Cuchillada al afilador
De lejos escuché el silbido corto y penetrante de una flauta de pan. Fuiiiiiiiii, fiuuuuuuu. Un eco del pasado: el anuncio de la presencia del afilador. “Afila cuchillos, navajas, tijeras y las deja mejor...”, canturreaba antaño subido a lomos de una bici o de una motocicleta. Las amas de casa se acercaban y el tipo sacaba chispas de aquel instrumental casero que debía durar años. El de afilador no era el único oficio ambulante que desfilaba por los pueblos; llegaban furgonetas con el contenido de un ultramarinos en su interior, peluqueros que manejaban un solo corte, lecheros de lechera, sastres de pantalones a medida, fotógrafos de escenas de familia, pescaderos que conservaban el hielo bajo un manto de helechos... Personajes conocidos por el vecindario a los que el tiempo y el progreso fue retirando de las calles. Por eso me sorprendió volver a escuchar un sonido de la infancia en una transitada vía de la Pamplona del siglo XXI. Pero esta vez el afilador circulaba en un coche con altavoz que amplificaba el anuncio de su llegada. El turismo me rebasó y paró un poco más adelante. Un cliente, pensé. No; era un policía municipal que reclamaba la documentación al conductor y, por los gestos, pedía explicaciones sobre el dispositivo que llevaba el turismo. Aquello tenía pinta de denuncia. De una última cuchillada administrativa a un viejo oficio.