Por enésima vez
¡Cuán diferentes! Entre la sociedad civil y la Curia vaticana se ha instaurado, casi interpuesto, el Papa. El penúltimo episodio de pederastia en Granada ha puesto de manifiesto la diferencia entre el Papa y sus delegados vaticanistas tanto en las formas como en el fondo. Los que estaban sobre el terreno han actuado de manera tardía y roma, con imitaciones lerdas.
La distancia entre la sociedad, creyente o no, y la Iglesia va en aumento, con una deserción importante de los fieles. Los apóstoles del marketing y la comunicación intentan vender el producto como bueno, pero dan gato por liebre. Intentan predicar, pero no dan trigo. Todo aquello considerado pecaminoso por los adláteres de la pureza, esos vicios que te alejan del ser supremo bondadoso, es practicado en abundancia por quienes lo condenan. Lo hacen a veces en soledad, a veces con nocturnidad y otras con la violencia requerida; pero en todos los casos es lo opuesto a aquello que institucionalmente predican.
Mea culpa, no había pensado en el poder salvífico del espíritu que esta vez, sí, ha tomado la corriente de aire adecuada. El Papa actual empieza a tener credibilidad por sus declaraciones y sus gestos, con espíritu de tolerancia; y la sociedad empieza a darle crédito. Sus declaraciones son una bendición para la sociedad global, pero una provocación para aquellos poderes fácticos que perviven y perduran en el seno de la Iglesia.
Se hacía necesaria una reforma, al igual que en 1517. Y con la misma intensidad que entonces, aun cuando fuera únicamente por mero instinto de supervivencia. Los abusos cometidos son tan graves y de tal magnitud que solamente el que sea la religión verdadera (eso dicen) ha hecho que todavía perviva en las diferentes formas sectarias que adopta.
Diferenciamos a la poderosa Curia católica de la figura del Papa. Mientras la primera es conservadora, de cepillo y boato, engominada y salvapatria, el Papa presenta aspectos relevantes en declaraciones públicas como mayor presencia de la mujer en la Iglesia, control financiero de la misma, revalorización de los laicos frente al clericalismo, condena de la pederastia, asunción de separados y homosexuales como pertenecientes a la Iglesia y excomunión a mafiosos.
Hasta el momento son declaraciones, lo cual en el nido de avispas en que se había convertido El Vaticano es bastante. Domar las fieras vitalicias es cuestión de tiempo y ayuda; las oraciones pueden no ser suficiente. Pero el tiempo no sobra, especialmente el tiempo del que sufre, del doliente, especialmente niño que ha sufrido violencia, sexual o no, por parte de prelados. Justo es decir que el Papa ha tomado algunas iniciativas destituyendo a algunos acusados o protectores de quienes han cometido el delito de lesa humanidad, a la vez que ha pedido perdón a las víctimas. Pero también ha canonizado a silenciosos y protectores. En general, la justicia divina ha sido tenue e inoperante; se ha limitado a la extravasación de los criminales, a un cambio de parroquia.
Si la justicia eclesial es injusta por inexistente, debe ser la justicia civil ordinaria quien tome posición hacia los acusados por delitos documentados. Nada debe diferenciar a estos delincuentes de quienes no llevan alzacuellos.
En su vertiente institucional, el papado ha demostrado una mayor apatía. Todavía se mantiene una instrucción datada en 1962 que obliga a la Iglesia a guardar silencio, bajo pena de excomunión, ante las denuncias de abusos sexuales. Y El Vaticano, firmante de la Convención de los Derechos del Niño, ha sido abroncado por las Naciones Unidas por incumplimiento de las obligaciones que conlleva.
Otro tema por el que el Papa merece el respeto referencia a la corrupción intra-económica existente, con tentáculos que corrompen y putrefactan todo aquello que toca. Se han promulgado órdenes papales para luchar contra el blanqueo de capitales, acompañado de excomunión para los mafiosos, y se han promulgado auditorías internas y externas para dar transparencia. Y se ha potenciado la descentralización de labores administrativas hasta el nivel de parroquias, lo cual mantiene un efecto perverso en sus resultados; supone dar derecho de pernada a situaciones lamentables por el abuso y engaño que supone. Valga de ejemplo las inmatriculaciones. Aprovechando la Ley Hipotecaria franquista, la Iglesia ha puesto y legalizado bajo su propiedad (de los obispos) miles de propiedades como la mezquita de Córdoba o la Giralda de Sevilla y todo aquello que tiene que ver con el culto, directa o indirectamente, en Navarra. Es una panacea, a cambio de nada, me quedo con todo; la sinrazón de los hechos consumados. Los páter diocesanos, en vez de mantenerse en las musarañas de lo divino, están interdiciendo en las dificultades de lo humano.
El Papa está obligado a poner límites a su rebaño. La religión tiene muchas similitudes con el fútbol. No son alternativa a la ciencia sino un faro de emociones, pero en ambos importan (únicamente) los resultados.
El autor es sociólogo