Alberto Bandiaran Amillano (Altsasu, 1964), presenta el miércoles 17 en Altsasu Gurea falangista zen, publicado por Susa, relato de las consecuencias del alzamiento fascista en Altsasu que le toca muy cerca. A partir del día a día de un joven falangista, se sumerge en una historia en la que descubre que su abuelo materno participó más de lo que él pensaba en la represión de la posguerra. Será a las 18.30 horas en Iortia hasta completar aforo, con un coloquio conducido por la profesora y escritora Izaskun Etxeberria Zufiaurre.

¿Qué le llevó a escribir este libro?

-La idea surgió con una pequeña libreta gris que guardaban en la casa de los Fernandez de Garaialde, de Altsasu, Yo sabía que existía esa libreta, un pequeño diario de guerra, pero sabía que era un tema delicado, y nunca me atreví a preguntar mucho. Hasta que María Antonia, la hija pequeña, que había conservado esa libreta, hace unos años me la dio y me dijo: "haz lo que quieras". Ese "haz lo que quieras" me pareció una invitación a escribir algo y me pareció emocionante, porque era lo contrario de lo que siempre había escuchado sobre la guerra y la represión posterior: "no preguntes", "no hables", "no escribas mientras yo viva". Por lo que me animé a contar la historia de Luis Fernandez, un joven de 17 años que militó en el PNV y que dejó su casa para unirse a Falange e ir al frente. Murió en las Peñas de Lemona, en junio del 37.

Altsasu era un pueblo de izquierdas. En los comicios de 1936 el Frente Popular consiguió 570 votos frente a los 272 de la derecha. ¿Por qué este joven decidió tomar parte activa en el otro bando?

-Es una de las grandes preguntas del libro. Cómo un joven de 17 años decide tomar las armas e ir a la guerra voluntario. Por la documentación que he recopilado y que se conocía, en Altsasu hubo una gran polarización antes de la guerra. Era un pueblo con una gran presencia de los partidos y de los sindicatos de izquierda, y hubo momentos de gran tensión previos a la guerra. Seguramente, en casa de los Fernandez de Garaialde se viviría esa tensión muy de cerca y eso, y el ardor propio de la juventud, animaría a Luis a dar ese paso.

Pero su abuelo se ha convertido en protagonista del libro. ¿Por qué?

-Según iba recabando información sobre Luis Fernandez, iba conociendo mejor la realidad de Altsasu en esos años y los años posteriores. Recopilé mucha documentación muy valiosa y de primera mano, y de ahí deduje que el abuelo había tenido mayor participación política activa de lo que yo sospechaba, como haber sido miembro de Falange, lo que provocó que el libro derivara en una reflexión sobre los silencios que todavía impone este tema, la memoria, el peso de recordar y de contar.

¿Fue duro descubrir este pasado?

-Fue una sorpresa, la verdad. Pero lo duro fue decidir cómo gestionar esa información, información de primera mano, cómo legajos de los juicios militares que se hicieron a personas de pasado o tradición izquierdista, recogidos en el libro de Ricardo Urrizola Consejo de guerra o testimonios recogidos en su día por José María Jimeno Jurío y otros investigadores, que me hicieron ser consciente de ese pasado. Son, en su mayoría, cosas que ya estaban publicadas o eran más o menos conocidas, a las que les he ido dando forma hasta componer un relato personal de aquella época.

¿No es una historia que parte de su familia preferiría que siguiese silenciada?

-Sí, me imagino que habrá gente en mi familia que hubiera preferido no saberlo o no publicarlo. Lo entiendo. Son procesos y decisiones personales que respeto. Pero yo tengo el convencimiento de que es mejor saber que no saber. Y de que, en este caso, yo tenía un compromiso personal que no me permitía silenciar lo que sabía. Compromiso con mi trabajo de periodista; compromiso con el pasado de mi familia; y, también, compromiso para con otros familiares que sufrieron la represión directamente.

Habla mucho de los silencios.

-Para mí, son muy elocuentes. Tanto los silencios impuestos, que dieron a pie a que todo esto fuera desconocido para mi familia hasta hoy en día, como los silencios actuales, porque hay mucha gente que todavía no puede hacer frente a la realidad.

Lo cierto es que gran parte de su obra ahonda en la memoria, como es el caso de Ez dugu abusatuko oEz dugu abusatuko Ez zaigu ahaztu

-Creo que es nuestra principal función como periodistas: romperlos. Pero también es una necesidad como sociedad. Los silencios implican secretos, y los secretos se convierten en pozos negros que acaban pudriendo lo que pretenden guardar y conservar. Creo que la palabra y la transmisión acaban actuando como una corriente, que limpia y remueve. Pero también entiendo que eso a veces duele, y no todo el mundo está preparado para dar ese paso. Hay que dar tiempo a las cosas.

¿Hay mucho trabajo de investigación detrás?

-Sí, hay muchas horas en archivos, descifrando hojas mecanografiadas, escuchando a los pocos protagonista que todavía quedan. Y hay mucho trabajo de intentar entender, de intentar contextualizar, intentar no juzgar, pero intentar explicar, para comprender cómo pasó lo que pasó y por qué se tomaron las decisiones que se tomaron.

¿Se publicará el libro en castellano?

-Lo ignoro. Mi obra siempre ha sido publicada en euskara, porque es mi compromiso personal.