Europa navega a la deriva en un mar de insolidaridad. Cuando la vida y los derechos humanos no pasan a primer plano sino que quedan relegados al último escalón, mientras mandan el poder y los intereses económicos, poco se puede esperar de una unión que no hace de la suma un camino seguro para las personas. La humanidad debe prevalecer ante tanto sinsentido, decían ayer desde el Open Arms, lo mismo que llevan diciendo ante la desesperada situación que se vive a bordo de este barco de emergencia y esperanza, que sigue a la espera de poder sortear no ya el temporal del mar sino el verdadero azote de políticos sin escrúpulos, impotentes pero sin rendirse, sin poder hacer tierra cuando ven la costa y tras llevar a cabo seis evacuaciones de emergencia en estas dos semanas de calvario. No son inmigrantes, antes son personas, como nosotros y nosotras, ahora con vidas rotas, al límite, exhaustos, débiles, a punto de perder lo único que les queda: la esperanza de una vida mejor e incluso la propia vida. Da vergüenza seguir mirando al mar azul sin ver su lado oscuro, lamentando las muertes pero sin acabar de hacer hasta lo imposible para salvar las vidas cuando todavía navegan, antes de que se hundan en ese mar de crueldad en el que tristemente se está convirtiendo Europa.