Mariano Ansó Zunzarren.

Las bases aprobadas por la Comisión de Festejos establecían cuatro premios, de 400, 300, 200 y 100 pesetas, respectivamente, “a cada uno de los cuales podrán aspirar las cuadrillas de mozos que más se distingan durante las próximas fiestas de San Fermín con su buen comportamiento y sana alegría”. Se añadía que “las cuadrillas tendrán libertad de elegir la indumentaria con que han de ir vestidos, bien entendido que para optar a estos premios se requiere que las prendas que usen han de ostentar el decoro debido y sobre todo han de hallarse bien limpias en cualquier momento”. Además, era “requisito indispensable que estas cuadrillas vayan con música agradable y selecta quedando sin opción a premio la cuadrilla que con los instrumentos produzca sonidos estridentes”.

Hemos de ponernos en situación. En aquella época, las cuadrillas de mozos salían a la calle a beber y bailar e iban a los toros con pancarta, pero todavía no gozaban de la institucionalización posterior. Las mozas no llegarían hasta mucho después y la denominación de “peñas” tardaría en imponerse; en las primeras décadas del siglo la prensa solía llamarles la “gente de bronce”, lo que ha generado la leyenda de que existía una cuadrilla con tal nombre, antecedente de la peña Los de Bronce fundada en 1950. No solían tener sede propia sino que se reunían en algún bar y su duración solía ser muy irregular, algunas no duraban más allá de una o unas pocas ediciones de las fiestas. Las cuadrillas no se acompañaban de una charanga profesional, ni siquiera existía todavía la música que hoy se tiene por típicamente sanferminera, tocaban tanto instrumentos de cuerda como los de viento que acabarían por predominar, y también debía de ser usual que llevaran todo tipo de artilugios sonoros, incluidos “pitos de a perra gorda”, con los que producir más ruido que música. El periódico La Democracia escribía el 9 de julio de 1932: “Las cuadrillas de mozos saltarines arrastran a los últimos perezosos, camino ya de la Plaza, entre estridencias de raro instrumental y pinceladas agudas de cartelones heraldos”.

Peña Los de Siempre, 1932.

Los mozos vestían a su aire, era habitual que llevaran boina azul o negra, o sombrero de paja, camisa y pantalón muy frecuentemente azules; pañuelo, blusa, faja y alpargatas de colores diversos, y a menudo añadían complementos que provocaban las críticas de convertir los sanfermines en un carnaval. El Pensamiento Navarro de 5 de julio de 1930 escribía: “Todos los años, por estos días, lanzamos el consiguiente suelto clamando porque la juventud quiera convertir nuestras fiestas en una carnavalada, pero nada conseguimos, y a pesar de nuestro llamamiento al buen gusto el malo es el que impera y vemos nuestras cuadrillas convertidas en hatos de mamarrachos con camisas de colorines y otras prendas ridículas de las que tanto gustan en los pueblos de la Ribera, pero que constituyen un atentado a la estética, al buen gusto y hasta al buen humor”. El alcalde de Pamplona, el monárquico Francisco Javier Arvizu Aguado, reunió el día 4 de julio de 1930 en su despacho a representantes de las cuadrillas, en presencia de la prensa local, para rogarles un buen comportamiento durante las fiestas, en particular en cuanto a indumentaria. El Pueblo Navarro relataba lo que sigue: “Recordó el señor Arvizu que, de unos años a esta parte, la ingerencia de gentes no nacidas en Pamplona, ha dado lugar a una lamentable transformación de esas cuadrillas bullangeras, cuyos componentes han llegado a vestirse estrafalariamente, de modo uniforme y evidente mal gusto, trayendo, como lamentable consecuencia, la de que lleguen a confundirse nuestras clásicas fiestas con un grotesco Carnaval”. El alcalde había dictado un bando “para impedir la descaracterización de nuestras típicas fiestas, desnaturalizadas de año en año por la inconsciencia de unos y el equivocado afán exhibicionista de otros”. Se disponía, entre otras cosas, lo siguiente: “Se prohíbe el uso de trajes o prendas de vestir cuyo carácter claramente estrafalario dé tono de disfraz a quien los lleve”. También se prohibía “cantar, gritar, alborotar y tocar toda clase de instrumentos” desde la una hasta las seis de la madrugada. Los agentes de la autoridad estaban encargados de hacer cumplir tales prescripciones “con toda escrupulosidad”.

Llevado de su celo regenerador, el alcalde Arvizu también dirigió una circular al presidente de la Cámara de Comercio indicando que “para evitar que durante las próximas fiestas de San Fermín las cuadrillas de mozos que dan singular alegría a las mismas, empleen vestidos impropios de tales días, desnaturalizando el tradicional carácter de aquéllas, he ordenado que las cuadrillas vistan trajes correctos sin dar el carácter de mascarada con tonos raros en vestidos, seguro de que con ello ganará el buen nombre de la ciudad, por cuyos prestigios deben velar incesantemente los buenos pamploneses; y teniendo en cuenta que son varios los comercios de la ciudad que se dedican a exhibir telas y trajes cuyo uso está en oposición con lo ordenado por mi autoridad, a fin de evitar perjuicios que pudieran sufrir los industriales, ruego a usted haga saber a los mismos la decisión que he adoptado y cuyo cumplimiento se impondrá con carácter obligatorio”. La iniciativa tuvo respuesta en la prensa (La Voz de Navarra de 6 de julio) por un indignado comerciante que consideró un atropello que se pretendiera prohibir la venta de determinados tejidos, o que los comerciantes tuvieran que preguntar a sus clientes sobre el destino que pensaban darles, y censuró al presidente de la Cámara, Antonio Doria, por haber dado curso a la comunicación del alcalde en lugar de defender al comercio.

Peña La Veleta, Sanfermines de 1931.

Parece, pues, que el propósito municipal de 1931 era inducir a las cuadrillas a que corrigieran sus costumbres festivas, tanto en cuanto a vestuario como a acompañamiento sonoro, no con la amenaza de más sanciones sino con el aliciente de obtener recompensas en metálico. La iniciativa, por alguna razón, no despertó mucho entusiasmo ya que, como consta en el expediente conservado en el Archivo Municipal, solo cuatro cuadrillas se inscribieron para optar a los premios: Gau Txori, presidida por Carlos Unzué, con domicilio en Jarauta 92 y 30 componentes; La Polar, presidida por Felipe Azpillaga, domiciliada en Estafeta 41 y con 31 miembros; La Veleta, cuyo presidente era Nicanor Marco, tenía su domicilio en Jarauta 89 y 29 miembros; y Ariñ Ariñ, con Juan Viscarret como presidente, domicilio en Zapatería 50 y 20 integrantes. Hay constancia de que por entonces existían unas cuantas cuadrillas más que no se dieron por aludidas; unos meses más tarde, en abril de 1932, las “sociedades recreativas” Los Irunshemes, La Veleta, Gau Txori, La Polar, La Jarana, La Juventud, Ris-Ras, Garte-Alay y San Fermín, además del Club Taurino, dirigieron a la Casa de Misericordia un escrito pidiendo que para la siguiente feria se contratara al torero navarro Saturio Torón. Es de suponer que todas ellas estaban en activo y acudían a la plaza de toros.

Después de las fiestas, el 14 de julio, se reunió la Comisión de Festejos (entonces compuesta por los concejales Corpus Dorronsoro, como presidente, Ernesto Llamazares, Martín Donazar, Tomás Mata, José Burgaleta, Eleuterio Arraiza, Emilio Salvatierra, Ricardo Arrivillaga y Julio Turrillas, y como secretario Julio Díez) para deliberar sobre la concesión de los premios. El primero quedó desierto, el comportamiento de las cuadrillas no debió de ser lo suficientemente ejemplar, pero el segundo correspondió a la peña La Veleta, el tercero fue ex aequo para Gau Txori y La Polar, y el cuarto fue para la peña Ariñ Ariñ.

La Veleta había salido con los mozos vestidos de blanco, con pañuelo y faja rojos, y probablemente esa ocurrencia tuvo mucho que ver con obtener el segundo premio. No constituía una vestimenta festiva novedosa, ya era frecuente en dantzaris, músicos, mulilleros o pelotaris. Sin ir más lejos, en el cartel de las fiestas de San Fermín de 1930 figuraba un chunchunero así ataviado, en la contraportada del programa de mano del propio año de 1931 un dibujo de Ángel Cerezo Vallejo mostraba a dos mozos vestidos de blanco, y en otros carteles de la época se puede observar también que era una indumentaria nada insólita. Lo que sí fue original por parte de La Veleta fue la idea de ir uniformados de tal guisa todos los mozos de la cuadrilla. La iniciativa tuvo éxito y fue copiada en los años siguientes por las demás peñas. Con el tiempo, acabó dando lugar al atuendo típico sanferminero o de “pamplonica” que viste toda la población, y que también se ha extendido por muchas otras localidades.

Posteriormente, se ha ido creando la piadosa leyenda de que el color rojo sangre del pañuelo al cuello, el mismo que visten los sacerdotes en la liturgia de los mártires, simboliza la decapitación de San Fermín. Una explicación que no explica la faja roja, dado que no consta que a San Fermín lo partieran por la mitad, ni el que algunas de las peñas más antiguas (La Única, La Jarana) eligieran otros colores para el pañuelo y la faja. Parece más razonable suponer que esas peñas eligieron el verde o el azul (o los cuadros rojiblancos, como hizo la desaparecida peña Iruña’ko) con afán de diferenciarse porque al rojo, aunque fuera el color más usual para los pañuelos, no se le atribuía un simbolismo particular. Se quedaron en minoría y la mayor parte de las peñas han preferido el rojo, como los dantzaris, los mulilleros o el público en general, probablemente porque es el color más vistoso.

Por cierto, que a La Veleta no solo debemos el uniforme sanferminero. También fue la primera peña que encargó un himno al maestro Turrillas (Aquí… La Veleta, 1932), y por ello tiene mucho que ver con el desarrollo de la música típicamente sanferminera. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. l