n estos tiempos de pandemia los sonidos del repique al mediodía no han faltado en Altsasu, una tradición que pierde sus raíces en el tiempo y que un grupo de campaneros se ha empeñado en mantener viva en esta nueva normalidad, eso sí, poniendo el foco en las medidas sanitarias. Así, desde el 3 de mayo las campanas han bailado en lo alto hasta ayer, de la cruz de mayo a la de septiembre, el día grande las fiestas de la villa.

Pero en la plaza ayer no había hamaiketako, el almuerzo que ofrecen las sociedades gastronómicas junto al edificio Gure Etxea, ni tampoco se bailó el zortziko con los sonidos del txistu mientras los músicos preparaban sus instrumentos para el concierto del mediodía ni tampoco llegaban a la plaza los ecos de sirenas y música de barracas en la zona del ferial. Y es que estos días son las no fiestas de Altsasu, unas celebraciones que este año tocaban del 11 al 15 de septiembre, tal y como se decidió en una consulta popular celebrada en 2015.

Sin embargo, hay cosas que no cambian y ayer renovaron esta tradición Félix Martínez Mazkiaran, Jesús Irisarri Garasa, Belén Rubio Urizar y Josu Larrea Martínez, un chaval de 14 años que se ha incorporado este verano al grupo. Sobrino del primero, le viene de familia. "Al principio solo iba a mirar y después empecé con las campanas pequeñas", apuntaba ayer. Además, durante estos cuatro meses largos también han subido al campanario los hermanos Iñaki y Jesús Bengoetxea, Asier Beramendi y Mikel Santamaría. "Sólo se ha fallado dos días", apuntó Belén Rubio.

Los campaneros fueron recibidos con aplausos de varias personas que siguieron el último repique a la sombra de la sociedad Zubeztia. "Este es mi pueblo", destacó ayer una de éstas. Desde el balcón de su casa lo escuchó Enrike Zelaia, el artífice de la recuperación de esta tradición, una de las más antiguas que se conserva en la villa. Y es que se perdió en los años 60, cuando Altsasu dio el salto definitivo a una sociedad industrial, y fue recuperada por el akordeolari a principios de la década de los 70. "Es una costumbre de origen pagano, el conjuro de mayo, que la Iglesia dio sentido religioso", explicó Zelaia que este año, por primera vez desde entonces, no ha subido al campanario por una ciática. "Lo que más ilusión me hace es que entre gente joven", confesó.

El repique tiene su partitura, que recogió Zelaia de tres campaneros: los hermanos Mariano y Daniel Martirena así como Anacleto Zelaia y donó al Ayuntamiento para que perdure. Comienza con un toque de oración, introducido por una llamada de las campanas pequeñas, que solo se utilizan en días destacados. Le responden tres toques de la campana mayor, seguida de otros nuevo. El resto lo marca el campanero de turno.

Zelaia recordaba como si fuese ayer cuanto tocó su primer repique y bajó del campanario. En una esquina esperaba Anacleto, que aquel año dejó de tocar porque no le pagaba el Ayuntamiento. Pero pasó por su lado y no le dijo nada. "No se creía que lo había hecho yo", subrayó Zelaia. Entonces tenía 15 años.

Por otro lado, explicó que la recuperación del repique era reivindicar la identidad perdida. "Si sabemos de dónde venimos, sabremos dónde estamos y por qué, facilitando saber a dónde queremos ir. Por ello, el repique perdió significados anteriores, adquiriendo un nuevo sentido. Antes no se entendía, pero ahora sí", incidió.