El derecho al dopaje
terminado el Mundial de fútbol y el Tour de Francia, el único caso de dopaje resulta recaer en Estimate, yegua de la reina Isabel II. El deporte profesional se ha convertido en un fenómeno social tal que interacciona productivamente con el resto de sistemas sociales. El espíritu romántico de la participación, de superación personal, igualdad de oportunidades, juego limpio, deporte saludable tienen que conjugarse con deporte espectáculo donde prioriza la productividad comercial y ganar fama, fortuna y triunfos. El deporte de elite se convierte en un objeto de consumo donde el espectador se impone al propio deportista. De ahí que además de los aspectos deportivos, éticos y médicos se deben tener en cuenta aspectos económicos y sociales en la cuestión del dopaje.
La argumentación a favor de permitir sustancias en el deporte no es popular en una época de sociedad terapéutica como la que vivimos, en la que se sataniza al culpable, pero a la vez es competitivamente despiadada. Intentaré argumentar a favor del dopaje en el deporte. Y aunque sean razonamientos debatibles, son una realidad.
Cuando oímos que un deportista ha usado sustancias dopantes pensamos que es algo malo por recibir una ayuda que los demás no tienen. Pero, ¿por qué están prohibidas? El COI basa su decisión en tres principios: los dos primeros son que el dopaje va contra la ética del deporte; es decir, no se debe hacer trampas. Es el juego limpio en donde se compita en condiciones de igualdad. Pero nada más alejado de la realidad. Recuerdo que cuando me presenté a mis primeras oposiciones, muchos compañeros utilizaban centraminas o betabloqueantes. Son sustancias que disminuyen los latidos del corazón y estabilizan los nervios consiguiendo una mayor concentración. ¿Hacían trampa? También los usan conferenciantes, músicos, políticos, etcétera. ¿Qué diferencia hay, en clave de igualdad, entre los opositores y los arqueros o tiradores? ¿Es menos genial un artista que usa el alcohol o alucinógenos para mejorar la inspiración? No creo. Entonces, ¿qué cosas se pueden considerar trampas y cuáles no? Siguiendo un estudio de los profesores Lora, Martí y Ovejero, los deportistas nunca llegan a la competición en condiciones reales de igualdad. Ésta se diseña para máquinas, pero no para humanos. Y no hablo sólo de aptitudes naturales que, por cierto, se han recibido por naturaleza y no por merecimiento o esfuerzo, sino de factores económicos y culturales. El problema está no cuando el deportista utiliza la hormona del crecimiento o la autotransfusión, sino cuando sólo unos pocos pueden acceder a ellos. Además sólo unos pocos países pueden investigar sustancias indetectables para los controles. La prohibición agudiza esta desigualdad de oportunidades y no, como se pretende, la igualdad. Los que usan estos productos actúan con ventaja, pero también los que utilizan las últimas tecnologías informáticas para evaluar rendimientos, los mejores entrenadores, los mejores coches o las mejores instalaciones deportivas. Si el COI busca la igualdad de oportunidades debería prohibir estas otras diferencias tecnológicas. Si de verdad se busca la igualdad se debería poner un estándar de horas de entrenamiento y de metodología de preparación. Acabamos en un proceso circular: si el dopaje no fuera ilegal, los atletas que lo usaran no harían trampas; igual que si entrenarse más de dos horas fuera ilegal, los atletas que lo hicieran serían poco éticos. Además este concepto de igualdad va reñido al de justicia reparadora porque es imposible reponer tiempo después de un triunfo que no se obtuvo, no se disfrutó y hubo muchísimos factores que condicionaron los resultados.
La tercera razón es la protección de la salud de los y las deportistas. Es sabido que el abuso de sustancias prohibidas conlleva riesgos graves para la salud y las leyes deben protegernos de dichos riesgos. Desde estimulantes, esteroides y corticoides hasta llenar los intestinos con gas de helio para aumentar la flotabilidad. En ocasiones, la sustancia dopante no es el principio activo del medicamento, sino una sustancia usada como excipiente. Por ello, al final se llega a una situación un tanto ridícula. La visión naturalista del deporte no tiene que ser la única ni la mejor. Vivimos en una sociedad en la que el índice de automedicación es muy elevado (estatinas, antidepresivos, pastillas para el dolor, para dormir, etcétera). También sabemos que todo abuso de cualquier cosa (droga, juego, sexo, móvil?) es perjudicial para la salud. También conocemos casos de esas irregularidades en personas que no han tomado dichas sustancias.
Dicho esto, me hago una pregunta: si el dopaje fuera legal y todos los deportistas se dopasen para una competición, ¿qué problema existiría? En principio ninguno porque no existiría el secretismo, ya no se atentaría contra el espíritu del dopaje y las sustancias estarían más controladas con lo que los efectos secundarios serían menores, se eliminarían las sustancias de enmascaramiento y nos permitirían desarrollarnos de una forma más correcta y saludable. Prácticas como la acupuntura, hipnotismo, tiendas o camas hipóxicas (que simulan gran altitud) y otras incontables ayudas de mejora que son legales, son probablemente más peligrosas que algunas sustancias dopantes. Por tanto, no todas las sustancias prohibidas son igualmente nocivas para la salud. Lo que para un cuerpo es nocivo para otro es curativo. Además el espectador quiere ver espectáculo y este objetivo sólo se logra con un entrenamiento, un esfuerzo y un sacrificio físico y mental que es tan poco compatible con la salud como pueda ser el dopaje. Qué es peor: series en parajes extremos aguantando la respiración o un cigarrillo de marihuana como tomó Ross Rebagliatih o Defer Gervasio. ¿Juega mejor Messi por haber tomado la hormona de crecimiento? ¿Maradona tomaba cocaína para mejorar su capacidad o de forma lúdica?
Concluyendo, soy favorable al dopaje porque: 1.- Su prohibición conculca libertades básicas de los deportistas. Cada uno es libre con su cuerpo. 2.- Los tratamientos médicos serían públicos y responsables en beneficio de la salud. 3.- Todos los medicamentos serían experimentados para luego beneficiarnos en otras enfermedades. 4.- Las técnicas de enmascaramiento resultan aún peores para la salud. 5.- En muchos deportistas de élite hay adicción a algunas drogas. Porque son modelos a seguir pero no ejemplos de virtud. 6.- La lista de sustancias prohibidas es tan grande que incluyen sustancias presentes en antigripales o infusiones, con lo que se llega a restricciones absurdas. 7.- La toma de sustancias es una realidad y conforme ilegalizan una sustancia sacan otra legal. 8.- Existen prácticas de doping indetectables porque la técnica de análisis para la detección es posterior a la aparición de la sustancia.
En definitiva, para promover la salud y la igualdad del deporte se debe dedicar más esfuerzos a favor de la universalización de todas las condiciones y factores que rodean al juego, antes de proseguir en una lucha contra el dopaje que está condenada al fracaso porque busca, como el dopaje clandestino, el enriquecimiento de industrias de laboratorio.
El autor es profesor de Filosofía