eN un lugar como esa España imaginaria que aún muchos se empeñan en construir cada día pueden ocurrir cosas como que el partido que gobierna con mayoría absoluta las principales instituciones (PP) y su apéndice que gobierna en Navarra (UPN) se nieguen a la condena de la dictadura franquista. O que en un lugar como Pamplona-Iruña siga levantado un mausoleo para albergar los restos de un genocida que ordenó el exterminio de más de 3.000 navarros y navarras. O que se homenajee oficialmente a uniformados nazis y fascistas. O que la posibilidad del regreso político de un personaje como Aznar eleve las dosis de éxtasis reverencial o de acojono político, según su sonrisa de hiena se dirija a unos o a otros. Aznar se inventó el aznarismo, un régimen en el que los valores democráticos, los derechos políticos y civiles y la separación de poderes quedaron anulados, y en el que el pelotazo financiero, la burbuja inmobiliaria y los alardes militares en el exterior contribuyeron a ahondar los efectos de la crisis económica general actual. Y aún le reclaman como nuevo Faro para que esa España imaginaria del NO-DO vuelva a ser reserva espiritual de Occidente. O que el PP repartiera decenas de miles de euros entre sus cargos en sobres, procedentes de donaciones empresariales al margen de la ley, y que todo sea perfectamente normal. O que los cargos públicos de UPN en los órganos de Can, a los que pertenecían precisamente por sus cargos públicos, en realidad dejaban de ser cargos públicos durante el rato en que se sentaban para escuchar y cobrar sobresueldos, algunos incluso de un órgano secreto. Así no hay cohecho y tal. País, que diría el gran Forges.