PSOE y la búsqueda del ADN perdido
Lo bueno que tenía el franquismo para un universitario de entonces era el aire antifranquista y de crítica a las instituciones antidemocráticas que se respiraba en gran número de facultades universitarias y de sus campus. A veces era un aire apresuradamente cogido a bocanadas a la hora de tener que correr delante del Séptimo de Caballería de turno, es decir, de la policía que uniformada de gris nos perseguía a caballo. Los universitarios queríamos abrir casi a patadas las puertas cerradas a las libertades que el régimen mantenía bajo llave. Nos considerábamos pacifistas abanderando una política antibloques. Nos acostábamos con textos marxistas bajo la almohada, textos que dirigían la mente hacia la superación de los automatismos sociales -conformistas, inmovilistas- propiciados por la burguesía acomodada del franquismo.
Íbamos a esforzarnos en superar las contradicciones del capitalismo, las injusticias, propiciando una sociedad sin amos ni esclavos, sin clases opresoras y oprimidas, sin huelgas políticas y al abrigo de La Internacional. Buena parte de la juventud estudiantil y trabajadora guardaba una importante dosis de utopía respecto a los acontecimientos venideros. La imposibilidad de una libre confrontación de ideas se unía a la inexistencia de una educación básica laica con un estudio ordenado de la historia que prestara atención a los análisis de marginación social, revueltas sociales, relaciones de producción... La falta de reflexión sobre los beneficios de la productividad y de la paz social era notable frente a la resignación y conformidad con nuestra condición humilde que la educación oficial católica imponía inspirándose en los preceptos evangélicos. Nos faltaba asentamiento histórico e ideológico y nos sobraba alejamiento de las corrientes sociales y económicas de naciones vecinas. Al inicio de la transición el socialismo hispano ofrecía figuras emblemáticas, protagonistas claves del exilio, la cárcel o la clandestinidad; socialistas autogestionarios en su estado más puro; intelectuales progresistas de indudable prestigio.
¿Alguien hubiera podido imaginar entonces que ya instalados como socios fuertes de la Comunidad Europea, 2012 nos iba a envolver en esta densa niebla de mercados financieros, desempleo, ERE e hipotecas? Los partidos políticos de izquierda, el PSOE y otros, los sindicatos, no eran capaces de proponer a los ciudadanos proyectos colectivos atrayentes. Los intelectuales no acertaban a explicar nuestro mundo con ideas renovadas. Si atendíamos a la experiencia del socialismo en nuestra vecina Francia, si atendíamos a nuestra experiencia propia, muchos asumíamos que una de las cosas que más derechizaba a la sociedad era el mensaje contradictorio de un prolongado gobierno socialista. ¿Por eso el sino de la nomenklatura parecía no cejar en su empeño de dirigir hacia el Dorado la proa de una nave desencantada?