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Recortar los sueños

No alcanzar los objetivos no es sinónimo de fracaso. A veces las enseñanzas del camino son más valiosas que los propios logros. El periódico de mayor tirada del Estado tilda a Juan José Ibarretxe de “político fracasado”. Deberíamos ponderar más el análisis antes de concluir el “fracaso” del otro, sobre todo cuando éste no ha tirado la toalla y sigue entregado en el empeño. Nunca fracasa quien es movido por una causa que considera justa, como es el caso de nuestro exlehendakari. El antecesor de Urkullu ama profundamente su país y se dio por entero durante los doce años que duró su mandato.

Hay que respetar todas formas de entregarse al país e Ibarretexe lo sigue haciendo a su manera. Antes marchaba a las Cortes para hacer valer el derecho de un pueblo a decidir, ahora hace valer ese derecho desde Agirre Lehendakaria Center, a través de conferencias. Perder una batalla no es lo mismo que fracasar; elogiar, como ahora es el caso, tampoco es lo mismo que identificarse. Hay que respetar a quienes, después de haberlo intentado de las más diversas y moderadas formas, no han encontrado otra salida que pisar el acelerador. Hay que respetar al Mas y al Ibarretxe que llenaron el día pasado el Palacio del Kursaal en el acto organizado por Gure esku dago (Está en nuestras manos) junto al mencionado centro. No han fracasado desde el momento en que llenaron un gran auditorio y pusieron el público en pie, desde el momento que sintonizan con importantes sectores de ciudadanía en sus respectivas comunidades. Creo en la buena voluntad de quienes aspiran a una Euskadi independiente, progresista, abierta y solidaria, pero por encima de ello pienso que nuestra humanidad, ya de por sí dividida, no se puede dar el lujo de nuevos separatismos.

Cuando modulamos los objetivos, cuando renunciamos en alguna medida a la totalidad de nuestras aspiraciones, las ponemos también más al alcance de todos. A veces hay que recortar los sueños, sobre todo, en las aristas que pueden incomodar a otros.

Creo que es preciso hacerlo para avanzar más unidos, más cohesionados. Ibarretxe no ha renunciado a un legítimo proyecto y está en su derecho. Sí está en nuestras manos (Gure esku dago) tirar hacia delante, pero tenemos también la responsabilidad de mantener lo más cohesionada posible a la entera ciudadanía. Está a nuestro alcance evitar la conflictividad que pueda generar un proceso independentista.

Sí, tenemos absoluto derecho a un referéndum para decidir sobre nuestro futuro, pero también hemos de ser conscientes del precio que ello implicaría. Entrar en una nueva etapa de tensión generalizad no es quizás lo que más necesita nuestro país. Sí está en nuestras manos demandar el elemental derecho democrático a decidir el destino como pueblo, pero hay una paz social que ahora disfrutamos, que seguramente nunca hemos disfrutado y que conviene preservar. Sí está a nuestro alcance el reivindicar esas elementales urnas, pero también es cierto que podemos alcanzar superiores cuotas de autogobierno evitando división social. Sí podríamos seguir la vía catalana, pero después de muchos años convulsos, hemos conseguido aprender que la armonía en el seno de un pueblo no tiene precio.

Creo en el posibilismo y la negociación, por más que desde Madrid aún no terminan de asimilar y encajar esa generosa renuncia a mayores aspiraciones.

Creo en definitiva en la vía Urkullu. No es preciso pisar el acelerador en un trayecto con tantas curvas. Nuestro volante está en buenas manos. Creo que ya no es tiempo de lanzarse a aventuras independentistas que añadirían un enfrentamiento gratuito en medio de la primavera social que disfrutamos. Creo que el camino del medio por el que nos lleva el Gobierno vasco es el adecuado, que así a la larga conseguiremos nuevas competencias, nuevas cuotas de autonomía sin fractura entre la ciudadanía. Creo que de esa forma se refuerza la solidaridad con el resto de comunidades hermanas de España, que así llegaremos a tratar con Madrid de igual a igual, sin necesidad de colocar aduana en el Ebro.

Sin embargo, todo hay que decirlo, algo se queda también con ese hombre sencillo y afable, auténtico demócrata, soñador irreductible, a posta descorbatado, ya casi sin pelo, que no renuncia a lo que él y muchos otros creen, al que nadie le apea de su viejo anhelo.