el otro día me acordé de aquella imagen de la dama del monumento a los Fueros vestida de sevillana, anunciando que unos iban a celebrar la Feria de Abril en la Plaza de Toros de Pamplona. A algunos les hará gracia, a otros no les sentará nada bien, y a aquellos les parecerá algo ingenioso pero serio. Por desgracia, los que llevan el cotarro son los de la última opción.
Llevo desde crío apasionado por nuestra cultura, desde que te llevan por primera vez a los gigantes, a ver bailar a dantzaris, a oír tocar a bandas de música, txistularis, dulzaineros y demás. Poco a poco, me he ido adentrando en ese mundillo, por aquí y por allá, y uno se va dando cuenta de lo que está pasando.
Cuando a los, para algunos, según parece, tan amados guiris que conquistan nuestra ciudad en las fiestas de San Fermín, les preguntas qué es lo que hay en la ciudad te contestan: "¡toroz, olé, chicaz guapaz, fieztaa?!". Para los que casi dedicamos la vida a la cultura, pues no hace mucha gracia que se dé esta imagen de borrachera y juerga yanqui a los Sanfermines. Pero, lo peor es que este tipo de fiesta es, en la mayor medida, la que quieren promocionar aquellos que se hacen dueños de ella, es decir, su Excelentísimo Ayuntamiento. Los toros son lo primero y casi único que promocionan siempre en las ferias de turismo que hacen tanto por aquí como por allá. Pregúntele algo sobre alguna danza de algún pueblo. Seguramente le preguntará a ver dónde está dicho pueblo. En cambio, la cultura de aquí, la de la música y la fiesta, que también es divertida, oiga, se desprecia y se acorrala, como si fuera una fiesta bárbara. Cabe destacar que los defensores de la supuesta buena fiesta (como si de buenos y malos se tratara), creen en unas raíces sin suelo, sin una cultura propia.
El Estado de España nació por medio de uniones e imposiciones. Los primeros pasos fueron allá por 1469, cuando los Reyes Católicos, Fernando el Falsario e Isabel (? ¿la otra Falsaria?), se casaron y unieron el Reino de Castilla con la Corona de Aragón. Cada reino tenía su propio idioma, con su cultura, su propia organización, con todo lo que esto lleva. Años más tarde, en el tiempo del que llamarían a Carlos V como Carlos I, ya empieza a oír aquello de España o las Españas, esta última por la conquista de América. Y con la conquista para nosotros más cercana ya cierran su concepto de unión.
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, ¿qué valores tiene ese estado histórico?, ¿cuáles son
las raíces de ese nuevo país? La imagen que promocionan de la cultura de ese Estado es la siguiente: el toro, las sevillanas, la tortilla de patata y la fiesta mediterránea. En eso se basa la cultura española. En eso. Y todo lo que se aleje de lo ofrecido va en contra de sus ideas. Si vamos desmontando todo eso, queda una curiosa situación: las sevillanas, de Andalucía (es más, algunos dan su origen en los reinos musulmanes que hubo en la zona); el toro, del norte (las primeras fiestas taurinas se datan por aquí?), la tortilla de patata, de aquí también (así lo dice el primer documento sobre ello); y el Mediterráneo tiene su costa en Catalunya, casualidades de la vida. Digo, pues, ¿qué les queda? Toda su cultura se basa en culturas no suyas, casualmente, de territorios que fueron cogiendo a la fuerza. España es un país artificial y, por ello, con cultura artificial. Y, en nuestro entorno, la cultura que se quiere imponer es esa cultura artificial, la del olé y la del españolismo bruto. La cultura local, en cambio, hay que borrarla, porque va en contra de la unión, del progreso. Y si no es contra el progreso, es la cultura del malo, del antisistema, del terrorista (ya hemos oído decir cosas así). Y así van poco a poco sumando más y más adjetivos. Qué pensarían nuestros/as antepasados en una misa situación, cuando la cultura española se empezó a imponer en el siglo XVI.
Y son esos mismos, los defensores de la anticultura, de la cultura artificial, de la cultura impuesta, los que hoy también siguen defendiendo su discurso único y el supuesto verdadero. Y, por la otra parte, somos los mismos los que pese a las infinitas pegas y acosos, defendemos nuestras tradiciones y nuestra cultura, por ser nuestra, que, en principio, es una razón obvia.
El autor es músico y estudiante de Historia del Arte en la UPV