“Una mujer mayor sola no puede subirse a una silla para cambiar una bombilla. Que nos llamen. Para eso estamos”. De esta forma explicaba este martes uno de los miembros de la asociación de voluntarios El Taller, José Zarraluqui, la labor que realizarán allí donde les necesiten.

La asociación se encarga de ayudar a personas que no tienen recursos o que no pueden realizar determinados arreglos caseros.

En su mayoría se trata de domicilios de personas mayores, viudas que viven solas o familias sin medios económicos. Si les hace falta alguna reparación de pequeña envergadura en sus viviendas y no tienen capacidad para realizarlo, los jubilados ‘manitas’ estarán dispuestos a solventar el problema.

Juntarse con ellos un rato sirve para cargar las pilas, para sentirse orgulloso de la gente de esta ciudad dispuesta a echar una mano a los que más lo necesitan. “No hace falta irse a otro continente para ver la pobreza. Que los políticos nos acompañen un día a las viviendas que acudimos y se darán cuenta de cómo viven muchas personas”, comenta Genaro Borobio, un antiguo conductor de autobuses en San Sebastián reconvertido en reparador a domicilio.

Los voluntarios jubilados de El Taller trabajan de lunes a jueves, de 9 a 13 horas. La asociación dispone de un número telefónico (948 31 53 01) donde atienden las llamadas y comprueban si el perfil encaja con los criterios de necesidad requeridos.

“Algunas veces son los propios interesados los que se ponen en contacto directamente con la asociación, aunque lo normal es que se realice a través de las asistentas sociales, que son las que observan los daños reales de los domicilios que visitan”, señala Tere Igoaz, una de las responsables de gestionar los trabajos que van llegando.

Lo que hacen no tiene precio para las personas que atienden. Algunas de las anécdotas que recuerdan pone de manifiesto la cruda realidad a la que deben hacer frente a diario, como el caso de una vecina de Etxabakoitz con problemas de movilidad que les llamó para arreglar una bombilla y al llegar a su domicilio vieron que llevaba tres meses con la persiana estropeada. “Lloró de emoción cuando se la reparamos, porque no podía ver el sol” señaló José Javier de la Hera.

Es habitual que se encuentren también con personas mayores con problemas de memoria, que no recuerdan ni el motivo de la presencia de personas extrañas en su domicilio, o enfermedades más serias. “Hemos acudido a casas en las que los inquilinos tenían el síndrome de Diógenes. Otra vez ayude a una señora que no tenía noción del dinero y me fue a pagar con un montón de billetes, que creía calderilla”, comenta Pedro Bravo.

Cobran 4 euros por intervención y el coste de los materiales corre a cuenta de los beneficiarios, aunque no siempre éstos pueden hacer frente a este gasto por pequeño que resulte, en cuyo caso la asociación asume el importe.

Las intervenciones son diversas, desde arreglar un enchufe o un grifo, a colocar una bombilla o reparar una persiana.

A base de donaciones y préstamos, los voluntarios mantienen a flote la asociación, con la aportación añadida de una subvención que reciben del Gobierno de Navarra (2.400 euros) y del Ayuntamiento de Pamplona (700).

Todos ellos son conscientes de la importancia y el valor de lo que hacen. A cambio, reciben la satisfacción personal que supone ayudar a los demás. “Recompensa ver la gratitud que sienten hacia tu trabajo cuando has arreglado un enchufe o una persiana, cómo nos dan las gracias. A veces te emocionas, claro”, declara Elías López.

También han podido detectar algunos casos de picaresca, por parte de personas que pese a disponer de recursos llaman a la asociación pero son muy pocos y los tienen controlados en un listado de domicilios a los que no acudir.

No llegan a todo y saben de sus limitaciones. Por eso piden un poco de paciencia para atender las llamadas que a partir de ahora van a reclamar su presencia. Ellos irán. Han vuelto.