Desde hace algunos años el quebrantahuesos se ha ido asentando en la sierra de Aralar. “Hoy en día podemos considerar a esta especie como reproductora en la zona”, destacó Alfonso Llamas, coordinador del proyecto Ecogyp en Navarra, al tiempo que apuntaba que es una especie con una capacidad lenta para recolonizar territorios perdidos. En este proyecto transfronterizo también trabajan con el buitre leonado, milano real y alimoche común, especies de interés comunitario incluidas en la Directiva de Aves. Además, este último está catalogado como especie amenazada y el quebrantahuesos junto con el milano real como especies en peligro de extinción.

“En Navarra tenemos alrededor de 3.000 parejas reproductoras de buitre leonado, son casi el 11% de la población europea. También tenemos 129 territorios de alimoche común y entre 6-8 territorios de quebrantahuesos”, señaló este biólogo en la presentación de los avances de este proyecto y la situación de las grandes rapaces en el cresterío de Malloak hace unos días en Gaintza. Lo cierto es que este circo de Aralar, con praderas colgadas sobre el valle de Araitz, es un lugar privilegiado para la observación de rapaces cuando sobrevuelan los roquedos y pastizales en busca de comida.

“Los buitres, y las carroñeras en general, evitan la emisión de 77.000 toneladas al año de gases efecto invernadero. Si tuviésemos que deshacernos nosotros de las carroñas del ganado doméstico nos costaría unos 40 millones de euros anuales”, destacó este biólogo en la presentación de los avances de este proyecto y la situación de las grandes rapaces en el cresterío de Malloak hace unos días en Gaintza. “Además nos aportan servicios sanitarios al evitar la propagación de enfermedades derivadas de la descomposición del ganado así como servicios culturales y de ocio”, incidió el coordinador de Ecogyp, proyecto liderado por el Gobierno de Navarra, a través de la empresa pública Gestión Ambiental de Navarra-Nafarroako Ingurumen Kudeaketa (GAN-NIK). También participan la Diputación Foral de Álava; la Fundación Hazi, con la Diputación Foral de Gipuzkoa como asociada; la Ligue pour la Protection des Oiseaux (LPO); la Fundación Catalunya La Pedrera; y la Diputación General de Aragón.

“Su principal objetivo es contribuir de forma conjunta a la conservación de la biodiversidad en los Pirineos y reforzar los vínculos de los actores pirenaicos y las especies emblemáticas del patrimonio natural”, explicó Llamas. El proyecto está cofinanciado al 65% por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) a través del Programa POCTEFA en el que participa España, Francia y Andorra para el desarrollo de actividades económicas, sociales y medioambientales transfronterizas a través de estrategias conjuntas a favor del desarrollo territorial sostenible.

ECOSISTEMAS “La conservación de aves necrófagas es una forma de preservar la biodiversidad, resultando de miles de años de evolución, de favorecer el correcto funcionamiento de los ecosistemas y de garantizar el suministro de los servicios que aportan agua y aire limpio, suelo fértil, alimentos, materias primas, paisajes y entornos naturales en los que conectamos con la naturaleza y en este caso, la oportunidad de contemplar y disfrutar de estas majestuosas aves”, destacó este biólogo.

Además de censar las especies se han equipado con emisores GPS a una serie de ejemplares de quebrantahuesos y milanos reales para conocer el uso del espacio de estas especies. También se están caracterizando una serie de explotaciones ganaderas extensivas para identificar los servicios ecosistémicos que prestan. Al respecto, Llama ponía el foco la importancia de este tipo de explotaciones con ganado en semilibertad para preservar la biodiversidad.

“Las aves necrófagas se benefician de la práctica de la ganadería extensiva porque les aporta una parte importante de su alimento. No pueden sobrevivir solamente con ciervos, corzos y los cadáveres de otros animales silvestres”, observó Llamas. Además, el beneficio es mutuo, porque la ganadería extensiva se aprovecha de las aves necrófagas para deshacerse de los cadáveres. “Cuando muere una res, no deben preocuparse de gestionar su cadáver. Las aves carroñeras realizan un servicio eficiente, rápido y gratuito, evitando la propagación de enfermedades y erradicando posibles focos de infección. Realizan un trabajo impecable”, incide Llamas.

En relación a las denuncias de ataques de buitres a ganado vivo, señala que es una cuestión que se gestiona directamente desde el departamento. “Cuando se produce un daño el ganadero llama al 112, se le avisa de que tape el cadáver de la res en cuanto pueda para que se pueda hacer la autopsia y se envía un veterinario forense para determinar la causa real de la muerte”.

PUNTOS DE INFORMACIÓN El turismo ornitológico es un sector en alza. Por ello, y para la divulgación en general, se han habilitado tres puntos de información que se han colocado en Gaintza, junto al tramo del cable recuperado; en el cementerio de Azkarate, a los pies del Balerdi, y en la entrada del Ayuntamiento del valle. Precisamente, en el marco de este proyecto, las vecinas y vecinos de Araitz, con la colaboración del Ayuntamiento, han recuperado una parte del sistema de cables aéreos, una especie de tirolina que permitía a las y los baserritarras recoger en verano la hierba de los pastos montanos, y transportarla por el aire hasta los desvanes de los caseríos.

A la presentación de ambos proyectos acudió la consejera de Desarrollo Rural, Medio Ambiente y Administración Local, Isabel Elizalde, junto con el alcalde de Araitz, Joxe Manuel Zubillaga, y vecinos y vecinas que han participado en auzolan en la recuperación de los cables. Este sistema funcionó entre principios del siglo XX y los años 70. Consistía en una red de cables, casi a modo de telaraña, que unía los verdes prados de Malloak con las ganbaras de buena parte de los caseríos del valle de Araitz. Un ingenioso sistema que facilitaba a los baserritarras recoger en verano la hierba de los pastos montanos, y transportarla por el aire hasta los caseríos.

Y es que algunas de estas praderas están a más de 1.200-1.300 metros de altitud, con fuertes pendientes que a veces obligaban a los segalaris a cortar la hierba atados para no caer. Segada la hierba, se hacían fardos (burusiak) de unos 50-70 kg que se recogían con sábanas (buixiek) y se soltaban por los cables, de hasta 1.900 metros de longitud, por los cuales descendían a los caseríos, donde se guardaba la hierba seca para alimentar al ganado en invierno. Si bien el cableado prácticamente ya estaba desmontado se han recuperado 400 metros de cable y soportes como testimonio de un patrimonio que se quiere preservar como expresión de una cultura agroganadera, todavía con fuerte implantación en el valle de Araitz.