Ella era una hormiga normal, como cualquier otra hormiga, y vivía preocupada por las cosas que suelen preocupar a las hormigas: trabajar de sol a sol; almacenar víveres para el largo invierno; que a sus larvas no les falte de nada; ahorrar para pagar la entrada de un hueco en las afueras del hormiguero donde caer derrengada a la vuelta del trabajo, y comprometerse así a seguir ahorrando toda su vida para poder pagar ese minúsculo habitáculo en incómodos plazos. Era una hormiga así de normal, hasta que un día le ordenaron recoger migas de galleta en la barra de un bar del Casco Viejo. En busca del camino más corto, subió por encima de un viejo libro de color rojo que yacía sobre la barra. Mientras trepaba por las gastadas tapas del libro, cayó sobre ella una enorme gota de la infusión que un cliente del bar, ajeno a su presencia, bebía medio metro por encima suya. El libro resultó ser el Manifiesto Comunista. La infusión, un trifásico a base de anís, menta y regaliz. Y por si eso fuera poco, la onda expansiva de la enorme gota de infusión la lanzó a un charquito de pacharán que había en la barra unos cinco centímetros más allá. Aquella fusión atómica entre teoría comunista, trifásico y pacharán la hizo mutar: creció, perdió cuatro de sus seis patas, comenzó a caminar erguida, adquirió el don del habla. Se convirtió, en definitiva, en una hormiga antropomórfica. Además, se le hipertrofió el cerebro, por lo que comenzó a utilizar un casco blanco para disimular la desproporción. También adquirió varios superpoderes: una pasión desmedida por leer literatura en general y ensayo político en particular; una tremenda facilidad para trabar amistad con los ejemplares más frikis de la fauna humana que habita lo Viejo; y la capacidad de decir todo el abecedario en un solo eructo -que no es ni útil ni cool, pero que no deja de ser un superpoder-. No obstante, La Hormiga Atómica no perdió algunos de los valores innatos de las hormigas normales: la fe en el trabajo en equipo, el auzolan, el común. Así, con sus nuevas amistades, abrió una pequeña librería-cafetería en la calle Curia. Y allá pergeñó el plan definitivo para derrotar a su archienemigo: el Rey de la Hamburguesa, el monarca de la comida basura, que desde su recién estrenada guarida en la calle Mercaderes, intenta arrastrar a la vida basura primero al Casco Viejo, y luego a toda la ciudad. Nuestra hormiga mutante y sus voluntariosos acólitos están decididos a plantarle cara. Quieren abrir un enorme hormiguero de 800 metros cuadrados en la calle Mayor. Un espacio de encuentro, un laboratorio social, una palanca de cambio con coqueto restaurante, enorme librería y gran sala multiusos. Para eso necesitan dinero. Han comenzado un crowdfunding en la web goteo.org. Si la buscáis en internet, encontraréis explicaciones más serias y menos de tebeo que esta.
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